Mi columna del 30 de julio para esta sección —sobre 
el intento del presidente salvadoreño Mauricio Funes y su partido en el 
Congreso, el FMLN, por destruir la independencia judicial y convertir al
 país en la próxima ficha del dominó venezolano— tocó una fibra sensible
 en el palacio presidencial de San Salvador.
El embajador de El Salvador en Washington respondió el 2 de agosto 
con una carta a The Wall Street Journal (WSJ) absolviendo a Funes de 
cualquier participación en la negativa de su partido en el Congreso a 
aceptar un fallo de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador. El 
presidente, afirma en la carta, no es más que un mediador en el 
"conflicto".
Eso fue difícil de digerir para al menos un prominente salvadoreño. 
El 9 de agosto, un ex magistrado de la Corte Suprema corrigió el 
documento con una carta propia a WSJ, enumerando las diversas formas en 
que Funes ha facilitado y alentado el asalto del FMLN contra el alto 
tribunal.
La incapacidad del Poder Ejecutivo para defender de manera imparcial 
el estado de Derecho ha sido mencionada en muchos lugares, incluso en un
 editorial del 23 de julio publicado en el periódico de la Universidad 
Centroamericana (UCA), una institución jesuita. De hecho, el apoyo de 
Funes al FMLN en su intento de golpe contra el máximo tribunal está tan 
bien documentado en la prensa salvadoreña que es difícil creer que las 
protestas de su gobierno estuvieran dirigidas a convencer a los 
salvadoreños de su mera inocencia.
                
 AFP/Getty Images
AFP/Getty Images
                
Mauricio Funes, presidente de El Salvador
No lo estaban. El gobierno de Funes no 
se dirigió a los salvadoreños cuando escribió su carta al WSJ. Su 
objetivo eran los contribuyentes estadounidenses.
Funes, al parecer, trata desesperadamente de proteger cientos de 
millones de dólares en subvenciones de Millennium Challenge Corporation 
(MCC). Tales subvenciones exigen a cambio respeto a la Constitución. Mi 
difusión del intento del FMLN por aumentar su poder, con el apoyo de 
Funes, no cuadraba con el relato, que lo presentaba como un protagonista
 imparcial, que su gobierno había promovido en Washington. El presidente
 mandó a su ministro de Relaciones Exteriores a Washington en julio para
 adelantar su versión de los acontecimientos.
El dinero de MCC es fundamental para que el FMLN retenga la 
presidencia en la elección de 2014. También es la mejor herramienta a 
disposición de Washington para influir en el desenlace de lo que se ha 
convertido en una amplia lucha de los salvadoreños para salvar la joven 
democracia de una toma de control por parte de la militancia del FMLN.
Lo que está en entredicho es un fallo del tribunal constitucional de 
junio que dice que el nombramiento de 10 magistrados a la Corte Suprema 
por parte de una legislatura controlada por el FMLN es 
anticonstitucional. El FMLN se reunió con algunos pequeños partidos en 
el Congreso y anunció que apelará la decisión ante la Corte 
Centroamericana de Justicia, con sede en Managua, Nicaragua. Esto es 
como si los legisladores en Estados Unidos apelaran la decisión de la 
Corte Suprema de validar en su mayor parte la reforma de salud del 
presidente Barack Obama ante la Organización de Estados Americanos 
(OEA). Es absolutamente absurdo.
Pero en lugar de decir eso, Funes apoyó públicamente la apelación a 
Managua y luego permitió que las fuerzas de seguridad pública ayudaran 
el 1 de julio a la apertura forzada e ilegal de la sede del tribunal 
para permitir el acceso de los nuevos jueces. La reacción de la sociedad
 civil, de todo el espectro político, lo convenció de retirarse, pero no
 de rendirse. Ahora, Funes encabeza una "negociación" a puerta cerrada 
entre las partes, como si las decisiones del alto tribunal en una 
república constitucional debieran ser sujeto de la aprobación de las 
clases políticas.
Funes sabe que su intento de echar por la borda la independencia 
judicial y el estado de Derecho, de no ser revertido, descalificará a El
 Salvador para recibir nuevos subsidios de MCC. La organización fue 
creada para asegurarse que los países que reciben ayuda extranjera 
mantengan una conducta intachable a la hora de gobernar en forma 
democrática. También sabe que los casi US$450 millones en subvenciones 
que el país ya recibió han sido vitales para su gobierno, porque todo lo
 demás en la economía se ha ido a pique.
En 2010 y 2011, el Producto Interno Bruto de El Salvador apenas 
creció 1,4% anual. En el Índice de Libertad Económica elaborado por 
Heritage Foundation y WSJ, el país ha caído del puesto 33 al 41 en el 
mundo desde que Funes asumió el cargo. En 2005 ocupaba el lugar 19. El 
mes pasado, la agencia de calificación Fitch Ratings rebajó la deuda del
 país de "BB estable" a "BB negativa" debido al deterioro de la 
situación fiscal. Hace menos de 15 años, la deuda salvadoreña tenía una 
calificación de grado de inversión gracias a las enérgicas reformas 
liberales.
El país puede estar recibiendo todavía buenas críticas, como ocurrió 
en julio, de los funcionarios de MCC que lo consideran como su 
"cliente". Sin embargo es probable que el Congreso estadounidense vea 
las cosas de manera diferente. La oficina del senador republicano Marco 
Rubio me dijo la semana pasada que hasta que se restablezca el orden 
constitucional "está pidiendo a la MCC que anuncie públicamente la 
suspensión indefinida de todas las consideraciones de un segundo acuerdo
 con El Salvador y la suspensión inmediata de cualquier ayuda que El 
Salvador reciba a través del programa Partnership for Growth".
Así es como se supone que MCC funciona y es por eso que Funes está preocupado.
 
 
 
 
 
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