REFLEXIONES
LIBERTARIAS
EL
ESTADO ¿AMO O SIRVIENTE?
Ricardo
Valenzuela
Mitt
Romney, el candidato republicano a la presidencia de los EU, acaba de
seleccionar a quien lo acompañará como su Vicepresidente en la lucha política
que se avecina, Paul Ryan. Ryan es un joven congresista y uno de los
consentidos del Partido del Té. El debate se torna por demás interesante. En la
esquina de Obama los estatistas gritando; “Ustedes son mis hijos y con los
derechos que les delego, me haré responsable de su bienestar de la cuna a la
tumba”. En la otra Romney afirmando; “Nosotros somos sirvientes a quienes nos
han confiado la responsabilidad de protegerlos. El gobierno no es quien los ha
dotado de sus derechos, somos solo los protectores de los mismos.”
El
enfrentamiento político en los EU deberá definir una vez por todas, cual debe
ser la saludable relación del ciudadano con su gobierno.
En
esta era de acontecimientos históricos en la cual los mexicanos nos encontramos
intentando redefinir la relación del ciudadano común con su gobierno. En la
cual estamos también tratando de implementar un verdadero sistema democrático republicano
que conduzca a el país por la ruta de la prosperidad y la justicia, pensamos es
importante analizar algunos conceptos que aclaren las posiciones de ambas
partes.
Una
creencia común en nuestro país es que los derechos de los mexicanos emanan de
nuestra constitución o de nuestro gobierno. Esta es una de nuestras creencias más
erróneas. A través de la historia, la original creencia común fue que la gente
eran sujetos incondicionales de los mandatos de sus gobiernos. Si el Rey le
ordenaba a una persona abandonar su familia para pelear en una guerra lejana, tenía
que obedecer. El rey podía controlar y regular vida y propiedad porque era
soberano y supremo y los ciudadanos como súbditos, eran subordinados e
inferiores. Cuando el Rey ordenaba, había que obedecer.
Gradualmente
la gente empezó a cuestionar el concepto del soberano con control irrestricto
sobre sus vidas y sus fortunas. En 1215, por ejemplo, con la promulgación de carta
magna, el Rey por primera vez en la historia fue forzado a admitir que sus
poderes sobre los ciudadanos eran limitados. Sin embargo, fue hasta 1776 con la
declaración de independencia de los EU, que el concepto del soberano
todopoderoso fue prácticamente destruido. El gobierno no era soberano y supremo,
Jefferson declaró al mundo. Los individuos lo son. Por lo mismo, los
funcionarios públicos son subordinados e inferiores a los ciudadanos.
En
esos momentos nació el concepto de que los seres humanos nacen con ciertos
derechos fundamentales que fueron anteriores a los gobiernos. Es decir, los
derechos del hombre no provienen del Rey ni de ningún gobierno. Derechos como
la libertad, la vida, la propiedad y la búsqueda de su felicidad, existen
independiente y previamente a los gobiernos, no por ellos, son los derechos
naturales de todo ser humano.
La
razón por la cual la gente organiza los gobiernos es precisamente para proteger
el ejercicio de esos derechos. Es decir, en la ausencia de un gobierno, los
elementos negativos como los delincuentes harían la vida de la sociedad miserable.
Por lo tanto, se necesita un gobierno para arrestar, juzgar y castigar a ese
tipo de gente. Un gobierno que proteja vida, libertad, propiedad y contratos.
No se necesitan gobiernos promotores, petroleros, electricistas, banqueros etc.
¿Que
pasa cuando el gobierno quebranta su obligación de proteger a la sociedad y se
convierte en un elemento más destructivo de los que sería en ausencia de ese
gobierno? Entonces la gente tiene el derecho de alterarlo o abolirlo e
implementar uno nuevo designado para proteger, no destruir, el ejercicio de los
derechos naturales que Dios nos heredó. El problema que enfrentaron de
inmediato los promotores de esta nueva forma de organización social, era el
saber si era posible el formar un gobierno que permaneciera limitado, inferior
y subordinado al mandato de la gente, y que no asumiera el tradicional papel de
soberano y supremo en sustitución de los monarcas.
Para
entender la actitud del ciudadano común en México hacia su gobierno y la
relación con él, hay que remontarnos a la conquista de la Nueva España y los
trescientos años de control de nuestro territorio de parte de una institución
tan autócrata como la corona de España, y la intervención en estos
acontecimientos de una iglesia católica medieval en aquella época, que siempre
promovió una sumisión total a las instituciones de parte de los ciudadanos.
Cuando Adam Smith publicó su magna obra “La Riqueza de las Naciones” en 1776,
en España fue prohibido y el delito de poseerlo castigado por la inquisición.
Después
de la independencia, México se convirtió en un cruento campo de batalla en una
lucha letal por el poder que en esos momentos se estaba gestando para el estado
mexicano, el poder absoluto, el regreso al concepto del monarca absoluto,
soberano y supremo, ahora representado por una infinidad de caudillos tanto
liberales como conservadores. En el ocaso del siglo XIX, Porfirio Díaz se adueñó
de tal poder transportando al país hasta el siglo pasado en un estado de
cacicazgo, mediante una dictadura que encendió las pasiones de los mexicanos.
A
principios del siglo pasado el país se sume en una revolución liberal que fue
secuestrada por los socialistas en el constituyente de Querétaro en 1917, con
la elaboración de una constitución de ese corte, socialista, que fue la puerta
que se abrió para establecer el sistema “político moderno” de México basado en
lo mismo, el poder absoluto, pero ahora ejercido ese poder por un solo partido
y un monarca sexenal llamado Sr. Presidente.
Durante
los siguientes 70 años esta fatal combinación se ha encargó también de
convencer a los mexicanos de que el estado es superior, absoluto, soberano y
supremo. Que los ciudadanos somos inferiores, somos súbditos, que necesitamos
para todo extender la mano al estado, pedir su anuencia, darle eternamente las
gracias.
Finalmente
en el despertar de este nuevo siglo, los mexicanos debemos de entender que el
ciudadano es el soberano, no el estado, que el estado debe ser inferior y
supeditado al mandato de la gente, que el estado debe tener limitaciones, que
ya no debe haber monarcas sexenales que afirmen
“el estado soy yo,” que el mismo pueblo debe elegir a sus “servidores públicos,”
y no simplemente heredar el trono como ha sucedido. Los mexicanos finalmente
debemos de entender que como seres humanos tenemos derechos naturales
anteriores e independientes del estado, y la función primordial del estado es
el velar y proteger esos derechos.
Desgraciadamente
todavía hay políticos que no lo entienden y no quieren que los mexicanos lo
entiendan. Quieren simplemente regresar a la época del estado feudal y
omnipotente, del monarca sexenal, a la dictadura perfecta. ¡Cuidado caciques
estatales y reyecitos estilo Hugo Chávez!
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