Luis Pazos
La
justicia olímpica implica darle a cada quien según sus habilidades.
Ningún juez o autoridad de los Juegos se atrevería a proponer que hay
que quitarle puntos a los mejores para dárselos a los últimos en aras de
la igualdad
Los Juegos dejan enseñanzas que, de adoptarse en el entorno jurídico y
económico de los países, generarían progreso, paz, justicia y seguridad.
En las olimpiadas se reúnen más de 200 países para competir pacíficamente bajo las mismas reglas, sin importar ideologías, color de la piel o creencias religiosas. El objetivo es buscar al mejor en cada rama del deporte. Todos ganan, hasta los perdedores, pues aprenden y comprenden que si entrenan más pueden llegar a los primeros lugares. Las olimpiadas enseñan que en la competencia se hacen amigos, hay diálogo y orden, debido a que las reglas se aplican a todos por igual.
La justicia olímpica implica darle a cada quien según sus habilidades. Ningún juez o autoridad de los Juegos se atrevería a proponer que hay que quitarle puntos a los mejores para dárselos a los últimos en aras de la igualdad; tampoco manifestaría que los que conquistaron el oro o la plata son responsables de los que no ganan nada.
Los entrenamientos no se clasifican como de derecha, izquierda, neoliberales, socialistas o capitalistas, sino entre los que dan resultados y los que no. Chinos entrenan a mexicanos, franceses a chinos y rumanos a norteamericanos. Se escogen a los mejores entrenadores, sin distinguir nacionalidad. Ninguna ley olímpica, en aras de proteger empleos nacionales, prohíbe importar entrenadores.
Detrás de los triunfos hay años de preparación y sacrificios. No hay triunfadores improvisados. La mayoría sabe de lo que son capaces y reconocen la superioridad de quienes ganan. Hay admiración y no envidia hacia los exitosos. Se premia el esfuerzo individual y en equipos.
Las olimpiadas prueban que no hay razas superiores ni siempre los mismos países se llevan las mismas medallas de oro. Todo depende del entrenamiento y de las habilidades individuales de cada competidor, así como de la coordinación de los equipos.
El entorno olímpico es, si pensamos en sistemas económicos, equiparable a un mercado competitivo, con reglas generales, sin privilegios, proteccionismos ni subsidios. Si el entorno socio económico de todos los países se acercara a los principios y la ética olímpicos habría menos pobres, más libertades, menos regulaciones y mejor convivencia.
En las olimpiadas se reúnen más de 200 países para competir pacíficamente bajo las mismas reglas, sin importar ideologías, color de la piel o creencias religiosas. El objetivo es buscar al mejor en cada rama del deporte. Todos ganan, hasta los perdedores, pues aprenden y comprenden que si entrenan más pueden llegar a los primeros lugares. Las olimpiadas enseñan que en la competencia se hacen amigos, hay diálogo y orden, debido a que las reglas se aplican a todos por igual.
La justicia olímpica implica darle a cada quien según sus habilidades. Ningún juez o autoridad de los Juegos se atrevería a proponer que hay que quitarle puntos a los mejores para dárselos a los últimos en aras de la igualdad; tampoco manifestaría que los que conquistaron el oro o la plata son responsables de los que no ganan nada.
Los entrenamientos no se clasifican como de derecha, izquierda, neoliberales, socialistas o capitalistas, sino entre los que dan resultados y los que no. Chinos entrenan a mexicanos, franceses a chinos y rumanos a norteamericanos. Se escogen a los mejores entrenadores, sin distinguir nacionalidad. Ninguna ley olímpica, en aras de proteger empleos nacionales, prohíbe importar entrenadores.
Detrás de los triunfos hay años de preparación y sacrificios. No hay triunfadores improvisados. La mayoría sabe de lo que son capaces y reconocen la superioridad de quienes ganan. Hay admiración y no envidia hacia los exitosos. Se premia el esfuerzo individual y en equipos.
Las olimpiadas prueban que no hay razas superiores ni siempre los mismos países se llevan las mismas medallas de oro. Todo depende del entrenamiento y de las habilidades individuales de cada competidor, así como de la coordinación de los equipos.
El entorno olímpico es, si pensamos en sistemas económicos, equiparable a un mercado competitivo, con reglas generales, sin privilegios, proteccionismos ni subsidios. Si el entorno socio económico de todos los países se acercara a los principios y la ética olímpicos habría menos pobres, más libertades, menos regulaciones y mejor convivencia.
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