Por Emilio J. Cárdenas
En una oportuna nota reciente, Andrés Oppenheimer destaca
que el modelo chileno -mantenido en el tiempo con total coherencia,
pese al cambio del signo político de los gobiernos que se sucedieron
desde el regreso a la democracia- ha servido para disminuir
significativamente la pobreza en la sociedad chilena. Porque su economía
crece sana, al 6% anual, con una inflación anual del 3% y con
exportaciones que están en alza.
La gestión del presidente Piñera
volvió a disminuir la pobreza, tendencia que se había estancado en la
administración de la Concertación. Del 15,1% en el 2009, al 14% ahora.
Lo mismo ha ocurrido con la pobreza extrema (yo la llamaría simplemente:
miseria, destacando así que esto debiera ser insoportable para
cualquier sociedad) que cayó del 3,7% en el 2009, al 2,8% ahora.
En 1990, la pobreza chilena alcanzaba
nada menos que al 40% de su sociedad, hoy en cambio sólo al 14,4%, lo
que sintetiza -como muy pocos índices- el éxito, absolutamente
fenomenal, del “modelo chileno”, que la izquierda regional se niega a
reconocer, mirando generalmente para otro lado. Lo opuesto es lo
sucedido con el modelo colectivista cubano, que ha sumido a su pueblo en
el atraso relativo. Tan es así, que tan sólo los haitianos están peor
que los cubanos.
Esto supone para Chile haber podido
alcanzar uno de los objetivos centrales en cualquier estrategia de
desarrollo. No obstante ese éxito, lo cierto es que no hay un gran
reconocimiento a esta circunstancia en la región, más allá de Chile.
Salvo el caso del Perú que ha seguido sus huellas con excelentes
resultados, pocos piensan en abrazar un modelo exitoso, pero poco
atractivo para practicar el populismo y aferrarse al poder. En cambio,
sueñan despiertos con una Cuba paradisíaca que simplemente no existe. De
no creer, pero es así. Una región con una clara tendencia a la fantasía
no logra poder escapar de este fenómeno.
¿Ante esto, que piensan hoy los
chilenos? Mi respuesta es que saben que las ha ido bien y que, si
quieren mantener las cosas en el terreno de los éxitos, es indispensable
mantener, en sustancia, el modelo abrazado. Y que, además, advierten
perfectamente que están dejando rápidamente atrás a la vecina Argentina,
que hasta ahora contenía a la sociedad con mejor nivel de vida de toda
la región, pero que con sus permanentes vaivenes -y con una clase
política absolutamente de horror- está en un andarivel de decadencia que
luce bien difícil de revertir, al menos en el corto plazo.
No obstante, los chilenos son críticos y
severos, al tiempo de calificar la gestión de sus administradores. Como
debe ser. Después de todo, aunque los gobernantes suelan olvidarlo,
ellos son simplemente mandatarios de los ciudadanos.
Una encuesta reciente de
“Adimark” comprueba esa severidad de juicio. Pese a que ella muestra la
valoración de Piñera -poco simpático, pero siempre efectivo- más
favorable desde mayo de 2011. Con una aprobación del 36%. Y un rechazo
del 56%. Lo que supone un importante cambio de tendencia, desde que en
mayo pasado esas cifras eran del 26% de aprobación y del 67% de rechazo.
Diez puntos para arriba, en la aprobación y once para abajo, en la
desaprobación, no son pequeña cosa. En rigor, a Piñera se
lo considera mejor que a su gobierno en conjunto, que obtiene una
aprobación del 35% y un rechazo del 59%. Cabe agregar que idéntica
severidad de juicio se exterioriza cuando de juzgar a la oposición se
trata. Porque la aprobación que la izquierda recibe es de apenas un 19% y
la desaprobación es grande: del 69%.
De cara a las elecciones presidenciales, en el gabinete de Piñera -con nivel de excelencia en muchas posiciones- hay hombres que siguen siendo sumamente populares. Este es el caso de Laurence Golborne,
el titular de Obras Públicas, de inolvidable gestión en el rescate de
los mineros que estaban atrapados en el vientre de la árida tierra del
norte chileno, que tiene un 75% de aprobación de gestión. También el del
activo ministro de Defensa, Andrés Allamand, que tiene una aprobación del 74%. Y el del ministro de Economía, Pablo Longueira,
que cuya aprobación está en descenso, pero que con un 47% es
extremadamente alta para cualquier titular de una cartera donde,
obviamente, no es nada fácil ser popular. También aparecen con altos
porcentajes de evaluación favorable los titulares de las carteras de
Cultura y Bienes Nacionales, Luciano Cruz-Coke y Catalina Parot,
a quienes, sin embargo, no les da tanto el perfil para ser candidatos a
la primera magistratura de su país, como a los tres antes nombrados, a
quienes, me parece, hay que seguir muy de cerca.
Emilio J. Cárdenas fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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