Sergio Muñoz Bata
Con la inclusión de Paul Ryan como candidato a la vicepresidencia
por el Partido Republicano, el debate electoral en Estados Unidos ha
tenido un cambio trascendental. La discusión sobre el alto índice de
desempleo actual y sobre los planes de los candidatos para disminuirlo
han pasado a un segundo plano. El tema candente para los republicanos
hoy es cómo reducir el déficit presupuestal y no como resolver las
apremiantes necesidades de los trabajadores estadounidenses.
Desde mi punto de vista, lo que los republicanos realmente están planteando es que en un acto de fe casi suicida los votantes concuerden con sus propuestas para reducir el papel del gobierno federal en la vida pública. Para Ryan, quien se ha convertido en el motor intelectual de la campaña y es fiel discípulo de Ayn Rand, la escritora libertaria que proponía la desaparición más que la reducción del gobierno, lo que el país necesita para recuperar su esencia es acabar con su pasado solidario e igualitario. Lo que piden Romney y Ryan es demoler el legado de Franklin Delano Roosevelt privatizando el sistema de pensiones conocido como Social Security que el Congreso y Roosevelt aprobaron en 1935. También pide borrar la herencia de Lyndon B. Johnson desmantelando sus programas para el cuidado médico de los mayores de edad y de los indigentes, conocidos como Medicare yMedicaid . Y al mismo tiempo propone reducir la tasa más alta de impuestos del 35% actual a un 25%.
Cumpliendo con el mandamiento principal del credo republicano lo primero que Mitt Romney y Ryan han planteado es su oposición a la propuesta de Barack Obama de dejar que expiren los recortes a los impuestos de los individuos que ganan más de 250,000 dólares anuales y a las ganancias del capital. Ambos recortes fueron aprobados en 2001, durante la nefasta gestión de George W. Bush y deberían renovarse o expirar a finales de año. Romney aboga por la prórroga.
A Romney, quien según sus propias declaraciones en los dos últimos años ha pagado “no menos de 13%” en tasas sobre sus ingresos que rebasan los 20 millones de dólares anuales, la tasa de privilegio que tiene que desembolsar le parece injusta e ineficiente. Aquí cabe aclarar que Romney paga una tasa menor a la que tiene que pagar una familia de clase media que gana 50 mil dólares anuales, y que la mayor parte de su fortuna, que se calcula en 250 millones de dólares, proviene de inversiones. Es decir, vive y más que bien, de sus rentas, no de su trabajo porque como chocarreramente él mismo dijo alguna vez, “yo también estoy desempleado”. Aun así, Romney aboga por una reforma tributaria parecida a la propuesta por Ryan y que le permitiría pagar menos del 1% en sus impuestos.
Las propuestas de Romney y Ryan no son nuevas. Casi todas provienen del ideario conservador de los años 80 cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher se convirtieron en los gurús del conservadurismo. Durante su gobierno, Ronald Reagan bajó la tasa que pagaban los ricos del 70% al 28% alegando que con dichos recortes a los impuestos se reduciría el déficit y los ricos tendrían más dinero para invertir en empresas que crearían más empleos. Mentiras. Lo que sucedió fue que la deuda federal se triplicó y los ricos se embolsaron sus ganancias sin crear empresas o empleos. Y cuando Bill Clinton aumentó los impuestos a los más ricos el déficit se convirtió en superávit y la economía creció hasta que llegó Bush con sus recortes y el déficit volvió a crecer y luego sobrevino la crisis que seguimos viviendo.
Así las cosas, antes de emitir su voto en noviembre sería prudente que los votantes se hicieran dos preguntas. Primero la que ha planteado el historiador Simón Schama: “¿Existe evidencia alguna (más allá de una especie de optimismo religioso) de que las propuestas de Romney y Ryan de disminuir la recolección de impuestos de individuos y corporaciones, y por tanto reducir los ingresos del fisco, no hará que el déficit sea catastróficamente peor, en vez de mejor?” Y segundo: ¿De verdad quieren los votantes erradicar todas las muestras del espíritu solidario e igualitario en la historia de este país? Yo no lo creo.
Desde mi punto de vista, lo que los republicanos realmente están planteando es que en un acto de fe casi suicida los votantes concuerden con sus propuestas para reducir el papel del gobierno federal en la vida pública. Para Ryan, quien se ha convertido en el motor intelectual de la campaña y es fiel discípulo de Ayn Rand, la escritora libertaria que proponía la desaparición más que la reducción del gobierno, lo que el país necesita para recuperar su esencia es acabar con su pasado solidario e igualitario. Lo que piden Romney y Ryan es demoler el legado de Franklin Delano Roosevelt privatizando el sistema de pensiones conocido como Social Security que el Congreso y Roosevelt aprobaron en 1935. También pide borrar la herencia de Lyndon B. Johnson desmantelando sus programas para el cuidado médico de los mayores de edad y de los indigentes, conocidos como Medicare y
Cumpliendo con el mandamiento principal del credo republicano lo primero que Mitt Romney y Ryan han planteado es su oposición a la propuesta de Barack Obama de dejar que expiren los recortes a los impuestos de los individuos que ganan más de 250,000 dólares anuales y a las ganancias del capital. Ambos recortes fueron aprobados en 2001, durante la nefasta gestión de George W. Bush y deberían renovarse o expirar a finales de año. Romney aboga por la prórroga.
A Romney, quien según sus propias declaraciones en los dos últimos años ha pagado “no menos de 13%” en tasas sobre sus ingresos que rebasan los 20 millones de dólares anuales, la tasa de privilegio que tiene que desembolsar le parece injusta e ineficiente. Aquí cabe aclarar que Romney paga una tasa menor a la que tiene que pagar una familia de clase media que gana 50 mil dólares anuales, y que la mayor parte de su fortuna, que se calcula en 250 millones de dólares, proviene de inversiones. Es decir, vive y más que bien, de sus rentas, no de su trabajo porque como chocarreramente él mismo dijo alguna vez, “yo también estoy desempleado”. Aun así, Romney aboga por una reforma tributaria parecida a la propuesta por Ryan y que le permitiría pagar menos del 1% en sus impuestos.
Las propuestas de Romney y Ryan no son nuevas. Casi todas provienen del ideario conservador de los años 80 cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher se convirtieron en los gurús del conservadurismo. Durante su gobierno, Ronald Reagan bajó la tasa que pagaban los ricos del 70% al 28% alegando que con dichos recortes a los impuestos se reduciría el déficit y los ricos tendrían más dinero para invertir en empresas que crearían más empleos. Mentiras. Lo que sucedió fue que la deuda federal se triplicó y los ricos se embolsaron sus ganancias sin crear empresas o empleos. Y cuando Bill Clinton aumentó los impuestos a los más ricos el déficit se convirtió en superávit y la economía creció hasta que llegó Bush con sus recortes y el déficit volvió a crecer y luego sobrevino la crisis que seguimos viviendo.
Así las cosas, antes de emitir su voto en noviembre sería prudente que los votantes se hicieran dos preguntas. Primero la que ha planteado el historiador Simón Schama: “¿Existe evidencia alguna (más allá de una especie de optimismo religioso) de que las propuestas de Romney y Ryan de disminuir la recolección de impuestos de individuos y corporaciones, y por tanto reducir los ingresos del fisco, no hará que el déficit sea catastróficamente peor, en vez de mejor?” Y segundo: ¿De verdad quieren los votantes erradicar todas las muestras del espíritu solidario e igualitario en la historia de este país? Yo no lo creo.
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