sábado, 18 de agosto de 2012

La hora del vino mexicano

Por KATY MCLAUGHLIN

Estábamos mirando cómo los niños nadaban en la piscina del patio en Los Ángeles cuando mi amigo Juan Carlos, quien se crió en Tijuana, empezó a hablar maravillas de una sopa de pollo que probó recientemente y que le cambió la vida.
Según contó, la tomó en un restaurante ubicado en medio de la "región vinícola de México".
No tenía ni idea, admití, que había una región vitivinícola en México. Resulta que el Valle de Guadalupe es una zona con un microclima mediterráneo en Baja California donde se lleva produciendo vino desde hace más de un siglo. Y el área está en medio del tipo de renacimiento en la producción y atractivo turístico que experimentó el Valle de Napa, en California, en los años 70.
imageLuis Garcia for The Wall Street Journal
Vista de una vid en Adobe Guadalupe.
Hace una década, el área era conocida en la escena vitivinícola por ser casa de L.A. Cetto, un gigantesco productor de vinos para el nivel medio del mercado. Hoy, el Valle de Guadalupe presume de viñedos artesanales y los vinos de la región han mejorado lo suficiente para ponerse de moda y ser servidos en restaurantes modernos de Ciudad de México. Chefs de alta categoría están abriendo locales en el área y en los últimos años se han construido varios hoteles boutique.

Sonaba irresistible, así que unos meses después ya estaba paseando con mi esposo, Juan Carlos y su esposa, y otra pareja de amigos en el Valle de Guadalupe, a unas tres horas y media en auto desde Los Ángeles.
Descartamos el plan de conducir sin parar cuando Juan Carlos nos indicó Bar Villa Ortega, su restaurante favorito en Puerto Nuevo, donde disfrutamos de langosta, tortillas y micheladas (cerveza con jugo de limón, servida en un vaso con un borde de sal).
imageLuis Garcia for The Wall Street Journal
Un sashimi de atún en el restaurante Almazara, del chef Miguel Ángel Guerrero Yagües.
Llegamos al valle, donde cordilleras bajas flanquean un tapete de vid verdes llenas de frutas que se extienden a lo largo y que son sólo interrumpidas ocasionalmente por las bodegas. Estas varían en estilo, desde estructuras elegantes y modernas hasta haciendas rústicas. Si no fuera por las carreteras sin pavimentar y la falta de una plaza pintoresca, hubiera pensado que estábamos en Sonoma, California.
Paramos en Adobe Guadalupe, un pequeño hotel de seis habitaciones que escogí en Internet por las fotos que mostraban una hacienda bonita con piscina. Las imágenes no hacen justicia a estos parajes. Don y Tru Miller, un banquero estadounidense jubilado y su esposa holandesa, hicieron realidad su sueño de jubilación en 1999. La hacienda, con un viñedo de 24 hectáreas, una bodega y una cava, cumplió con la ambición de Don de toda la vida de hacer vino y de Tru de criar caballos de raza azteca. La casa está decorada con la colección de cristal europeo de Miller, arte local y motivos sutiles de ángeles.
Fuimos a la cava para probar el vino que incluía nuestra estadía y el esposo hundió una pipeta de cristal en un barril que contenía sus mezclas de vino tinto.
"Cuando llegamos acá hace 14 años, había una decena de bodegas y no había hoteles ni restaurantes", dijo Miller. Hoy en día, existen unos 50 viñedos, un par de restaurantes reconocidos internacionalmente y, según mis cálculos, al menos 19 hoteles pequeños y atractivos. Aunque el número de visitantes estadounidenses ha disminuido en los últimos tres años en medio de la guerra contra el narcotráfico del gobierno mexicano, los turistas locales han compensado la diferencia, explicó Miller. Y en meses recientes, varias fuentes nos dijeron que los visitantes estadounidenses están empezando a aumentar.
imageLuis Garcia for The Wall Street Journal
Muestra de las uvas en Adobe Guadalupe.
"Nuestro principal obstáculo para crecer es la restricción de agua", añadió Miller, el primero de muchos productores de vino que describió los problemas para asegurar los permisos para abrir pozos, el costo del agua y la salinidad que afecta algunas vids.
Esa noche, cenamos en el comedor de los Miller bacalao, legumbres de su jardín y su excelente Kerubiel, un vino resultado de la combinación de las variedades Syrah, Samsó, Monastrell y Garnacha. Luego miramos las estrellas desde el jacuzzi al aire libre. El firmamento de Baja California es considerado uno de los más nítidos del mundo.
Al día siguiente, visitamos bodegas que tenía en mi itinerario, así como otras que Miller insistió que debíamos conocer. Nos fascinó La Lomita, construida en 2009. Fue concebida por descendientes de una familia de Mexicali con la ayuda de un amigo de la infancia que estudió producción de vino en La Rioja, España. Durante el recorrido vimos equipos ultramodernos y la estructura circular construida alrededor que permite que las uvas sean exprimidas en el piso superior para que su jugo pase a un tanque de fermentación en el piso inferior, donde naturalmente se enfría dentro de paredes de piedra. El viñedo también es famoso porque fue donde se grabó la telenovela de Televisa Cuando me enamoro, con Silvia Navarro y Juan Soler.
image Un festival de Merlot bajo la cubierta de un roble en Viña de Liceaga ofreció mucho Merlot demasiado caliente pero compensado por un taco de cordero rostizado para morirse. Probamos queso local curado, galletas y pan artesanal. El salón de pruebas estilo loft en Monte Xanic tenía un aire de bar clandestino, con mesas ocupadas por mexicanos sofisticados bebiendo Chardonnay y Chenin Blanc no fermentado en barriles de roble.
Servicio relajado
Esa noche, avanzamos por caminos sin pavimentar a Laja, el restaurante que muchos blogs equiparan a French Laundry, el famoso restaurante francés ubicado en el Valle de Napa. Un vistazo a su comedor rústico de madera, mesas sin mantel y falta de personal hacen dudar de la comparación. Pasamos al patio trasero, con vista a un jardín y una vid. El servicio laxo no se sintió como negligencia, sino como algo relajado.
La cena consistió en raviolis de colinabo perfectamente cocinados en esencia de res, corvina de Baja y carne Wagyu con calabacín y puerros que parecían haber sido cosechados horas antes. Después de un sorbete de ciruela y limón y una ensalada de frutas de postre, decidimos poner a prueba una línea en el menú que sugería que podíamos repetir gratis.
"Es cierto", dijo encantado nuestro mesero antes de volver a llenar nuestros platos. El menú de cuatro platos (cinco si cuenta el doble postre) con suficiente vino, impuestos y propina sumó un total de US$67 por persona. Laja, llegué a la conclusión, tiene poco en común con el French Laundry, aparte de su encanto, cada uno a su manera.
Al día siguiente, nuestro grupo se dividió entre los que querían montar a caballo, que alquilaron los ejemplares aztecas de los Miller para una recorrido guiado a una parte de la montaña desde la que se veía el valle, y los que preferían visitar Tres Mujeres, una pequeña bodega donde Ivette Vaillard y dos colegas producen vino con equipos de una cooperativa. Vaillard ha construido gradualmente su pequeña bodega durante los últimos 30 años, demostrando que se puede lograr sin millones de dólares. Cuando compramos una botella sin sello de la rica mezcla de seis uvas de las mujeres, la propietaria firmó la botella.
Para el almuerzo fuimos a Almazara, un nuevo restaurante del chef de Tijuana Miguel Ángel Guerrero Yagües, metido en lo que en su día fue el olivar más grande de América Latina. Picamos sashimi con una salsa imaginativa y tacos de pez espada, mientras que el chef, en su usual uniforme camuflado, describió cómo el olivar será reducido para abrir paso a un hotel, spa, club de vino y campo de golf.
El auge del valle significará más restaurantes, bodegas y hoteles y más gente como los Miller, que ven el potencial en este enclave de América Latina. Con eso en mente, me sentí agradecida de haberlo descubierto ahora.

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