El secretario de Defensa de EEUU, Leon Panetta (izq.), y el ministro de
Defensa israelí, Ehud Barak, visitan una batería antimisiles en el sur
de Israel, a principios de agosto.
Roland J. Behar
La semana pasada Ahmadinejad nuevamente expresó su odio hacia
Israel denominando su existencia como “un insulto a la humanidad”, que
los sionistas eran un cáncer que hay que extirpar de raíz. La reacción
del mundo civilizado a este discurso, abogando por la desaparición un
estado soberano y sus habitantes fue la de siempre: silencio.
El 18 de agosto, el secretario general del grupo terrorista libanés Hezbollah, Hassan Nasrallah, declaró que estaban dispuestos a asesinar decenas de miles de civiles israelíes atacando blancos específicos mediante el uso de cohetes teledirigidos.
En Europa, en el pasado y aún en el presente, hay gente que considera la mera existencia de los judíos como una aberración. Esta mentalidad permitió que se produjeran abusos, matanzas y, finalmente, el holocausto de seis millones de judíos a mediados del siglo pasado.
¿Por qué Ahmadinejad y Nasrallah se atreven a expresarse de este modo? Porque pueden. Saben que pueden, porque ya lo han hecho antes y no pasó nada. Saben que pueden, porque a pesar de sus intenciones de armarse con artefactos nucleares para destruir a Israel, a sus vecinos y a quien se les antoje, los países europeos, latinoamericanos, asiáticos y africanos mantienen relaciones diplomáticas y comerciales con Irán como con cualquier país normal.
Afortunadamente, luego de decenas de años de esfuerzo colectivo, duro trabajo y tesón, en 1948 se logró crear el Estado de Israel en una pequeñísima parte de su territorio histórico, el cual fue reducido aún más luego de la invasión de sus vecinos el mismo día en que se declaraba el nacimiento del joven estado.
Desde su fundación –e incluso antes de la misma– ese pequeño pueblo ha hecho innumerables aportes a la humanidad en todos los campos, y ni aún así ha logrado conseguir la solidaridad y el reconocimiento que merece.
Los judíos nos sentimos como cuando Hitler campeaba por sus respetos aprovechándose de la indiferencia del orbe ante la matanza. Entonces fuimos como reses al matadero para beneplácito de muchos. Hoy los judíos del estado de Israel y de la diáspora no repetirán jamás ese error, por dos razones: aprendieron la dura lección de que no pueden contar con nadie y saben que hay que estar preparados para que quienes les ataquen perezcan en el intento.
Como una brevísima luz de esperanza aparecieron el domingo 19 las declaraciones del embajador de Israel en Washington, asegurando –y este hombre sabe lo que dice– que él no siente que hay ninguna presión sobre Israel por parte del gobierno de EEUU de no actuar en contra de Irán, y que está convencido de que “si Israel decide actuar en contra de Irán, ganaríamos un amplio apoyo entre el pueblo estadounidense”. Añadió que la administración Obama “continuará reconociendo nuestro derecho a defendernos y que un ataque israelí no arruinaría las relaciones americano-israelíes”.
Los israelíes están hoy como se hallaban en los albores de la guerra de 1967. Sabían de las intenciones del enemigo, de las fuerzas que poseían y su capacidad de destrucción, de su deseo de aniquilamiento y desaparición del Estado hebreo. Como entonces, los israelíes están convencidos y dispuestos para iniciar un ataque contra Irán previniendo que este se les adelante. En 1967, empleando el armamento y la tecnología que el joven Estado hebreo había sido capaz de conseguir en sus cortos 19 años de existencia, junto al arrojo y la inteligencia de sus hombres y mujeres en las fuerzas armadas, logró una victoria aplastante sobre sus enemigos. En sólo seis días, ocuparon, prácticamente, todo el desierto del Sinaí, con amplias posibilidades de llegar hasta El Cairo en Egipto. Sus fuerzas penetraron más de 30 millas de territorio sirio y, además, infligieron una aplastante derrota a las fuerzas jordanas, entonces las mejor entrenadas y equipadas entre los árabes.
Hoy las fuerzas israelíes cuentan con muchísimo mejor armamento. Poseen –y son capaces de fabricar– las más sofisticadas armas de nuestro tiempo. Ante la alternativa que hoy enfrentan y la indiferencia del mundo, no nos quepa duda de que utilizarán los recursos de que disponen para su defensa. Israel, que ha hecho sus máximos esfuerzos para lograr la paz con sus vecinos –con bastante poco éxito– lleva años preparándose para este momento para dar el todo por el todo, convencidos de que si no vencen, su destino es la aniquilación o la diáspora. Eso ya lo aprendieron. No hay otra opción. Que salga el sol por donde salga, pero víctimas indefensas: ¡nunca más!
El 18 de agosto, el secretario general del grupo terrorista libanés Hezbollah, Hassan Nasrallah, declaró que estaban dispuestos a asesinar decenas de miles de civiles israelíes atacando blancos específicos mediante el uso de cohetes teledirigidos.
En Europa, en el pasado y aún en el presente, hay gente que considera la mera existencia de los judíos como una aberración. Esta mentalidad permitió que se produjeran abusos, matanzas y, finalmente, el holocausto de seis millones de judíos a mediados del siglo pasado.
¿Por qué Ahmadinejad y Nasrallah se atreven a expresarse de este modo? Porque pueden. Saben que pueden, porque ya lo han hecho antes y no pasó nada. Saben que pueden, porque a pesar de sus intenciones de armarse con artefactos nucleares para destruir a Israel, a sus vecinos y a quien se les antoje, los países europeos, latinoamericanos, asiáticos y africanos mantienen relaciones diplomáticas y comerciales con Irán como con cualquier país normal.
Afortunadamente, luego de decenas de años de esfuerzo colectivo, duro trabajo y tesón, en 1948 se logró crear el Estado de Israel en una pequeñísima parte de su territorio histórico, el cual fue reducido aún más luego de la invasión de sus vecinos el mismo día en que se declaraba el nacimiento del joven estado.
Desde su fundación –e incluso antes de la misma– ese pequeño pueblo ha hecho innumerables aportes a la humanidad en todos los campos, y ni aún así ha logrado conseguir la solidaridad y el reconocimiento que merece.
Los judíos nos sentimos como cuando Hitler campeaba por sus respetos aprovechándose de la indiferencia del orbe ante la matanza. Entonces fuimos como reses al matadero para beneplácito de muchos. Hoy los judíos del estado de Israel y de la diáspora no repetirán jamás ese error, por dos razones: aprendieron la dura lección de que no pueden contar con nadie y saben que hay que estar preparados para que quienes les ataquen perezcan en el intento.
Como una brevísima luz de esperanza aparecieron el domingo 19 las declaraciones del embajador de Israel en Washington, asegurando –y este hombre sabe lo que dice– que él no siente que hay ninguna presión sobre Israel por parte del gobierno de EEUU de no actuar en contra de Irán, y que está convencido de que “si Israel decide actuar en contra de Irán, ganaríamos un amplio apoyo entre el pueblo estadounidense”. Añadió que la administración Obama “continuará reconociendo nuestro derecho a defendernos y que un ataque israelí no arruinaría las relaciones americano-israelíes”.
Los israelíes están hoy como se hallaban en los albores de la guerra de 1967. Sabían de las intenciones del enemigo, de las fuerzas que poseían y su capacidad de destrucción, de su deseo de aniquilamiento y desaparición del Estado hebreo. Como entonces, los israelíes están convencidos y dispuestos para iniciar un ataque contra Irán previniendo que este se les adelante. En 1967, empleando el armamento y la tecnología que el joven Estado hebreo había sido capaz de conseguir en sus cortos 19 años de existencia, junto al arrojo y la inteligencia de sus hombres y mujeres en las fuerzas armadas, logró una victoria aplastante sobre sus enemigos. En sólo seis días, ocuparon, prácticamente, todo el desierto del Sinaí, con amplias posibilidades de llegar hasta El Cairo en Egipto. Sus fuerzas penetraron más de 30 millas de territorio sirio y, además, infligieron una aplastante derrota a las fuerzas jordanas, entonces las mejor entrenadas y equipadas entre los árabes.
Hoy las fuerzas israelíes cuentan con muchísimo mejor armamento. Poseen –y son capaces de fabricar– las más sofisticadas armas de nuestro tiempo. Ante la alternativa que hoy enfrentan y la indiferencia del mundo, no nos quepa duda de que utilizarán los recursos de que disponen para su defensa. Israel, que ha hecho sus máximos esfuerzos para lograr la paz con sus vecinos –con bastante poco éxito– lleva años preparándose para este momento para dar el todo por el todo, convencidos de que si no vencen, su destino es la aniquilación o la diáspora. Eso ya lo aprendieron. No hay otra opción. Que salga el sol por donde salga, pero víctimas indefensas: ¡nunca más!
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