El candidato republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan, representante
por Wisconsin, saluda al público en la feria estatal de Iowa, en Des
Moines, el lunes pasado.
Sergio Muñoz Bata
Con la selección de Paul Ryan como compañero de fórmula para la
elección de noviembre, el candidato republicano Mitt Romney confirma su
viraje a la extrema derecha del espectro político estadounidense. El
multibillonario Romney ha escogido al multimillonario Ryan con el
propósito declarado de reducir al mínimo el papel del gobierno y
entregarle el país a sus amigos del Club Campestre. Y si los votantes lo
permiten, entre ambos intentarán escribir una nueva versión del
“capitalismo salvaje”.
Para Romney, un hombre que hizo su fortuna despidiendo a los empleados de los negocios que desmantelaba, y quien ha anunciado su intención de hacer lo mismo con el presupuesto nacional, Ryan es el ejecutivo ideal. Romney promete que hará recortes pero nodice
dónde los haría. Ryan, por el contrario, sí ha presentado ante el
Congreso un detallado plan que sería devastador para los sectores más
frágiles de la población. Tres quintas partes de los recortes que Ryan
ha propuesto afectarían directamente a los pobres y a los más pobres.
Ryan eliminaría, por ejemplo, los pocos programas que benefician a los desempleados que necesitan cursos de capacitación laboral, a los estudiantes que carecen de los recursos económicos para continuar sus estudios universitarios, a los municipios más pobres que necesitan mejoras a su infraestructura y descartaría la asistencia médica a quienes no tienen seguro de salud. También ha propuesto la progresiva privatización del sistema de cuidado de salud conocido como Medicare y una drástica reducción al Medicaid, un programa sanitario que beneficia a los más pobres y que de implementarse dejaría en el desamparo a millones de personas. ¿No sabrá Ryan, un católico practicante que se cree espiritualmente superior, que la desigualdad viola los principios morales?
Y mientras arremeten contra los pobres, la dupla Romney-Ryan reduciría los impuestos a los más ricos, aumentaría el presupuesto militar, disminuiría la vigilancia del medio ambiente y desmantelaría las regulaciones que a su juicio “obstaculizan la marcha de la economía”, aunque ninguno de los dos ha especificado cuáles regulaciones eliminaría (¿se acuerda lo que pasó con la desregulación del sistema financiero?). Lo que es evidente es que para el Partido Republicano y sus abanderados, como bien ha escrito el economista Joseph E. Stiglitz, “la política es la que le da forma al mercado y lo hace favoreciendo a los de arriba a expensas del resto”. Y Stiglitz no es el único que ve esto con claridad. La lista de economistas que han demostrado que el poder político está al servicio del poder económico es tan larga como ilustre.
Lo peor del caso, sin embargo, es que los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia del partido republicano comparten una visión del futuro de Estados Unidos que más que reflejo de la realidad nacional actual es una nostálgica evocación del pasado.
En uno de los artículos que leí sobre el nombramiento de Ryan me enteré, no sin asombro, de una maravillosa e ilustrativa anécdota. Según relató uno de los hombres de confianza de Romney, para celebrar la selección de su compañero de fórmula Romney invitó a Ryan saborear su platillo favorito, ¡un sándwich de mantequilla de maní con miel! Al leer sobre esta reliquia del siglo pasado me quedé pensando, no sin preocupación, que es muy posible que estos dos hombres blancos y ricos no sepan que desde hace décadas, en Estados Unidos se vende más salsa picante para tacos, tostadas y burritos que el catsup o Ketchup de tomate para el hot dog.
La selección de Ryan evidencia que el equipo de estrategas de Romney ha optado por apelar a la base más conservadora de su partido y olvidarse de los votantes independientes, de las minorías, de las mujeres y de los mayores de edad.
En este sentido, no es de extrañar que el equipo de Barack Obama diga que está feliz con la selección del vicepresidente porque piensa que el viraje a la extrema derecha les favorecerá en la elección de noviembre. Lo malo, sin embargo, es que con la inclusión de Ryan en esta elección se ahonda la división del país en líneas ideológicas y raciales.
Para Romney, un hombre que hizo su fortuna despidiendo a los empleados de los negocios que desmantelaba, y quien ha anunciado su intención de hacer lo mismo con el presupuesto nacional, Ryan es el ejecutivo ideal. Romney promete que hará recortes pero no
Ryan eliminaría, por ejemplo, los pocos programas que benefician a los desempleados que necesitan cursos de capacitación laboral, a los estudiantes que carecen de los recursos económicos para continuar sus estudios universitarios, a los municipios más pobres que necesitan mejoras a su infraestructura y descartaría la asistencia médica a quienes no tienen seguro de salud. También ha propuesto la progresiva privatización del sistema de cuidado de salud conocido como Medicare y una drástica reducción al Medicaid, un programa sanitario que beneficia a los más pobres y que de implementarse dejaría en el desamparo a millones de personas. ¿No sabrá Ryan, un católico practicante que se cree espiritualmente superior, que la desigualdad viola los principios morales?
Y mientras arremeten contra los pobres, la dupla Romney-Ryan reduciría los impuestos a los más ricos, aumentaría el presupuesto militar, disminuiría la vigilancia del medio ambiente y desmantelaría las regulaciones que a su juicio “obstaculizan la marcha de la economía”, aunque ninguno de los dos ha especificado cuáles regulaciones eliminaría (¿se acuerda lo que pasó con la desregulación del sistema financiero?). Lo que es evidente es que para el Partido Republicano y sus abanderados, como bien ha escrito el economista Joseph E. Stiglitz, “la política es la que le da forma al mercado y lo hace favoreciendo a los de arriba a expensas del resto”. Y Stiglitz no es el único que ve esto con claridad. La lista de economistas que han demostrado que el poder político está al servicio del poder económico es tan larga como ilustre.
Lo peor del caso, sin embargo, es que los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia del partido republicano comparten una visión del futuro de Estados Unidos que más que reflejo de la realidad nacional actual es una nostálgica evocación del pasado.
En uno de los artículos que leí sobre el nombramiento de Ryan me enteré, no sin asombro, de una maravillosa e ilustrativa anécdota. Según relató uno de los hombres de confianza de Romney, para celebrar la selección de su compañero de fórmula Romney invitó a Ryan saborear su platillo favorito, ¡un sándwich de mantequilla de maní con miel! Al leer sobre esta reliquia del siglo pasado me quedé pensando, no sin preocupación, que es muy posible que estos dos hombres blancos y ricos no sepan que desde hace décadas, en Estados Unidos se vende más salsa picante para tacos, tostadas y burritos que el catsup o Ketchup de tomate para el hot dog.
La selección de Ryan evidencia que el equipo de estrategas de Romney ha optado por apelar a la base más conservadora de su partido y olvidarse de los votantes independientes, de las minorías, de las mujeres y de los mayores de edad.
En este sentido, no es de extrañar que el equipo de Barack Obama diga que está feliz con la selección del vicepresidente porque piensa que el viraje a la extrema derecha les favorecerá en la elección de noviembre. Lo malo, sin embargo, es que con la inclusión de Ryan en esta elección se ahonda la división del país en líneas ideológicas y raciales.
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