PRI: el legado perdido
Héctor Aguilar Camín
Luego de décadas de cohesión y
autocomplacencia nacionalista (“Un solo camino: México”), a partir de la
represión estudiantil del 68, se abre entre la sociedad y el gobierno una
fisura moral que no cesará de manifestarse desde entonces.
Se erosionan afluentes fundamentales del arsenal nacionalista. El indigenismo muda de paradigma, abandona la idea de integración por la defensa multicultural de las identidades étnicas. Aires cosmopolitas asaltan las artes: rechazan el muralismo, dicen adiós a la novela costumbrista; liman la credibilidad del discurso público que habla de un pasado revolucionario, agrario y popular en un ágora cada vez más urbana, educada y cosmopolita.
Se erosionan afluentes fundamentales del arsenal nacionalista. El indigenismo muda de paradigma, abandona la idea de integración por la defensa multicultural de las identidades étnicas. Aires cosmopolitas asaltan las artes: rechazan el muralismo, dicen adiós a la novela costumbrista; liman la credibilidad del discurso público que habla de un pasado revolucionario, agrario y popular en un ágora cada vez más urbana, educada y cosmopolita.
Con los años setenta llega La Crisis, que está hecha de varias crisis: la crisis del 76, la crisis del 82, la crisis del 87, la crisis del 95. El rasgo común a todas ellas es que son crisis de finanzas públicas: errores de política económica por dispendio fiscal, imprudencia o megalomanía financiera.
Cada crisis separa un poco más a la sociedad de los gobiernos priistas y a los gobiernos priistas del poder. La Crisis es la pareja de la transición democrática.
En respuesta a La Crisis, el gobierno se apresta a tomar también el camino de la modernización como sustituto del nacionalismo revolucionario. Pero apenas ha empezado el “salto a la modernidad” de los noventa, cuando la triste trilogía del año 1994 —rebelión, magnicidios, crisis económica— destruyó su credibilidad.
La democracia se quedó dueña de la escena en un horizonte de crítica pública cuya pieza de caza mayor es el Dinosaurio priista.
Los votantes que consagran la derrota histórica del PRI el 2 de julio son los del México moderno. Entre más urbana, educada y joven la población, más alta es la votación por Vicente Fox, el candidato ganador del PAN. Es un voto de apuesta por el porvenir. ¿Pero qué porvenir, de qué país?
Conforme avanza el siglo XXI, cumplido el sueño de instaurar la democracia, México descubre que se ha quedado sin un referente común. Ha dejado atrás la sombra de la Revolución mexicana, pero no tiene una identidad de repuesto, capaz de incluir su diversidad, o disfrazarla.
Las coordenadas imaginarias de la nación del siglo XX han sido deslavadas por la historia sin que nadie haya creado los mitos cohesionadores de repuesto.
Como las otras fuerzas políticas, el PRI tendrá que inventar a partir de la erosión de su legado. No tiene un sitio al que volver, se lo llevó la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario