lunes, 20 de agosto de 2012

Impuestos y atletas

E D U A R D O   G A R C í A   G A S P A R 
Una segunda opinión
Impuestos y atletas

El tema es arduo. Difícil porque toca un tema sensible, los bolsillos de las personas. Su dinero. Me refiero a los impuestos. Esos cobros obligatorios que hace un Gobierno a sus ciudadanos. Con el dinero recolectado se pagan los servicios que el Gobierno da a ellos, como policía, tribunales y demás. 

¿Cómo saber si los impuestos son justos? No creo que haya una respuesta precisa. Una que indique un monto absoluto o una proporción del ingreso. Pero sí hay principios generales que rigen a los impuestos. Y uno de ellos es el de ser los menores posibles, de tal manera que la mayor parte posible del dinero que él ha ganado quede en poder del ciudadano. 




Es un asunto de justicia que quien ha recibido dinero a cambio de su trabajo mantenga en su bolsillo la mayor parte posible después de impuestos. Tocqueville (1805-1859) lo expresó bien, apuntando otra forma de ver este principio de impuestos lo más bajos posibles. 



"Si un país presenta aspecto de prosperidad material; si el pobre después de haber pagado al Estado, tiene recursos y el rico lo superfluo; si uno y otro parecen contentos con su suerte y tratan cada día de mejorarla aún... tales son los signos a los que a falta de documentos positivos, es posible recurrir para conocer si las cargas públicas que pesan sobre un pueblo son proporcionales a su riqueza". 



La primera condición es admirable: son impuestos justos aquellos que no dañan los prospectos de progreso material de la sociedad. Esos impuestos que permiten a todos estar satisfechos y tener incentivos para trabajar más y ganar más. Es decir, un impuesto demasiado elevado debilita los incentivos del esfuerzo y la iniciativa. No es complicado entenderlo. 



El tema puede aparecer obvio, pero recuérdese que en el olvido de lo obvio está el origen de la mayoría de los errores. El tema bien vale una segunda opinión porque en el siguiente gobierno mexicano se plantea realizar una reforma fiscal con buenos propósitos pero con altos riesgos de lograr algo aún peor que el actual régimen. 



Por lo pronto, ya vimos un principio, el primero y más importante: los impuestos deben ser los menores posibles para todos. Es de justicia dejar la mayor parte posible en manos de quien ha trabajado. El segundo principio es continuación lógica del primero: el cálculo y pago de impuestos debe ser simple y sencillo. Vaya, una ley fiscal de más de unas 10 páginas ya es demasiado compleja.



Pero esa es la realidad, que las leyes fiscales tengan miles de páginas escritas en un lenguaje incomprensible y llenas de excepciones. El propósito de la simplicidad fiscal es reducir el costo del pago de impuestos, sobre todo de tiempo del ciudadano. Hasta aquí se trata de tener impuestos bajos, muy simples de pagar. Es un asunto de justicia y sentido común y, lo más curioso, es que va en contra de la práctica establecida, que eleva impuestos y que hace complejo su pago.



El tercer principio es también de sentido común. Los impuestos son el pago obligatorio de un servicio que presta el Gobierno a sus ciudadanos. A cambio de impuestos, el Gobierno da servicios, por ejemplo, de drenaje, agua, policía, tribunales, tránsito y similares. Se trata de intercambios: el precio pagado por esos servicios considerados como necesarios y que sólo el Gobierno puede dar (lo que llevaría a otra discusión). 



Según este principio, los impuestos no pueden ser usados como fondos de trasferencia de recursos entre ciudadanos. Por ejemplo, no pueden usarse para ayudar a agricultores, ni para reducir precios de gasolina, ni para dar financiamiento preferencial industrias de energía alternativa. Sería injusto tomar dinero de ciudadanos y con él pagar los costos de la exposición de un pintor.



Esto último presenta un asunto fascinante. ¿Tienen los atletas olímpicos el derecho de usar para su entrenamiento y viajes dinero cobrado en impuestos? No, según el tercer principio fiscal. Ninguna persona tiene el derecho de reclamar para su uso personal dinero recolectado en impuestos. Cada ciudadano, por sí mismo, podría financiar al atleta de su preferencia por medio de contribuciones personales voluntarias. 



Es difícil justificar cómo un atleta usa dinero que no es suyo, que fue cobrado a otros por la fuerza, para pagar sus gastos de competencia.

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