El rompecabezas sirio
Para entender mejor el conflicto sirio
-que la Cruz Roja Internacional, encargada de verificar la Convención
de Ginebra respecto al cumplimiento de las reglas bélicas, acaba de
calificar de guerra civil-, quizá conviene ver por separado sus muchas
partes. Lo central -una revolución contra una dictadura antigua en el
mundo árabe- es sencillo de resumir. Pero la complejidad de su
engranaje es basante mayor que la de Túnez, Egipto y Libia. Veamos cómo
y por qué.
Origen del conflicto
En Siria hay una dictadura del Baaz,
especie de nacional-socialismo árabe, desde 1963. Tras dos décadas de
vida independiente caótica, en que se sucedieron los golpes de Estado,
el ejército y el partido más organizado tomaron por la fuerza el poder.
Hubo luchas internas y sucesivos liderazgos, pero en 1970 el oficial
Hafez al-Assad se hizo fuerte e inició el régimen dinástico que, a
partir de 2000, tras su muerte, pasó a ser dirigido por su hijo, el
actual dictador Bashar al-Assad.
Cualquiera que haya estado en Siria, y
es mi caso, habrá comprobado que se trata de un gobierno no
autoritario, sino cuasi totalitario. Aunque Bashar al-Assad inició una
tímida apertura que dio algo de oxígeno, mantuvo el Estado policial de
su padre y el sistema de alianzas internacionales, especialmente con
Irán, Hezbolá (Líbano) y Hamas (palestinos).
Los Assad entronizaron a la minoría
alauí -un 12% del país-, que había sido políticamente marginal hasta
entonces (los alauís son considerados una rama del shiísmo). Dieron a
esa minoría el poder político, militar y económico. Pero se aseguraron
asimismo la lealtad de una nueva elite suní cooptando a ciertos líderes
de esa etnia, que representa tres cuartas partes del país. Así, por
ejemplo, casi todos los ministros del gabinete de Bashar al-Assad antes
de este conflicto eran suníes cooptados. Otros grupos -los cristianos,
por ejemplo, que representan una minoría significativa, o los kurdos-
tuvieron mucha menos acogida. En cualquier caso, se trató del ascenso
del poder alauí sobre un país abrumadoramente suní.
La Primavera Arabe tardó en hacerse
sentir en Siria. Las primeras manifestaciones fueron fácilmente
sofocadas y sólo a partir de marzo de 2011 se puede hablar del inicio
del conflicto en las dimensiones que hoy conocemos. Había habido
diversas formas de oposición frustrada a lo largo de los años. En 1982,
como se recuerda siempre, Assad padre masacró a más de 20 mil sirios
en Hama. En años más recientes, los Comités de Coordinación Local
habían, con distintos atuendos, fungido de oposición civil. En 2011,
bajo el impulso que viene del mundo árabe, la Resistencia cobra bríos y
desata un conflicto que podría acabar con el régimen.
Aunque son muchos los grupos que la
componen y no pocos sus antecedentes, los opositores actuales están
agrupados principalmente en dos organizaciones que operan como la parte
civil y la parte militar y de la revolución. Uno es el Consejo
Nacional Sirio, que fue anunciado desde Estambul el 23 de agosto de
2011, aunque en cierta forma ya existía desde 2005. Este grupo ha
tenido diversos líderes, pero el actual, Abdel Basset, es un kurdo que
vive en Suecia, cuya elección reciente es un evidente esfuerzo por
proyectar una imagen de pluralidad étnica y tolerancia. Los Comités de
Coordinación Local son, bajo varios apelativos, el brazo interno de
esta organización que la comunidad internacional ya reconoce como un
interlocutor legítimo. El Consejo dice querer una democracia
representativa, relaciones civilizadas con el mundo exterior y
reconciliación. Los Hermanos Musulmanes, factor clave en las
revoluciones de la Primavera Arabe, lo respaldan.
El brazo militar de la revolución se
aglutina en el Ejército Libre de Siria. Son desertores de las fuerzas
armadas sirias. El anuncio de su formación lo hizo, también desde
Turquía, el coronel Riad al-Assad. Desde entonces, más de una treintena
de generales se han sumado, y cientos de soldados y oficiales siguen
incorporándose. El general más emblemático de los desertores es Manaf
Tlas, amigo de Assad desde la infancia e hijo de un ex Ministro de
Defensa que era sumamente cercano al padre, Hafez al-Assad.
Situación militar
Las dos partes sufren un problema grave.
El de Assad es evidentemente la hemorragia desertora de sus militares,
aunque la Cuarta División, la más cercana a él, se mantiene firme; el
del Ejército Libre de Siria es que carece de aviones o de protección
aérea de alguna fuerza extranjera y sólo tiene los tanques y blindados
que es capaz de arrebatar al enemigo. Aunque gracias al dinero que
recibe de distintas fuentes árabes (en especial Qatar y Arabia Saudí)
y, más encubiertamente, de occidente (Obama ha dado una orden que
permite canalizar fondos hacia ellos), el armamento que han conseguido
en el mercado negro aún está lejos de representar un poder suficiente
frente a las fuerzas oficialistas.
Hasta ahora, el Ejército Libre de Siria
ha logrado dos cosas relativamente importantes. Una es extender el
conflicto a distintas regiones. Desde Daraa, en el sur, hasta Alepo, en
el norte, pasando por los céntricos Homs y Hama, hay lucha en todas
partes. En este momento el foco principal está en Alepo, pero ello
puede cambiar. El otro logro de los revolucionarios es haber tomado
puestos en zonas de frontera con Iraq y con Turquía. Sin embargo, aún
no han podido establecer un corredor seguro hacia alguna de las
fronteras para garantizar el abastecimiento continuo. Tampoco -y este
es el gran objetivo- han podido crear una zona liberada que permita a
las democracias occidentales y a los aliados árabes soltar ayuda en
volúmenes significativos desde el aire.
Deserciones civiles
A las deserciones militares antes
mencionadas se suman las civiles. Ha habido muchas. Y sigue
habiéndolas. La más impactante ha sido, hace muy pocos días, la del
Primer Ministro, Riad Hijab, a quien Assad le había encargado formar
gobierno en junio pasado, en pleno conflicto. También tuvo repercusión
en su momento la deserción del embajador sirio en Iraq, hombre clave
dado el apoyo que brindaba Damasco a los grupos shiíes radicales. La
sensación de desmoronamiento que producen estas deserciones puede
resultar determinante para el colapso del régimen.
Cuántos muertos
No se sabe a ciencia cierta cuántas
personas han muerto. Distintas organizaciones, que incluyen el
Observatorio Sirio de DD.HH. basado en Londres, cifran el saldo hasta
ahora en más de 20 mil personas, lo que superaría la masacre de Hama
perpetrada por Hafez al-Assad en los años 80´. El uso de la aviación,
la artillería pesada y francotiradores en todas las ciudades
importantes ha sido el gran responsable de la mayor parte de las
muertes. Del lado de la revolución, se han producido atrocidades
también. Un video reciente muestra al Ejército Libre de Siria
ejecutando sumariamente a cuatro hombres leales a Assad.
Todos los desertores sirios han
denunciado masacres, torturas y violaciones masivas, de muchas de las
cuales ellos mismos han sido testigos directos. El Consejo Nacional
Sirio ha hecho hincapié en que serán juzgados los capitostes del
régimen por la violencia indiscriminada contra la poblacón civil.
Al-Qaeda
Desde el año pasado, ambas partes
denuncian que el terrorismo islámico juega un papel clave en el
conflicto. Los rebeldes acusan al gobierno de incentivar esa presencia
para sembrar la confusión y desprestigiar al Consejo Nacional Sirio y
al Ejército Libre de Siria. Assad asegura que han entrado por la
frontera con Iraq muchos agentes del terrorismo islámico que operan al
servicio de al-Qaeda.
La presencia de al-Qaeda y grupos afines
no parece admitir duda. El jefe del espionaje estadounidense la ha
denunciado ante el propio Senado de su país. Opera sobre todo bajo la
sombrilla de al-Nasra y ha perpetrado varios atentados. El objetivo de
los fanáticos islamistas es capturar el poder en Siria e Iraq, fijar
una suerte de mancomunidad, y usar esa plataforma para librar una
guerra contra Israel y contra regímenes árabes odiados.
Por el momento, aunque ha deslindado con
el terrorismo islámico, el Consejo aprovecha su presencia en Siria
para debilitar al régimen.
Son aliados objetivos aunque representen cosas muy distintas.
Armas químicas
El propio Assad ha admitido que tiene
armas químicas y que las empleará si la comunidad internacional
interviene en contra suya. Nawaz Fares, ex embajador en Iraq, conocedor
del programa químico, ha dicho tras su deserción que Assad posee un
arsenal importante. EE.UU. ha advertido a Assad que ello tendría
“graves consecuencias”. También Israel ha reaccionado con contundencia
verbal, aunque es probable que en el cálculo de Assad haya estado
provocar a Tel Aviv. Arrastrar a Israel al conflicto permitiría a Assad
neutralizar en parte el apoyo árabe a la revolución.
La comunidad internacional
El respaldo de Estados Unidos, Europa y
la Liga Arabe a los rebeldes es inequívoco. La comunidad internacional
democrática ve en el régimen de Assad a uno de los peores ejemplos de
dictadura árabe dispuesta a perpetuarse por todos los medios y a servir
de cortafuegos a la expansión de la Primavera Arabe. Sin embargo, a
diferencia de Libia, donde intervino proveyendo cobertura aérea a los
rebeldes, en Siria esto no ha sido posible.
EE.UU. fue muy reacio durante los
primeros meses a manifestarse decididamente en favor de la caída de
Assad para no ser arrastrado nuevamente a un conflicto armado en
Oriente Medio. Pero las atrocidades cometidas por Assad, la presión de
los republicanos en casa y de los países de la Liga Arabe convencieron a
Obama de que debía adoptar una postura más abiertamente interventora.
Desde entonces y hasta la firma reciente de una orden que permite ayuda
encubierta, la línea oficial ha sido que Assad debe irse. La UE
respalda también abiertamente la revolución.
Todo esto ha chocado con una pared de cemento: el apoyo de Rusia y China a Assad.
El factor Rusia/China
La comunidad internacional pretendía
amenazar a Assad con una resolución basada en el artículo 24 de la
Carta de la ONU. Ese instrumento hubiese dado a los aliados la
posibilidad de intervenir militarmente, por ejemplo, para establecer
una zona de exclusión aérea o para debilitar a las fuerzas leales a
Assad. Pero Rusia y China han bloqueado todo intento de hacer esto con
su derecho a veto en el Consejo de Seguridad. Moscú no quiere que
suceda lo que pasó en Libia, donde la intervención de la ONU allanó el
camino para que las democracias liberales de Occidente ayudaran a
derribar a un régimen que fue sucedido por un gobierno pro occidental.
Ellos ven el mundo en función de su pulso geopolítico con EE.UU., no
como una división entre democracias y dictaduras.
La consecuencia ha sido el
envalentonamiento de Assad, que hace algunos meses maniobraba
diplomáticamente para evitar una intervención con promesas reformistas y
treguas, pero que hoy huye hacia adelante sin pausa. Rusia ha vendido
armas a Siria por unos US$ 3.500 millones y utiliza el puerto de
Tartous en el Mar Negro, cedido por Siria desde hace décadas, para
abastecer al régimen. Los rebeldes, aunque utilizan Turquía como centro
internacional principal, no tienen una vía de acceso tan segura de
utilizar dentro del país para material bélico externo.
El fracaso de la comunidad internacional
quedó de manifiesto recientemente cuando el ex Secretario General de
la ONU, Kofi Annan, nombrado enviado especial por su sucesor, Ban
Ki-moon, anunció que dejaría esa misión porque no veía forma de
resolver el conflicto. Originalmente había logrado una tregua sobre el
papel y un espacio para que una misión de observadores militares de la
ONU verificara el cumplimiento. La realidad ha dejado sin posibilidad
de éxito a Annan.
Irán
Es el gran aliado de Siria. Los nexos
entre Teherán y Damasco son antiguos. Han colaborado juntos en el apoyo
a Hezbolá en el Líbano y a Hamas en los territorios palestinos.
Comparten su enemistad con gobiernos árabes pro occidentales, y con
Israel y los Estados Unidos. Los líderes del régimen visitan Irán a
menudo y hay fuerzas iraníes combatiendo en favor de Assad al interior
del país. La caída de la dictadura pro iraní en Siria sería un durísimo
golpe a Teherán y a su estrategia de dominación en el Medio Oriente.
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