El atentado
El presidente lo divulga en el crepúsculo de su mandato porque sabe que su línea de trabajo no ha sido nunca victimizarse.
Jorge
Fernández Menéndez
Lo platicó el presidente Calderón el
sábado en la tarde. Era mayo de 2008 y el presidente Calderón viajaría en una
gira de trabajo a Reynosa, Tamaulipas. La inteligencia militar le advirtió al
mandatario que tenía información muy sólida de que un grupo criminal, Los Zetas, que comenzaban
en esas fechas a romper definitivamente con el cártel del Golfo, luego de que
en enero del 2007 su jefe, Osiel Cárdenas, había sido deportado a Estados
Unidos, intentaría atentar contra el avión presidencial y contra su vida.
Se evaluaron las posibilidades y se decidió realizar el viaje pero la advertencia era tan directa que incluso el presidente Calderón decidió grabar un mensaje en video para sus hijos en caso de que algo le sucediera.
Afortunadamente, los niños nunca tuvieron que ver ese video porque, según contó el presidente Calderón durante la fiesta que se organizó para celebrar su cumpleaños 50, un despliegue muy amplio del Ejército y las fuerzas de seguridad lograron abortar esa amenaza.
Cuando un Presidente relata un hecho de esa trascendencia no está contando una anécdota. Lo divulga ahora, ya en el crepúsculo de su mandato, porque sabe que no cambiará las cosas, porque sabe que (a diferencia de lo que harían otros políticos que se han fabricado hasta autoatentados en su contra) su línea de trabajo no ha sido nunca victimizarse y porque es también, para qué negarlo, una advertencia sobre lo que le espera para quien será el próximo inquilino de Los Pinos.
El relato adquiere otra trascendencia porque durante esos meses de 2008, como se recordará, se encontraron, en distintos lugares del país, incluyendo un hotel de la colonia Roma en el DF, lanza cohetes tierra aire.
Apenas unos meses más tarde, el 4 de noviembre de 2008, cayó el avión que transportaba desde San Luis Potosí (otra tierra de Los Zetas) al secretario de Gobernación y mejor amigo del presidente Calderón, Juan Camilo Mouriño, con varios de sus principales colaboradores, sobre todo con José Luis Santiago Vasconcelos, que había sido el jefe de la SIEDO durante varios años y que había sufrido, él también, por lo menos dos atentados frustrados de Los Zetas en su contra.
Cuando ese día de noviembre (el mismo en que en Estados Unidos era elegido presidente Barack Obama) cayó en plena Ciudad de México el avión de Juan Camilo, las primeras palabras del presidente Calderón, en el propio hangar presidencial, dieron a entender que su secretario de Gobernación había sufrido un atentado.
Horas y días más tarde, el presidente Calderón, luego de la investigación correspondiente, reconoció que se había tratado de un accidente, una afirmación que, pese a las pruebas presentadas ante la opinión pública en muchas ocasiones, siempre ha generado dudas entre los analistas y la gente.
Tres años más tarde, el 11 de noviembre de 2011, otro secretario de Gobernación, también junto con buena parte de su equipo, José Francisco Blake Mora (cercanísimo amigo personal del presidente Calderón), falleció al desplomarse el helicóptero que lo trasladaría a una reunión en Morelos. En el caso de Blake Mora, la explicación sobre cómo ocurrieron las cosas, la forma en que se dio el accidente, fue más convincente, pero tampoco despejó por completo las dudas.
Hubo más accidentes e incidentes a lo largo de este sexenio que involucraron a funcionarios de varios niveles. Hubo intentos de atentados en muchas ocasiones, algunos divulgados, otros no; hemos sabido de masacres desalmadas perpetradas por grupos criminales; de coches bomba colocados en la vía pública; se cumple un nuevo aniversario del incendio del Casino Royale con decenas de personas dentro; sabemos que miles de agentes de seguridad, policías, soldados y marinos han muerto en estos años luchando contra esos grupos criminales.
Quizá no se ha podido por fallas en la política o en la comunicación (o en ambas); quizás ha privado la mezquindad en algunos actores y medios de comunicación; quizá se trata de algo más sencillo: no quisimos ver lo que sucedía.
Pero quizá también el relato presidencial, ahora que está en las semanas finales de su mandato, sirva para que esos mismos actores políticos y sociales que han actuado con egoísmo, sin sentido de urgencia, en algunos casos con complicidad tácita o sin poner de manifiesto algo parecido a la voluntad política para combatir a la delincuencia organizada, comprendan, valoren, la magnitud del desafío planteado a las personas y a las instituciones. Y que como corolario de todo este proceso, con el inicio de una nueva etapa política, tengamos ese esfuerzo nacional, de todos, que no hemos visto en estos años en la lucha contra el crimen y la inseguridad.
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