Mercosur: Saludando al intruso
El País, Montevideo
Cuarenta y ocho sindicalistas fueron 
asesinados en Venezuela durante el  primer semestre de 2012, bajo un 
manto de impunidad que en el correr de  2011 ya había facilitado la 
muerte violenta de otros veintiocho  activistas gremiales. En ese clima y
 ante esas intimidaciones se  realizarán las elecciones nacionales del 7
 de octubre, al cabo de trece  años de gestión del actual gobierno. 
Desde 2005, ese régimen ha  instrumentado un marco legal que criminaliza
 las protestas sociales, a  pesar de lo cual se produjeron 2.442 
movilizaciones laborales,  estudiantiles o populares entre enero y julio
 de este año (unas catorce  por día), consecuencia de lo cual son los 
2.500 militantes encarcelados  por integrar esas marchas. Lo pintoresco 
es que el poder encargado de  esa represión se autodenomina socialista.
Se trata de hechos clamorosos que sin 
embargo no son accidentales, en un  país donde el avasallamiento de los 
derechos humanos es un hecho  habitual, pero donde la opinión pública es
 distraída por el colosal  aparato propagandístico de los medios 
oficiales. Los atropellos contra  las garantías individuales, la 
libertad de expresión o la independencia  del Poder Judicial y 
Legislativo, pueden disimularse bajo el remolino de  problemas diarios 
que castigan a los venezolanos: la mayor inflación de  Latinoamérica, la
 escasez de vivienda, el desabastecimiento de  productos básicos, la 
endémica escasez de energía eléctrica y un índice  de violencia criminal  que puede calcularse por el ritmo actual de un  homicidio cada dos horas en la ciudad de Caracas.
A esos rasgos conviene agregar otros 
perfiles sobre el papel que juega  la Venezuela de hoy a nivel 
internacional. En primer lugar, su adhesión  al régimen de Bashar 
Al-Assad en Siria. Condenado por 130 países en la  asamblea general de 
Naciones Unidas, y calificado por su ex primer  ministro como "carnicero
 y genocida", ese despotismo que desde marzo de  2011 ha matado a 13.000
 civiles, recibe el apoyo del presidente  venezolano, que ha calificado a
 Assad como "líder árabe, hermano y  humanista" (habrá querido decir 
humanitario, porque humanista significa  instruido en letras humanas). 
En segundo lugar, debe mencionarse el  retiro de Venezuela de la Corte 
Interamericana de Derechos Humanos. En  tercer lugar, como nota 
teleteatral, cabe agregar el asesinato de la  embajadora venezolana en 
Kenia, aparentemente estrangulada por el primer  secretario de esa sede 
en una lucha interna por el poder, como prueba  de que la violencia 
reinante no se limita a Caracas y puede llegar a  Nairobi.
En cuarto lugar corresponde recordar el 
flamante aterrizaje de Venezuela  en el seno del Mercosur, en cuyo 
Protocolo fundacional figura un primer  artículo que exige a los 
miembros del organismo "la vigencia de las  instituciones democráticas, 
el respeto de los derechos humanos y de las  libertades fundamentales" 
como condición indispensable para integrar esa  unión regional. El 
beneplácito con que Brasil, Argentina y Uruguay  recibieron al nuevo 
socio, podría imponer a los gobiernos de esos tres  países un examen de 
conciencia sobre la conducta de los vecinos a  quienes dejan entrar como
 si llenaran los requisitos establecidos. O  acaso lo que ocurre es que 
esos tres mandatarios ignoran lo que todo el  mundo sabe, desestiman lo 
que preocupa a muchos otros y anteponen  razones políticas menos 
rigurosas que las manejadas para la expulsión de  Paraguay.
 
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