domingo, 12 de agosto de 2012

El honor de los bandidos

Fernando Ravsberg

Tienda en Cuba (Foto: Raquel Pérez)
El Ministerio de Finanzas de Cuba acaba de dar la mejor noticia del 2012, por lo menos en lo que concierne al cubano de a pie. Anunció que unificará los precios de 100 productos básicos -desde el jabón hasta el pollo- en todas las tiendas de divisas.
Esta medida aumenta el poder adquisitivo de los ciudadanos, a la vez que ataca a los ineptos y corruptos. Contrapesa un poco las alzas de precios, la creación de un sistema impositivo y el endurecimiento de las leyes aduanales.

En Cuba todo el comercio está en manos del Estado y los monopolios, tanto los privados como los públicos, generan ineficiencias económicas.
Una de sus pocas ventajas es que permiten controlar los precios, algo que hasta ahora no se hacía.
A los tenderos les será más difícil poner "multas", ese sobreprecio que aplican a los productos para su propio beneficio. Una forma muy inmoral de corrupción porque afecta fundamentalmente a los más humildes, a los que viven de un salario en pesos cubanos.
Entre los empleados de las tiendas hay gente decente también pero el delito llega a tales niveles que para protegerse los gerentes le niegan el acceso incluso a la TV oficial. Yo mismo fui víctima de una golpiza de los guardias del centro comercial de Carlos III para impedirme filmar.
La multa no es un delito nuevo, hace casi una década publicamos en BBC Mundo un artículo titulado "Cuba: sufrir para comprar". Durante nuestra investigación encontramos una cocina de gas con una multa de US$200 por encima del precio establecido.
La misma bicicleta de niño era vendida en las tiendas con precios tan diferentes como US$34, US$60, US$80 y US$120. Mientras en La Habana Vieja nos ofrecieron un edredón de US$49 en el doble de su precio. Una práctica que 9 años después sigue vigente.
La gente en broma dice que por la cantidad de cadenas de oro puedes saber cuántos años lleva un cubano trabajando en las tiendas de divisas. Es tan buen negocio que algunos invierten miles de dólares para comprar un puesto de trabajo allí.
A los corruptos se le suman los dirigentes ineptos, que suben los precios para compensar su mala gestión, los productos que se le echan a perder, los que le roban sus mismos empleados y la acumulación de existencias invendibles por la relación calidad-precio.
Ahora, gracias al Ministerio de Finanzas, todos ellos se verán obligados a mantener los mismos precios. A partir de este momento los ciudadanos sabrán que le están robando 2 dólares cuando los tenderos les piden US$6,5 por un kilo de pechuga de pollo.
El periódico Granma debería sacar un especial en mejor papel con la lista de los 100 productos para que cada ciudadano la lleve en el bolsillo y sería muy práctico que en las tiendas sea obligatoria su exposición pública para atarle las manos a la delincuencia comercial.
De todas formas ellos son creativos, encontrarán otras vías para esquilmar a sus compatriotas. A mí me quisieron vender una bolsa de jabón en polvo con menos peso y llena de huecos. Trataron de convencerme de que la fábrica hace los agujeros para que el producto "respire".
En pocas partes del mundo se maltrata tanto a los clientes y lo peor es que estos se han acostumbrado. El consumidor acepta incluso que lo traten como a un delincuente, prohibiéndole entrar con cartera y revisándole las bolsas de la compra al salir.
Dice un viejo refrán que el ladrón piensa que todos son de su misma condición, una idea que se adapta perfectamente a esta historia. Bastaría entrar a la casa de algunos tenderos para comprobar que viven muy por encima de sus salarios.
Pero tampoco se trata ahora de lanzar una cruzada contra ellos porque, como me dijo una vez el tabaquero Don Alejandro Robaina, si una persona acepta trabajar por tan bajo salario es porque desde el principio está pensando en cómo robarle.
Sin embargo, nada puede justificar que les arrebaten el dinero a los cubanos más humildes, por eso hay que poner diques para contener la desmedida ambición de algunos. Hasta entre los bandidos debe de haber algún grado de honor o de ética.

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