'Lesiones de historia patria: la elección de la derrota'
Héctor Aguilar Camín
La posteridad histórica mexicana
tiende a venerar a los héroes derrotados y a mirar con recelo a los personajes
triunfadores. El panteón de la Revolución mexicana prefiere celebrar a sus
águilas caídas antes que a sus caudillos ganadores.
Tiene puesto su orgullo en el martirio de Madero, la fidelidad agraria de Zapata, la violencia plebeya de Villa, más que en el sentido de nación de Carranza, el genio político de Obregón o la visión fundadora de Calles. No se exagera mucho si se dice que, al final de la línea, la historia de México no la han escrito los triunfadores.
El problema de consagrar a los derrotados en vez de a los triunfadores es que instala en la conciencia nacional un rastro de inconformidad, si no de resentimiento, con los hechos reales de nuestra historia.
Como si el pueblo de México hubiera tenido siempre la mala suerte de que no ganaran en su historia los buenos sino los malos, no el heroico Cuauhtémoc sino el odiado Cortés, no las encarnaciones del pueblo, Zapata y Villa, sino los conservadores, pragmáticos y oportunistas, Obregón y Calles.
No sé si alguien haya evaluado el impacto profundo que estas consagraciones de las derrotas y este recelo frente a las victorias dejan en la cultura cívica de los niños cuando aprenden las extrañas cosas que la historia patria les enseña. Esa historia introduce desde muy temprano una actitud ambigua ante los héroes y los logros del país.
Hay que llamar tiranos a los españoles y edad oscura a la Colonia donde se forjó la nación, hay que llamar padre de la Independencia a un sacerdote que fracasó en su lucha independentista, y hay que llamar usurpador al militar que tuvo éxito en ella y que es el verdadero artífice de la Independencia de México.
Hay que reverenciar constituciones que no se han cumplido nunca y celebrar guerras, violencias y sangrías que deberían más bien avergonzarnos. Sobre todo, hay que dudar de los triunfos de otros, siempre sujetos a sospecha, y reservar para nuestra admiración la epopeya de los vencidos.
Si la derrota es el ámbito de nuestra grandeza, el centro de nuestra pedagogía moral será asumirnos como víctimas, caer siempre con la cara al sol.
Victimismo y resentimiento son caras de la misma moneda. Nuestro nacionalismo tiene mucho de esos ingredientes.
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