Inflación: pan para hoy, hambre para mañana
Por Enrique Aguilar
El Imparcial, Madrid
En su último editorial, la revista Criterio,
 de Buenos Aires, se refirió largamente al proceso inflacionario que 
sufre la Argentina que ha llevado al gobierno a cometer el imperdonable 
error de “falsear las estadísticas respectivas durante ya cinco años”. 
Se señala ahí que en nuestro país el aumento anual de los precios al 
consumidor “es el quinto más alto entre 187 países, de los que sólo seis
 tienen más de 20%; veinte, entre 10 y 20%; y 161, menos de 10%”. 
¿Quiénes nos acompañan en ese que podríamos llamar selecto “grupo de los
 seis”? Bielorrusia, Etiopía, Venezuela, Uganda, Sudán (antes de su 
partición) e Irán. Finalmente, el editorial se detiene en el análisis de
 algunas posibles soluciones a este problema que es primariamente 
político y que, por lo mismo, no podrá remediarse en tanto perdure “el 
enconado ensimismamiento del Gobierno”.
Mientras avanzaba mi lectura, tenía a mano un ejemplar del libro de James Buchanan y Richard Wagner Democracy in Deficit. The Political Legacy of Lord Keynes
 (1977), en uno de cuyos capítulos los autores discuten con aquellos 
economistas de filiación keynesiana que sostienen que la inflación puede
 ser un pequeño y necesario precio a pagar como paliativo al desempleo. 
Entre otras cosas, explican además cómo la inflación, al destruir las 
expectativas mayoritarias, provoca reacciones cortoplacistas que son al 
cabo la respuesta racional a un escenario donde el mañana se revela 
incierto y las previsiones se malogran.
Se diría que en la Argentina nos hemos 
acostumbrado a la inflación y a la consiguiente depreciación de nuestra 
moneda. No es la primera vez que nos pasa y sabemos de sobra cómo 
termina esta historia asociada al control de cambios y otros arranques 
de intervencionismo estatal. Pero evidentemente nos falla la memoria. 
Mientras tanto, el gobierno parece decirnos: “¡Consuman, consuman! ¡El 
ahorro y la inversión son cosas de antaño!”
 
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