viernes, 17 de agosto de 2012

Cuba: La música que enfurece a las bestias

Cuba: La música que enfurece a las bestias

Gloria StefanPor Jesús Ruiz Nestosa
SALAMANCA. - Se dice –no tengo ninguna constancia que así sea– que la música apacigua a las fieras. No se dice, pero me consta que así es, que hay música que enfurece a las bestias. Cuando ello se da, es mejor no ponerse al alcance de las manos, o las garras de esas bestias, porque no es posible calcular el daño que son capaces de hacer.
Por los mismos motivos irracionales que hicieron que la dictadura de Alfredo Stroessner convirtiera en un delincuente político a José Asunción Flores y condenara su música, Fidel Castro hizo lo mismo con muchas glorias de la música cubana: Celia Cruz, Bebo Valdés y Willy Chirino. Los dictadores, no importa del signo del que sean, carecen de sensibilidad para el humor y para la música. Se podría creer que Hitler era una excepción pues le gustaba Wagner; pero entonces hay que analizar qué es Wagner para la música.

El motivo de la criminalización de estos músicos es que mostraron poca simpatía por la Revolución (la cubana, se entiende) y prefirieron hacer carrera en los Estados Unidos de Norteamérica; vale decir: “el imperio”. No les fue mucho mejor a aquellos músicos excepcionales que formaban el grupo del Buena Vista Social Club, un local nocturno devorado por el puritanismo revolucionario. Hasta que un compositor, guitarrista, productor norteamericano llamado Ry Cooder, quien juntamente con el cineasta alemán Wim Wenders desembarcaron en la isla para rescatar de los conventillos y sórdidos tugurios de La Habana vieja a intérpretes inolvidables como Omara Portuondo, Compay Segundo, Eliades Ochoa, Ibrahim Ferrer, Orlando “Cachaíto” López, quienes vivían sumidos en la más humillante pobreza.
No había un “index” oficial ni siquiera un decreto que prohibía taxativamente la música de Celia Cruz, Bebo Valdés y muchos otros, pero las emisoras de radio (oficiales, desde luego, ya que no existen privadas) sabían quiénes eran los intérpretes que despertaban la furia del “comandante”. Desde hace unos pocos días, ha comenzado a correr el rumor de que los cubanos podrán escuchar a estos artistas por las emisoras locales, aunque tampoco hay una decisión oficial ni un documento escrito que documente la irracionalidad de quien vela incluso por la pureza estética de la Revolución, porque los grandes dictadores también fueron grandes estetas: Hitler, Musolini, Stalin, Mao Tse Tung. Stroessner no, porque ni siquiera llegó a ser un gran dictador sino un simple caudillejo criollo.
Lo sorprendente es que la verdadera música revolucionaria nunca alentó la subversión ni mucho menos la lucha armada ni pregonó la lucha de clases. La gran música revolucionaria fue aquella de “La Cucaracha”, “Adelita” y otras que los revolucionarios mejicanos cantaban para darse ánimo cuando iban al combate. Ni que decir en España donde “Ay Carmela” (“Contraataques muy rabiosos, / rumba la rumba la rumba la / deberemos resistir. / ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! / deberemos resistir...”) incluso hoy sigue agitando las caspas de la reacción.
En los primeros años de los 90 del siglo pasado, estaba en el aeropuerto de La Habana esperando la hora de embarque y había allí un trío de guitarras: tres hombres que cantaban boleros y canciones cubanas.
Entre los que allí estábamos uno le pidió que cantaran “Cuando salí de Cuba”. La forma en que los hombres reaccionaron fue lastimosa. Primero no pudieron ocultar su temor y luego escenificaron un diálogo que posiblemente ya lo tenían ensayado: “Compañero –le decía el uno al otro–, ¿has oído alguna vez hablar de esta canción?”. “No –le respondía el otro–. Nunca”. Y así siguieron por un largo rato hasta que se marcharon.
De ahora en adelante es seguro que no se tocará en las radios ni se cantará en la sala de embarque del aeropuerto de La Habana “Cuando salí de Cuba”, pero Celia Cruz encantará de nuevo a los cubanos que se quedaron en la isla.

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