Cuba: La música que enfurece a las bestias
SALAMANCA. - Se dice –no tengo ninguna
constancia que así sea– que la música apacigua a las fieras. No se dice,
pero me consta que así es, que hay música que enfurece a las bestias.
Cuando ello se da, es mejor no ponerse al alcance de las manos, o las
garras de esas bestias, porque no es posible calcular el daño que son
capaces de hacer.
Por los mismos motivos irracionales que
hicieron que la dictadura de Alfredo Stroessner convirtiera en un
delincuente político a José Asunción Flores y condenara su música, Fidel
Castro hizo lo mismo con muchas glorias de la música cubana: Celia
Cruz, Bebo Valdés y Willy Chirino .
Los dictadores, no importa del signo del que sean, carecen de
sensibilidad para el humor y para la música. Se podría creer que Hitler
era una excepción pues le gustaba Wagner; pero entonces hay que analizar
qué es Wagner para la música.
El motivo de la criminalización de estos
músicos es que mostraron poca simpatía por la Revolución (la cubana, se
entiende) y prefirieron hacer carrera en los Estados Unidos de
Norteamérica; vale decir: “el imperio”. No les fue mucho mejor a
aquellos músicos excepcionales que formaban el grupo del Buena Vista
Social Club, un local nocturno devorado por el puritanismo
revolucionario. Hasta que un compositor, guitarrista, productor
norteamericano llamado Ry Cooder, quien juntamente con el cineasta
alemán Wim Wenders desembarcaron en la isla para rescatar de los
conventillos y sórdidos tugurios de La Habana vieja a intérpretes
inolvidables como Omara Portuondo, Compay Segundo, Eliades Ochoa,
Ibrahim Ferrer, Orlando “Cachaíto” López, quienes vivían sumidos en la
más humillante pobreza.
No había un “index” oficial ni siquiera
un decreto que prohibía taxativamente la música de Celia Cruz, Bebo
Valdés y muchos otros, pero las emisoras de radio (oficiales, desde
luego, ya que no existen privadas) sabían quiénes eran los intérpretes
que despertaban la furia del “comandante”. Desde hace unos pocos días,
ha comenzado a correr el rumor de que los cubanos podrán escuchar a
estos artistas por las emisoras locales, aunque tampoco hay una decisión
oficial ni un documento escrito que documente la irracionalidad de
quien vela incluso por la pureza estética de la Revolución, porque los
grandes dictadores también fueron grandes estetas: Hitler, Musolini,
Stalin, Mao Tse Tung. Stroessner no, porque ni siquiera llegó a ser un
gran dictador sino un simple caudillejo criollo.
Lo sorprendente es que la verdadera
música revolucionaria nunca alentó la subversión ni mucho menos la lucha
armada ni pregonó la lucha de clases. La gran música revolucionaria fue
aquella de “La Cucaracha”, “Adelita” y otras que los revolucionarios
mejicanos cantaban para darse ánimo cuando iban al combate. Ni que decir
en España donde “Ay Carmela” (“Contraataques muy rabiosos, / rumba la
rumba la rumba la / deberemos resistir. / ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! /
deberemos resistir...”) incluso hoy sigue agitando las caspas de la
reacción.
En los primeros años de los 90 del siglo
pasado, estaba en el aeropuerto de La Habana esperando la hora de
embarque y había allí un trío de guitarras: tres hombres que cantaban
boleros y canciones cubanas.
Entre los que allí estábamos uno le
pidió que cantaran “Cuando salí de Cuba”. La forma en que los hombres
reaccionaron fue lastimosa. Primero no pudieron ocultar su temor y luego
escenificaron un diálogo que posiblemente ya lo tenían ensayado:
“Compañero –le decía el uno al otro–, ¿has oído alguna vez hablar de
esta canción?”. “No –le respondía el otro–. Nunca”. Y así siguieron por
un largo rato hasta que se marcharon.
De ahora en adelante es seguro que no se
tocará en las radios ni se cantará en la sala de embarque del
aeropuerto de La Habana “Cuando salí de Cuba”, pero Celia Cruz encantará
de nuevo a los cubanos que se quedaron en la isla.
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