martes, 21 de agosto de 2012

El séptimo año


El séptimo año

Los presidentes de México aprenden a base de sangre, sudor y lágrimas que el mejor año de su sexenio es el séptimo. En ese año se revela qué se hizo bien y qué estuvo mal, así como cuánto bien o mal le quisieron cobrar.

Antonio Navalón

Todo bien. O, al menos, todo en camino de ir bien. Ya hay ponencia para el Trife. El magistrado Penagos ha preparado una primera resolución en la que, por tercera vez consecutiva, la elección presidencial se revalida, pero se cuestiona.



Con Vicente Fox se inició el camino que ahora sigue Monex. En aquel entonces le llamaron “Los Amigos de Fox”. De allí surgió uno de los momentos más brillantes de la historia moderna de la política mexicana: el Pemexgate. De allí también salió la mayor multa jamás infligida por el IFE contra el entonces saliente partido del poder, el PRI.


Ahora el Trife hará pública su sentencia, que aunque valida la elección, abre nuevamente el camino a la sospecha generalizada de cuánto cuesta ser presidente de México. Hace bien el PAN en acostumbrarse a uno de los últimos legados de Calderón en su paso por el poder: el recuperado sentido del humor del ya cincuentenario presidente. El PAN también se debe acostumbrar a que da igual que en este momento le toque perder, no hay más prueba del nueve para los gobernantes que el momento de la salida.


Los presidentes de México aprenden a base de sangre, sudor y lágrimas que el mejor año de su sexenio es el séptimo. En ese año –como las plagas de Egipto, como todo lo importante– se revela qué se hizo bien y qué estuvo mal, así como cuánto bien o mal le quisieron cobrar.


En el séptimo año, los presidentes de México hacen lo suyo. A todos les retumba el eco del célebre monólogo que pronunció Marco Antonio en la escalinata del Senado romano con el cuerpo de César ensangrentado: “El bien que los hombres hacen a menudo es enterrado junto a sus huesos, pero el mal que los hombres hacen... continúa viviendo después de ellos”.


Calderón, quien celebra su último cumpleaños en Los Pinos como si fuera el primero, tiene –ahora sí– todos los secretos de un Estado. Este presidente puede ser, y de hecho lo está siendo, el mejor colaborador de su colega –no de partido, pero sí de banda– en la transición.


Le está dando los planos secretos de los desagües del poder antes de que llegue. Además, Calderón sí tiene en su mano y en su historia cosas por compartir con su colega que tienen un valor incalculable, para él en su manera de salir y para Peña en su manera de llegar.


A todo presidente mexicano le llega su séptimo año, por eso es tan importante observar cómo Calderón le está “limpiando la casa” a Peña. Otro asunto es saber en cuánto se cotiza el kilo de dossier secreto.
Mientras tanto, pie a Tierra. Estamos en un momento en el que no hay que engañarse: las cosas no salieron como le prometieron al presidente entrante. Una parte fundamental del poder no está en manos de Peña Nieto, aunque sí lo tengan sus correligionarios: el Legislativo y el Judicial. Lo cierto es que hoy por hoy es cercano, pero lejano.


El poder de las verdaderas claves del Estado, es decir, los militares, los servicios de inteligencia, los desaparecidos –porque existen–, empiezan a aparecer como la gran preocupación presente y futura.


Por último están las reformas. Los tecnócratas nos vendieron la idea de que México iba derecho al IVA, que había una dura pugna por crear la Secretaría de la Seguridad Social, que el modelo de asistencia pública se iba a refundir; sin embargo, el país empieza a tener otros problemas estructurales profundos.


Ha llegado la hora de resolver: ¿quién pondrá orden entre las empresas de telecomunicaciones? ¿Quién pondrá orden en la agenda del presidente? ¿Quién podrá hacer posible la agenda presidencial? ¿Quién pondrá orden entre los gobernadores? ¿Quién está en condiciones de decir dónde y cómo será la comunicación entre Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto?

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