La decadencia de Europa
Por Marc Bisbal
Les misérables, así se titula un reciente análisis que publica The Economist
sobre la decadencia del Viejo Continente. La razón por la que no hay
crecimiento, argumentan, se debe al fracaso crónico de fomentar a
emprendedores ambiciosos.
En contraste con la estadounidense, la
cultura europea es poco favorable a la creación de grandes empresas y
sus directivos tienen mucha aversión al riesgo. Cuando sus empresas
fracasan, lo tienen muy difícil para empezar de nuevo. Una empresa
fallida en Europa significa una mancha duradera, un estigma moral. En
Estados Unidos hay bastante tolerancia al fracaso, mas en muchos
rincones de Europa no existe una segunda oportunidad.
Algunos países europeos mantienen a
emprendedores que han fracasado en el limbo durante años. El Reino
Unido se descarga de la quiebra de sus deudas pasados 12 meses, más que
en Estados Unidos. En Alemania, donde incluso quienes quiebran pueden
afrontar una prohibición de por vida en altos cargos ejecutivos de
grandes empresas, la gente tarda 6 años en conseguir un nuevo comienzo,
y hasta 9 años en Francia.
Para ilustrar las diferencias con el
resto del mundo, datos de 2010 muestran que los emprendedores con poca
experiencia representan un 2% en Italia, poco más de un 4% en Alemania y
casi un 6% en Francia de la población adulta. En Estados Unidos la
cifra es del 7,6%. Otros países más emprendedores todavía son China y
Brasil, con un 14% y 17%, respectivamente. También los europeos se
muestran más negativos que sus semejantes norteamericanos, canadienses o
brasileños cuando se les pregunta sobre su país como lugar para
emprender.
Europa está llena de pequeños negocios.
El problema real está en su falta de capacidad para producir
suficientes empresas innovadoras que crezcan con rapidez y se hagan
grandes. Por ejemplo, un estudio de 1990 explicaba que el 19% de las
PYMES americanas crecían muy rápidamente, mientras que la media de seis
países europeos era del 4%.
Así, mientras en Silicon Valley nacen
multitud de empresas exitosas, como Amazon, Ebay o Google, aquí éstas
se encuentran en menor medida. España, donde alrededor del 80% de
trabajadores los emplean las PYMES, es un buen ejemplo del caso
europeo.
Empero, esto no siempre ha sido así.
Durante la Revolución Industrial, existían numerosas empresas de gran
tamaño por todo el continente. En realidad, la mayoría de las grandes
empresas europeas nacieron en el siglo pasado. Después de las guerras,
Europa nunca recuperó su fecundidad y la devastación hizo que los
ciudadanos fueran más adversos al riesgo que en el pasado. El
proteccionismo reemplazó a unos mercados que antiguamente estuvieron
fuertemente relacionados.
Según un análisis de las 500 empresas
más grandes del mundo, en Europa solamente se creó una docena de 1950 a
2007, cuando Estados Unidos, en el mismo periodo, fue la cuna de 52
nuevas compañías. De las europeas, además, diez de las doce vieron la
luz entre 1950 y 1975. La mayoría de las grandes empresas en Europa son
anteriores, y en algunos casos mucho, a 1950.
Los start-ups dependen mucho de
los inversores nacionales, y la situación de crisis no es favorable en
este aspecto. Los inversores ven el capital riesgo europeo como un mal
activo y el crédito es mucho menos abundante que en Norteamérica. Por
eso, gran parte de las inversiones de las empresas europeas proviene de
los gobiernos.
Las asfixiantes regulaciones laborales
en muchos de estos países, a la par con unos mercados cada vez menos
libres y más hostiles a la competencia, son responsables directos de
este fenómeno, que no son más que un impedimento a la creación de
empleo, desarrollo y crecimiento económico.
Mientras los gobernantes conviertan la
creación de empresas en algo infernal y la mentalidad no cambie, el
problema no se solucionará. Reducir costes de personal rápido y de
forma barata es más difícil en muchos países de Europa que en cualquier
otro lugar del mundo.
Todas estas dificultades frenan la
actividad económica y provocan que el capital huya de estos lugares.
Las inversiones y los emprendedores se marchan a regiones que son
favorables al comercio. Hay que reconocer que algunos gobiernos en
Europa han hecho tímidos pasos en la buena dirección, pero no son
suficientes.
Es improbable que se dé un auténtico
cambio de mentalidad en el corto plazo, principalmente por la deriva
intervencionista que se está viviendo actualmente, con la situación
financiera como excusa para menoscabar aún más la libertad de empresa.
Sin embargo, se podría promover un proceso de liberalización si los
gobiernos hicieran las reformas laborales que deben. La verdad es que
las oportunidades existen. Por ejemplo, en Europa, los sueldos de los
ingenieros de software son un 70% menor que en California. Hay que
sobrepasar esta escasez de ideas y reactivar una actitud
proemprendedora.
La doble moral de los gobiernos, de
castigar duramente a quien emprende mientras van anunciando cambios
para "ayudar" a los empresarios, debe terminar. Señores gobernantes, si
de verdad quieren acabar con esta crisis y ayudar al emprendedor,
¡simplemente dejen de poner trabas!
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