De imágenes y palabras: Cine y literatura en los ojos de Mario Vargas Llosa
Por Ricardo Bedoya
El Comercio, Lima
A pocos días de iniciarse una nueva edición del Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima,
nuestro primer novelista, Presidente del jurado del festival, habla
acerca de su afición al Western, su preferencia por John Ford y la deuda
de la novela del siglo veinte con la narrativa cinematográfica.
¿Tu afición al cine es muy antigua?
Es precoz. Mi madre me contaba que las
primeras veces que me llevó al cine, cuando era muy chico, era imposible
que llegara al final de la película porque apenas apagaban las luces me
ponía a llorar y tenía que sacarme. Pero cuando me acostumbré, me
convertí en un cinéfilo voraz.
¿Dónde fueron esas primeras visitas al cine?
En Cochabamba, antes de cumplir los diez
años. Recuerdo mucho las películas del Gordo y el Flaco; las seriales,
esas películas de aventuras que se veían por capítulos semanales, que
para mi fueron importantísimas; las películas de Tarzán. Pero recuerdo
sobre todo una película que me impresionó tremendamente y vi muchas
veces: Sangre y arena, que nunca he vuelto a ver para que el recuerdo
precioso que tengo de ella no se vaya a destruir.
¿Y esa afición por las seriales incluyó también al western?
En esa época empecé a ver westerns.
Siempre me gustaron mucho; son una de mis grandes debilidades. Me ocurre
una cosa curiosa: en el cine me gustan cosas que en la literatura
detesto. Nunca leería un western y, sin embargo, en el cine los westerns
siempre me han apasionado. Me pasa lo mismo con las películas
policiales. Me encantan pero no soy un lector de novelas policiales.
El western tiene algo novelesco, arquetipos, una densidad novelesca fuerte.
Sin duda; es un mundo de ficción y creo
que de alguna manera entronca con la tradición de la novela de
caballería: el héroe, el justiciero, esa lucha elemental entre el bien y
el mal encarnados en personajes antagónicos.
En tu juventud, el cine mexicano era un fenómeno.
Sí, fui un devorador de películas
mexicanas que, por supuesto, tenían una audiencia enorme aquí en el Perú
de los años 40 y 50. Todavía pienso que es el gran cine mexicano, con
toda su truculencia, sus historias de charros y su visión de la vida
nocturna entre romántica, sentimental y estereotipada. El cine mexicano
creó algo parecido al western, una mitología propia, con mucha gracia,
un lenguaje y una música y ciertas coordenadas anímicas, algo que
después el cine mexicano, por desgracia, perdió.
El cine aparece en 1895, en un momento en que la novela está en su esplendor ¿Que le aporta el cine?
Muchas cosas. La narración
cinematográfica agiliza extraordinariamente el tratamiento del tiempo en
la ficción narrativa. El cine nos acostumbra a ver el tiempo como un
espacio, algo en lo cual uno puede desplazarse saltando, por ejemplo,
hacia el pasado, y del pasado hacia el presente o el futuro, a una
velocidad instantánea, algo que la imagen permite identificar muy
fácilmente. En la literatura eso no existía hasta el cine. Con el cine,
la literatura empieza a tratar el tiempo con libertad y flexibilidad
porque se dirige a un público acostumbrado a esos saltos temporales
gracias a las películas. Otro aspecto es la visualidad. La literatura se
vuelve más visual a partir del cine.
¿En que novelistas sientes más esa influencia del cine?
En Hemingway. Sin el cine no sería
posible una literatura como la de Hemingway. Sus relatos parecen guiones
cinematográficos concebidos dentro del formato de una historia por su
extraordinaria visualidad, lo escueto de la dicción, de la palabra;
parecen haber sido concebidos como textos visuales. Creo que no hay
escritor contemporáneo que no haya recibido la extraordinaria influencia
de la imagen.
¿De qué novela, o acaso de qué
episodio de alguna de tus novelas, te gustaría ver una película? Acaso
de Conversación en la catedral o La casa verde?
No lo sé. De todas las novelas que he
escrito la más cinematográfica es ¿Quién mató a Palomino Molero?, porque
es una historia que tiene más o menos el formato de una película. Es
una novela corta o un cuento largo y una historia policial que se
relaciona con el cine. Es una historia que veía mientras la iba
escribiendo. Es probablemente la más cinematográfica de mis historias,
aunque no tengo suficiente distancia para juzgarlo en frío.
Como espectador, ¿qué cine prefieres?
Admiro mucho a los directores que han
sido capaces de crear un mundo a partir de obsesiones, de manías. Admiro
a los cineastas que han conseguido imponer esa personalidad, como Orson
Welles, Visconti, Bergman, todos muy distintos pero con un sello muy
personal. Son los que respeto, pero si tuviera que quedarme con un solo
cineasta probablemente me quedaría con John Ford, porque sus westerns me
han hecho gozar y me hacen gozar todavía. Aunque la obra de Ford no
tenga la grandeza de la de Buñuel o Welles, probablemente es la que yo
salvaría.
¿Te interesa ver adaptaciones cinematográficas de novelas que admiras?
Una gran novela tiene dimensiones que
para mi desbordan el tiempo y el espacio de una producción
cinematográfica, con excepciones. Kafka parece imposible de llevar al
cine y sin embargo Orson Welles hizo una película absolutamente
maravillosa basada en El proceso. Desconfío de adaptaciones de grandes
novelas, como Guerra y paz, de la que he visto varias versiones, o de
Los miserables. Siempre he sentido una gran frustración ante esas
adaptaciones que han estado a años luz de la riqueza del original.
¿Qué películas te han marcado?
Livia (Senso), de Visconti, es una de
las películas que más me ha conmovido. Aunque no esté basada en
Stendhal, tuve la sensación que era su mundo materializado en una
maravillosa película. Recuerdo con enorme admiración El tercer hombre,
que es mucho mejor que el original de Graham Greene, un texto bonito,
pero la película es esplendida. Los siete samuráis, que he visto media
docena de veces con deslumbramiento. Es un verdadero western de tipo
medieval adaptado al mundo japonés y que viví con el entusiasmo de una
extraordinaria novela. Admiro algunas películas de Berlanga, como Los
jueves, milagro, o El verdugo, que son imposibles de convertir en
literatura, porque ese tremendismo y ese humor negro no serían
soportados por la literatura. Río Bravo es una película que he visto
muchísimas veces. Y, entre las películas mas recientes, Apocalypse Now!
me conmovió, tal vez porque soy un gran admirador de Conrad, y de El
corazón de las tinieblas en particular. Es una adaptación no solo genial
sino fiel al espíritu de la obra siendo a la vez muy cinematográfica.
Es una marcada preferencia por las películas épicas.
Si. Aunque el cine ha logrado describir
el mundo interior, donde es imbatible es en el mundo exterior. Y en la
épica ha llegado donde muy pocas novelas han podido llegar. Precisamente
por la materialidad, esa presencia tan próxima a la inmediatez que te
puede dar una descripción cinematográfica.
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