Jorge Fernández Menéndez
Doce años en el gobierno no han permitido que en los medios se pueda leer
bien al PAN. Seguramente es en buena medida responsabilidad del partido
blanquiazul, pero también una tendencia de los analistas a equiparar a
ese partido con el PRI o con otras formaciones políticas. Fuera de una
idea, muchas veces equivocada, de que los enfrentamientos internos en
los partidos terminarán irremediablemente en la ruptura, se suele
olvidar que hay un elemento que sí divide, pero que en última instancia
termina cohesionando, aunque sea a regañadientes, a los partidos y sus
dirigentes, y ese elemento es el poder. Y eso se aplica a todos los
partidos políticos importantes.
El PAN logró superar su primera prueba poselectoral cuando muchos veían una ruptura inevitable, en blancos y negros, entre sus principales corrientes. Todo se dio en una amplia gama de grises. Es verdad que Felipe Calderón y Gustavo Madero (y también Josefina Vázquez Mota y Juan Manuel Oliva) tienen posiciones distintas y valoraciones enfrentadas sobre lo sucedido en la campaña electoral pasada (en realidad esas posiciones distintas se han dado desde el mismo día en que Madero resultó presidente nacional del partido). Es verdad que no son ni representan tampoco lo mismo. Es verdad que el desgaste de seis años de gobierno y el que su partido haya perdido la elección, debilita al presidente Calderón. Y también lo es que los sectores más conservadores del PAN, como El Yunque, quieren no sólo tener presencia sino ganar la dirección del partido.
Pero no debemos equivocarnos. Calderón ha tenido aciertos y errores en su gestión, pero sigue siendo, aunque por unos meses, el Presidente de la República y tiene la mayoría en el Consejo Nacional de su partido. No es un presidente, como se podría argumentar en el caso de Ernesto Zedillo, que estuviera poco interesado en el tema partidario: Calderón es un hombre de partido de toda la vida, y lo seguirá siendo cuando abandone Los Pinos. Su esposa, Margarita, es la figura de ese partido mejor valorada en las encuestas. La transición con la administración entrante, la de Peña Nieto, será tersa y no se avizoran problemas o encontronazos serios. La elección de Ernesto Cordero como coordinador en el Senado e incluso la de Luis Villareal para la Cámara de Diputados garantizará que exista disposición para encontrar acuerdos importantes en torno a la agenda legislativa. Y se utilice o no la palabra refundación para el futuro del partido, lo cierto es que se formó una comisión de notables, con amplia mayoría calderonista, para emprender esa tarea, y tendrán que presentar resultados en dos meses para proceder luego, hacia febrero, a establecer las reformas en una asamblea extraordinaria. Nadie puede decir que el presidente Calderón salió perdiendo de las dos últimas reuniones nacionales del panismo.
Y tampoco que el blanquiazul terminó esos encuentros, sobre todo el del 11 de agosto, al borde de la ruptura. Se dirá, y en buena medida es verdad, que el PAN alcanzó una tregua interna. Pero resulta que eso es lo que necesita mientras recompone su figura, tan maltratada por los resultados electorales, y trata de reconfigurar un partido que a todas luces se ha quedado atrás no sólo de las necesidades electorales sino incluso de las posiciones políticas que el panismo alcanzó en el pasado inmediato. Gustavo Madero se queda en la presidencia del partido y eso no sólo es lógico sino también, dada la coyuntura, deseable: desde 2005, cuando fue electo Manuel Espino en un proceso marcado por un profundo enfrentamiento interno, el PAN no ha podido consolidar una sola dirigencia nacional estable, y desde 2009 ha tenido, en tres años, tres presidentes nacionales. La renuncia de Madero no serviría, en estos momentos, de nada al PAN. Lo importante es que se dé el proceso de renovación, desde los documentos básicos y los estatutos hasta la estructura del partido, para después buscar otro tipo de dirigentes que se adecuen también a algo distinto a los 12 años pasados: el PAN no funcionó bien como partido en el poder y nunca supieron, el partido y el gobierno, relacionarse eficientemente. Ahora es tarde para hacerlo, lo que tiene que hacer es estructurarse para buscar regresar al poder.
Por lo pronto ya tiene coordinadores parlamentarios y ya ha comenzado a transitar, aunque sea sólo de palabra, la reforma interna que requiere con premura. El calderonismo no tiene el control, pero mantiene la hegemonía. Y puede hacerlo conservando la institucionalidad partidaria. Calderón marca el tono de las reformas, Madero conserva la presidencia del partido. Los grupos parlamentarios reflejan esa distribución de fuerzas. El ala conservadora tiene presencia, pero está muy lejos de convertirse en el equivalente del tea party del Partido Republicano. ¿Qué falta? Saber qué va a hacer Josefina Vázquez Mota, extrañamente ausente las últimas semanas, sobre todo en la reunión del sábado pasado.
El PAN logró superar su primera prueba poselectoral cuando muchos veían una ruptura inevitable, en blancos y negros, entre sus principales corrientes. Todo se dio en una amplia gama de grises. Es verdad que Felipe Calderón y Gustavo Madero (y también Josefina Vázquez Mota y Juan Manuel Oliva) tienen posiciones distintas y valoraciones enfrentadas sobre lo sucedido en la campaña electoral pasada (en realidad esas posiciones distintas se han dado desde el mismo día en que Madero resultó presidente nacional del partido). Es verdad que no son ni representan tampoco lo mismo. Es verdad que el desgaste de seis años de gobierno y el que su partido haya perdido la elección, debilita al presidente Calderón. Y también lo es que los sectores más conservadores del PAN, como El Yunque, quieren no sólo tener presencia sino ganar la dirección del partido.
Pero no debemos equivocarnos. Calderón ha tenido aciertos y errores en su gestión, pero sigue siendo, aunque por unos meses, el Presidente de la República y tiene la mayoría en el Consejo Nacional de su partido. No es un presidente, como se podría argumentar en el caso de Ernesto Zedillo, que estuviera poco interesado en el tema partidario: Calderón es un hombre de partido de toda la vida, y lo seguirá siendo cuando abandone Los Pinos. Su esposa, Margarita, es la figura de ese partido mejor valorada en las encuestas. La transición con la administración entrante, la de Peña Nieto, será tersa y no se avizoran problemas o encontronazos serios. La elección de Ernesto Cordero como coordinador en el Senado e incluso la de Luis Villareal para la Cámara de Diputados garantizará que exista disposición para encontrar acuerdos importantes en torno a la agenda legislativa. Y se utilice o no la palabra refundación para el futuro del partido, lo cierto es que se formó una comisión de notables, con amplia mayoría calderonista, para emprender esa tarea, y tendrán que presentar resultados en dos meses para proceder luego, hacia febrero, a establecer las reformas en una asamblea extraordinaria. Nadie puede decir que el presidente Calderón salió perdiendo de las dos últimas reuniones nacionales del panismo.
Y tampoco que el blanquiazul terminó esos encuentros, sobre todo el del 11 de agosto, al borde de la ruptura. Se dirá, y en buena medida es verdad, que el PAN alcanzó una tregua interna. Pero resulta que eso es lo que necesita mientras recompone su figura, tan maltratada por los resultados electorales, y trata de reconfigurar un partido que a todas luces se ha quedado atrás no sólo de las necesidades electorales sino incluso de las posiciones políticas que el panismo alcanzó en el pasado inmediato. Gustavo Madero se queda en la presidencia del partido y eso no sólo es lógico sino también, dada la coyuntura, deseable: desde 2005, cuando fue electo Manuel Espino en un proceso marcado por un profundo enfrentamiento interno, el PAN no ha podido consolidar una sola dirigencia nacional estable, y desde 2009 ha tenido, en tres años, tres presidentes nacionales. La renuncia de Madero no serviría, en estos momentos, de nada al PAN. Lo importante es que se dé el proceso de renovación, desde los documentos básicos y los estatutos hasta la estructura del partido, para después buscar otro tipo de dirigentes que se adecuen también a algo distinto a los 12 años pasados: el PAN no funcionó bien como partido en el poder y nunca supieron, el partido y el gobierno, relacionarse eficientemente. Ahora es tarde para hacerlo, lo que tiene que hacer es estructurarse para buscar regresar al poder.
Por lo pronto ya tiene coordinadores parlamentarios y ya ha comenzado a transitar, aunque sea sólo de palabra, la reforma interna que requiere con premura. El calderonismo no tiene el control, pero mantiene la hegemonía. Y puede hacerlo conservando la institucionalidad partidaria. Calderón marca el tono de las reformas, Madero conserva la presidencia del partido. Los grupos parlamentarios reflejan esa distribución de fuerzas. El ala conservadora tiene presencia, pero está muy lejos de convertirse en el equivalente del tea party del Partido Republicano. ¿Qué falta? Saber qué va a hacer Josefina Vázquez Mota, extrañamente ausente las últimas semanas, sobre todo en la reunión del sábado pasado.
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