Calderón, pentagenario
Yo espero verlo cerca de los acontecimientos de la vida pública: escribiendo y opinando sobre el acontecer nacional, sometiendo sus argumentos a debate.
Pascal Beltrán del Río
“El tramo entre los 50 y los 70 años de edad es el más difícil de la vida”, sentenció una vez el poeta T.S. Eliot.
Y él mismo explicaba por qué: “Siempre se espera que uno haga cosas, y
el problema es que no es lo suficientemente decrépito para renunciar a
ellas”.
El presidente Felipe Calderón entró ayer en esa etapa de la vida. Es un hombre en plenitud de facultades. Dejará el poder en poco más de 100 días y se convertirá en el octavo ex presidente más joven en el momento de entregar la banda, entre los 20 mandatarios que ha tenido el país desde la promulgación de la Constitución de 1917.
En unas palabras que dirigió ayer a los asistentes a su fiesta de cumpleaños, en Los Pinos, Calderón bromeó ayer sobre su llegada a la mojonera del medio siglo de vida. Recordó que a Diego Fernández de Cevallos y a otros los vaciló cuando se convirtieron en tostones: “¡Felicidades, pentagenario!”
Una muestra de salud mental es la capacidad de reírse de uno mismo. Calderón se mostró así ayer frente a sus invitados, sereno y mordaz, muy lejos de las caricaturas que lo pintan como bebedor consuetudinario u hombre deira explosiva.
Hoy, el principal problema de Calderón es qué hacer con el resto de su vida. El juicio histórico de su Presidencia no estará en sus manos y, de hecho, sólo el tiempo dirá si las estrategias que emprendió para hacer frente al crimen organizado dan un fruto fecundo o uno estéril o incluso ponzoñoso.
Conocí a Felipe Calderón en 1988, antes de las elecciones presidenciales de ese año. Él era dirigente juvenil del PAN y acudió a una reunión que organizaron jóvenes del Consejo Estudiantil Universitario y del Frente Democrático Nacional en las oficinas del Partido Socialdemócrata, que dirigía Luis Sánchez Aguilar, en la avenida Mariano Escobedo.
Desde entonces me pareció un hombre decente y bien intencionado, cualidades que le sigo viendo hasta ahora. Le tocó ganar la Presidencia de una forma polémica —que siempre será recordada por su frase haiga sido como haiga sido— y enfrentar un entorno nacional e internacional sumamente complejo.
No sé si sus principales decisiones acabarán siendo benéficas para México. Espero que sí, por el bien del país, pero insisto en que lo que él sembró tardará mucho en cosecharse, y pasarán años antes de que sepamos con certeza si tuvo razón.
De lo que no queda duda, al menos a mí, es que tomó decisiones pensando en lo que convenía a la mayoría de los mexicanos, bajo los principios de libertad y dignidad del ser humano. Se puede no estar de acuerdo con sus principales decisiones, pero es harto difícil documentar actos de mala fe a partir de un ejercicio de honestidad intelectual.
Personalmente, diferí de muchas de sus decisiones. Por ejemplo, escribí aquí que impulsar una cédula de identidad con una base de datos controlada por la Secretaría de Gobernación me parecía un acto peligroso para la privacidad del ciudadano y aberrante si se toma en cuenta la historia policiaca de este país.
Tampoco estoy de acuerdo con el abuso que se ha hecho del arraigo judicial como herramienta para sacar de la calle a delincuentes potenciales. Y creo que hay maneras más profesionales de someter a los sospechosos que ponerles una golpiza.
Sin embargo, pese a mis discrepancias, siempre he encontrado en Calderón a un político dispuesto a discutir sus decisiones, quizá no todo el tiempo con la mejor política de comunicación social aunque sí con la disposición de no sentirse dueño de la verdad. He tenido la oportunidad de entrevistarlo cuatro veces en Los Pinos y siempre me ha dejado con la impresión de ser un hombre convencido de la bondad de sus políticas pero con voluntad de explicar la lógica detrás de ellas.
No me cabe duda de que Calderón entrará en la etapa que ayer llamó “el medio tiempo de mi vida” y su “tornaviaje” perseguido por la sombra de los más de 50 mil asesinados durante su sexenio.
Mientras llegamos a conclusiones sobre si estas muertes son producto de la política de seguridad de este gobierno o parte de una violencia criminal creciente que ya venía mostrándose desde el periodo de Vicente Fox, creo que resulta indispensable —en un ejercicio intelectual que haga a un lado la politiquería— eliminar del análisis el concepto “guerra de Calderón”. Porque será lo que sea, pero nadie puede probar que este gobierno fue genocida.
Es verdad que lo que espera uno de un gobierno es que cumpla con su parte del pacto democrático y que otorgue la máxima seguridad a la población. Pero también lo es que México tiene un desbarajuste institucional cuyo origen va más allá de este sexenio y sobrepasa la estructura del gobierno federal.
Cargar toda la culpa de la incapacidad de frenar la violencia a la Federación sin duda vende bien políticamente, pero no es riguroso desde el punto de vista académico. Hay estados y municipios que han recibido cantidades enormes de dinero, pese a lo cual están sumamente endeudados y se han mostrado incapaces de hacer frente a la inseguridad, lo que les corresponde.
Ésta será una discusión en la que Calderón podrá incidir intelectualmente una vez que deje de ser Presidente. Será interesante leer los libros que ha prometido escribir y que, inevitablemente, tendrán que dedicarse a profundizar en la explicación del fenómeno de violencia que vive el país y las razones que lo llevaron a tomar las decisiones que tomó.
Será un ex Presidente de 50 años de edad. Más viejo que Emilio Portes Gil, quien acumuló 48 años como ex mandatario, antes de fallecer en 1978, pero más joven que Luis Echeverría, quien, a sus 90 años de edad, lleva 36 años fuera del poder.
A los 50 años de edad, T.S. Eliot publicó su Libro de los gatos habilidosos, que casi tres cuartos de siglo después sigue siendo un éxito teatral en Nueva York y Londres. ¿Y qué decir del gran Ringo Starr, quien se estrenó como miembro de The Beatles justo el día que nació Calderón, el 18 de agosto de 1962, y quien apenas a principios de este mes terminó una enésima gira musical?
¿Podrá Calderón vivir otros 50 años, como dijo ayer que esperaba, “gracias a los avances de la ciencia”? El tiempo que viva no será tan relevante como lo que decida hacer con él. Varias universidades estadunidenses se disputan sus servicios como catedrático, pero tengo la impresión de que no podrá mantenerse alejado demasiado tiempo del país.
Ya se lo dijo a sus correligionarios del PAN: “Ahora tendré más tiempo para grillar”. Incluso hay quienes lo ven en el futuro —a él y a su esposa, Margarita Zavala— como senador. Y hasta aseguran que no le haría el feo a gobernar su tierra natal, Michoacán, algo que aún falta en su carrera política, pues perdió allí la elección para gobernador en 1995.
En todo caso, yo espero verlo cerca de los acontecimientos de la vida pública: escribiendo y opinando sobre el acontecer nacional, sometiendo sus argumentos a debate.
Si en algo se ha quedado corto en estas últimas semanas, desde mi punto de vista, ha sido en el reconocimiento pleno de su parte de culpa en la derrota del PAN en las elecciones de julio. Sin embargo, son hechos aún muy frescos y creo que con el tiempo podremos conocer un juicio más completo de su parte.
La ex presidencia puede ser un periodo muy fructífero para Calderón, quien ya no podrá modificar lo hecho en su sexenio, aunque sí ayudar enormemente a explicarlo.
El presidente Felipe Calderón entró ayer en esa etapa de la vida. Es un hombre en plenitud de facultades. Dejará el poder en poco más de 100 días y se convertirá en el octavo ex presidente más joven en el momento de entregar la banda, entre los 20 mandatarios que ha tenido el país desde la promulgación de la Constitución de 1917.
En unas palabras que dirigió ayer a los asistentes a su fiesta de cumpleaños, en Los Pinos, Calderón bromeó ayer sobre su llegada a la mojonera del medio siglo de vida. Recordó que a Diego Fernández de Cevallos y a otros los vaciló cuando se convirtieron en tostones: “¡Felicidades, pentagenario!”
Una muestra de salud mental es la capacidad de reírse de uno mismo. Calderón se mostró así ayer frente a sus invitados, sereno y mordaz, muy lejos de las caricaturas que lo pintan como bebedor consuetudinario u hombre de
Hoy, el principal problema de Calderón es qué hacer con el resto de su vida. El juicio histórico de su Presidencia no estará en sus manos y, de hecho, sólo el tiempo dirá si las estrategias que emprendió para hacer frente al crimen organizado dan un fruto fecundo o uno estéril o incluso ponzoñoso.
Conocí a Felipe Calderón en 1988, antes de las elecciones presidenciales de ese año. Él era dirigente juvenil del PAN y acudió a una reunión que organizaron jóvenes del Consejo Estudiantil Universitario y del Frente Democrático Nacional en las oficinas del Partido Socialdemócrata, que dirigía Luis Sánchez Aguilar, en la avenida Mariano Escobedo.
Desde entonces me pareció un hombre decente y bien intencionado, cualidades que le sigo viendo hasta ahora. Le tocó ganar la Presidencia de una forma polémica —que siempre será recordada por su frase haiga sido como haiga sido— y enfrentar un entorno nacional e internacional sumamente complejo.
No sé si sus principales decisiones acabarán siendo benéficas para México. Espero que sí, por el bien del país, pero insisto en que lo que él sembró tardará mucho en cosecharse, y pasarán años antes de que sepamos con certeza si tuvo razón.
De lo que no queda duda, al menos a mí, es que tomó decisiones pensando en lo que convenía a la mayoría de los mexicanos, bajo los principios de libertad y dignidad del ser humano. Se puede no estar de acuerdo con sus principales decisiones, pero es harto difícil documentar actos de mala fe a partir de un ejercicio de honestidad intelectual.
Personalmente, diferí de muchas de sus decisiones. Por ejemplo, escribí aquí que impulsar una cédula de identidad con una base de datos controlada por la Secretaría de Gobernación me parecía un acto peligroso para la privacidad del ciudadano y aberrante si se toma en cuenta la historia policiaca de este país.
Tampoco estoy de acuerdo con el abuso que se ha hecho del arraigo judicial como herramienta para sacar de la calle a delincuentes potenciales. Y creo que hay maneras más profesionales de someter a los sospechosos que ponerles una golpiza.
Sin embargo, pese a mis discrepancias, siempre he encontrado en Calderón a un político dispuesto a discutir sus decisiones, quizá no todo el tiempo con la mejor política de comunicación social aunque sí con la disposición de no sentirse dueño de la verdad. He tenido la oportunidad de entrevistarlo cuatro veces en Los Pinos y siempre me ha dejado con la impresión de ser un hombre convencido de la bondad de sus políticas pero con voluntad de explicar la lógica detrás de ellas.
No me cabe duda de que Calderón entrará en la etapa que ayer llamó “el medio tiempo de mi vida” y su “tornaviaje” perseguido por la sombra de los más de 50 mil asesinados durante su sexenio.
Mientras llegamos a conclusiones sobre si estas muertes son producto de la política de seguridad de este gobierno o parte de una violencia criminal creciente que ya venía mostrándose desde el periodo de Vicente Fox, creo que resulta indispensable —en un ejercicio intelectual que haga a un lado la politiquería— eliminar del análisis el concepto “guerra de Calderón”. Porque será lo que sea, pero nadie puede probar que este gobierno fue genocida.
Es verdad que lo que espera uno de un gobierno es que cumpla con su parte del pacto democrático y que otorgue la máxima seguridad a la población. Pero también lo es que México tiene un desbarajuste institucional cuyo origen va más allá de este sexenio y sobrepasa la estructura del gobierno federal.
Cargar toda la culpa de la incapacidad de frenar la violencia a la Federación sin duda vende bien políticamente, pero no es riguroso desde el punto de vista académico. Hay estados y municipios que han recibido cantidades enormes de dinero, pese a lo cual están sumamente endeudados y se han mostrado incapaces de hacer frente a la inseguridad, lo que les corresponde.
Ésta será una discusión en la que Calderón podrá incidir intelectualmente una vez que deje de ser Presidente. Será interesante leer los libros que ha prometido escribir y que, inevitablemente, tendrán que dedicarse a profundizar en la explicación del fenómeno de violencia que vive el país y las razones que lo llevaron a tomar las decisiones que tomó.
Será un ex Presidente de 50 años de edad. Más viejo que Emilio Portes Gil, quien acumuló 48 años como ex mandatario, antes de fallecer en 1978, pero más joven que Luis Echeverría, quien, a sus 90 años de edad, lleva 36 años fuera del poder.
A los 50 años de edad, T.S. Eliot publicó su Libro de los gatos habilidosos, que casi tres cuartos de siglo después sigue siendo un éxito teatral en Nueva York y Londres. ¿Y qué decir del gran Ringo Starr, quien se estrenó como miembro de The Beatles justo el día que nació Calderón, el 18 de agosto de 1962, y quien apenas a principios de este mes terminó una enésima gira musical?
¿Podrá Calderón vivir otros 50 años, como dijo ayer que esperaba, “gracias a los avances de la ciencia”? El tiempo que viva no será tan relevante como lo que decida hacer con él. Varias universidades estadunidenses se disputan sus servicios como catedrático, pero tengo la impresión de que no podrá mantenerse alejado demasiado tiempo del país.
Ya se lo dijo a sus correligionarios del PAN: “Ahora tendré más tiempo para grillar”. Incluso hay quienes lo ven en el futuro —a él y a su esposa, Margarita Zavala— como senador. Y hasta aseguran que no le haría el feo a gobernar su tierra natal, Michoacán, algo que aún falta en su carrera política, pues perdió allí la elección para gobernador en 1995.
En todo caso, yo espero verlo cerca de los acontecimientos de la vida pública: escribiendo y opinando sobre el acontecer nacional, sometiendo sus argumentos a debate.
Si en algo se ha quedado corto en estas últimas semanas, desde mi punto de vista, ha sido en el reconocimiento pleno de su parte de culpa en la derrota del PAN en las elecciones de julio. Sin embargo, son hechos aún muy frescos y creo que con el tiempo podremos conocer un juicio más completo de su parte.
La ex presidencia puede ser un periodo muy fructífero para Calderón, quien ya no podrá modificar lo hecho en su sexenio, aunque sí ayudar enormemente a explicarlo.
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