Un elogio al derecho a la ciudadanía por nacimiento
Alex Nowrasteh es analista de políticas de inmigración del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
La catorceava enmienda a la Constitución de EE.UU., adoptada hace 144 años el 9 de julio, establece el derecho a la ciudadanía por nacimiento para los niños nacidos en EE.UU. de inmigrantes no autorizados e inmigrantes legales con varios tipos de residencia. A pesar de la actual controversia alrededor de esta provisión, la Catorceava Enmienda es exitosa, sin quererlo, como una política para asimilar los hijos de los inmigrantes.
Los inmigrantes en EE.UU. se asimilan rápidamente. Hablando de la apertura de EE.UU. a los inmigrantes, el ex presidente Ronald Reagan dijo: “Un inmigrante puede vivir en Francia pero no convertirse en un francés; puede vivir en Alemania pero no convertirse en un alemán; puede vivir en Japón pero no convertirse en un japonés, pero cualquiera de cualquier parte del mundo puede venir a EE.UU. y convertirse en un estadounidense”. Los estadounidenses, los inmigrantes y sus descendientes se convierten en estadounidenses. Nuestro sistema del derecho a la ciudadanía por nacimiento hace que la naturalización sea todavía más fácil.
Hoy, en algunos aspectos, se asimilan mucho más rápido que grupos anteriores de inmigrantes, como los irlandeses. Lo que le ocurre a las sociedades que aceptan grandes números de inmigrantes pero no le extienden ciudadanía por nacimiento a los niños es una advertencia de lo que podría suceder aquí si la ciudadanía por nacimiento alguna vez fuese eliminada.
Primero, un poco de historia. La Catorceava Enmienda, adoptada después de la Guerra Civil, incluía la cláusula de ciudadanía para invalidar la decisión Dred Scott vs. Sandford (1857) que establecía que los afro-americanos nunca podrían convertirse en ciudadanos.
La cláusula de ciudadanía de la Catorceava Enmienda dice: “Todas las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos y sometidas a su jurisdicción son ciudadanos de los Estados Unidos y de los Estados en que residen”.
Durante el debate, se entendió que la cláusula de la ciudadanía se extendería a los niños de los inmigrantes que no podían, en virtud de la ley migratoria existente, ser naturalizados, como los asiáticos u otros inmigrantes no blancos.
El senador Jacob Howard (Representante de Michigan por el Partido Republicano) introdujo la cláusula de la ciudadanía. Durante el debate en el senado dijo que “no incluiría, por supuesto, a las personas en EE.UU. que son extranjeras, ilegales, o que pertenecen a las familias de embajadores o ministros extranjeros acreditados ante el gobierno de EE.UU., pero incluirá a todas las demás personas” (énfasis agregado).
La norma estadounidense del derecho a la ciudadanía por nacimiento contrasta claramente con las políticas practicadas en Alemania y Japón, donde a los niños de los inmigrantes se les negó la ciudadanía.
El programa de trabajadores-invitados de Alemania entre los cincuenta y los setenta admitió grandes números de turcos, tunecinos, portugueses y otros para que trabajasen en la economía creciente. Originalmente, los alemanes no tenían intención alguna de permitir que los trabajadores y sus familias se quedaran permanentemente, pero muchos, especialmente los turcos, si se quedaron. A sus hijos nacidos en Alemania no se les permitió convertirse en ciudadanos. Lo mismo ocurrió en Japón donde a la minoría coreana, denominada zainichi, se le negó la ciudadanía durante generaciones a pesar de haber nacido en Japón.
En ambos países, los resultados fueron trágicos. La falta de un derecho a la ciudadanía por nacimiento creó una clase legalmente marginada de gente joven llena de resentimientos y desplazada, en contra de quienes se discriminaba oficialmente en un sistema de educación estatal y quienes tenían una lealtad poco clara hacia la nación donde nacieron. Después de cuatro generaciones en Japón, los coreanos étnicos todavía se auto-identifican como extranjeros. En ambos países, estos jóvenes no-ciudadanos son más proclives al crimen y a ideologías políticas extremas como el comunismo.
Casi al mismo tiempo que Alemania empezó a permitir que los turcos ingresaran como trabajadores-invitados, también creó su sistema Aussiedler para “repatriar” a los alemanes étnicos y sus familias que estaban viviendo en territorio de la Unión Soviética, inmediatamente dándoles ciudadanía en virtud de su conexión de sangre con Alemania. Los flujos entrantes por el sistema Aussiedler llegaron a su máximo para fines de los 1980s y principios de los 1990s, cuando alrededor de 2,2 millones de alemanes ancestrales fueron admitidos y recibieron ciudadanía. Alemania rectificó parcialmente su sistema en 1999 extendiendo la ciudadanía a los turcos y creando categorías legales para que alguien pueda obtener ciudadanía por nacimiento.
Los jóvenes nacidos de inmigrantes que no son ciudadanos en naciones sin derecho a la ciudadanía por nacimiento tienen pocas ataduras legales en las naciones en las que nacieron pero tampoco tienen adonde irse. Muchos podrían ganar la ciudadanía mediante la etnicidad de sus padres en Corea o Turquía, pero sin conexiones en esas naciones, la ciudadanía ahí significa poco o nada.
En EE.UU., en cambio, los niños de los inmigrantes son tratados legalmente de igual forma que los niños cuyos padres son ciudadanos estadounidenses. Ambos pueden servir en las fuerzas armadas, comprar armas de fuego, prestar sus servicios en jurados, y ser tratados de la misma manera por el sistema legal. Esa es una razón por la cual 89 por ciento de los hispanos de segunda generación y 96 por ciento de los de tercera generación se han descrito como únicamente estadounidenses. “Hispano-americano” o “mexicano-americano” todavía son descripciones populares entre algunos después de varias generaciones, así como “italiano-americano” todavía sobrevive, pero estos estadounidenses no se consideran extranjeros.
La probabilidad de reformar la cláusula de ciudadanía de la Catorceava Enmienda es remota, pero debería ser defendida por cómo ha ayudado a acelerar la asimilación de inmigrantes en EE.UU. Recordando la Catorceava Enmienda como una corrección a las anteriores políticas raciales es esencial, pero esa historia no debería hacernos olvidar su impacto positivo en cuanto a la integración.
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