— Ignacio Ortega
Vladímir Putin ha desandado algunas de las reformas introducidas
durante su ausencia del Kremlin y apretado más a la oposición no
parlamentaria. El mejor indicador de la enrarecida atmósfera es el
juicio y la condena a dos años de cárcel miembros del grupo punk Pussy
Riot.
Foto: Archivo
Moscú • El pasado 14 de agosto, el presidente
ruso Vladímir Putin cumplió cien días en el cargo, plazo durante el que
ha desandado algunas de las reformas introducidas durante su ausencia
del Kremlin y apretado más si cabe las tuercas a la oposición no
parlamentaria.
“El anarquismo nunca ha traído nada bueno”, aseguró Putin al defender la promulgación de sendas leyes que restringen la libertad de manifestación, la labor de las organizaciones civiles (ONG) y la actividad en internet.
Desde que regresó al Kremlin el pasado 7 de mayo tras cuatro años de paréntesis como primer ministro, Putin ha demostrado que no está dispuesto a cambiar un ápice su ideario debido a las multitudinarias protestas opositoras o a las crecientes críticas occidentales.
No solo eso, sino que una y otra vez ha desautorizado de palabra o de obra a su predecesor y nuevo jefe de gobierno, Dimitri Medvédev, cuyo futuro político ha quedado muy en entredicho y cuyas tímidas promesas de cambio han quedado reducidas a cenizas.
Y es que son muchos los oficialistas que culpan a Medvédev de dar alas con su verborrea liberal a la oposición, a la que las denuncias de fraude electoral han aglutinado en torno a un lema común: “Rusia sin Putin”.
Los analistas auguraban un Putin pragmático que durante los próximos seis años en el Kremlin centraría todas sus energías en prevenir una segunda ola de crisis, cumplir las promesas electorales de mejora del Estado benefactor y suavizar el impacto del inminente ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) este jueves 23.
No obstante, iban muy descaminados, ya que el líder ruso tenía entre ceja y ceja la intención de frenar en seco el ímpetu contestatario de los nuevos “enemigos” del pueblo -oposición, ONGs y blogueros- con leyes más propias de una dictadura que de una democracia.
Antes de que la oposición pudiera reanudar las protestas, Putin promulgó una ley que endurece notablemente las multas contra los que infrinjan las normas en mítines y marchas.
Putin recomendó a la oposición expresarse no en las calles, sino a través de nuevos partidos merced a la nueva ley que simplifica su registro. Mientras, el número de presos políticos ha aumentado notablemente ante los procesos penales contra los opositores detenidos durante las protestas de mayo. Además, Putin, que acusa a Occidente de dar alas y financiar a la oposición, aprobó otra ley que obliga a registrarse como “agentes extranjeros” a aquellas ONGs que reciben fondos del exterior y participan en la vida política.
“¿Por qué ellos (EU) pueden defenderse de esa forma de la influencia exterior durante décadas con esa ley y nosotros en Rusia no podemos hacerlo?” señaló, en alusión a una ley análoga que está en vigor en Estados Unidos desde 1938.
Las ONG afectadas deberán rendir cuentas mediante una auditoría contable anual y presentar informes semestrales sobre su actividad.
Entre otras medidas, Medvédev decidió en 2011 derogar el artículo del Código Penal que tipificaba la difamación y calumnia como delitos, lo que fue aplaudido por la oposición. Pero al poco Putin restableció la medida que impone fuertes multas a los transgresores.
Internet, único reducto opositor ante el monopolio oficial de la tv, tampoco es inmune: una nueva ley prevé una lista negra de páginas web.
Con todo, el mejor indicador de la enrarecida atmósfera actual es el juicio y la condena a dos años de cárcel a tres miembros del grupo punk Pussy Riot, lo que ha levantado una ola de críticas dentro y fuera de la Rusia que, según analistas se encamina a un callejón sin salida.
“El anarquismo nunca ha traído nada bueno”, aseguró Putin al defender la promulgación de sendas leyes que restringen la libertad de manifestación, la labor de las organizaciones civiles (ONG) y la actividad en internet.
Desde que regresó al Kremlin el pasado 7 de mayo tras cuatro años de paréntesis como primer ministro, Putin ha demostrado que no está dispuesto a cambiar un ápice su ideario debido a las multitudinarias protestas opositoras o a las crecientes críticas occidentales.
No solo eso, sino que una y otra vez ha desautorizado de palabra o de obra a su predecesor y nuevo jefe de gobierno, Dimitri Medvédev, cuyo futuro político ha quedado muy en entredicho y cuyas tímidas promesas de cambio han quedado reducidas a cenizas.
Y es que son muchos los oficialistas que culpan a Medvédev de dar alas con su verborrea liberal a la oposición, a la que las denuncias de fraude electoral han aglutinado en torno a un lema común: “Rusia sin Putin”.
Los analistas auguraban un Putin pragmático que durante los próximos seis años en el Kremlin centraría todas sus energías en prevenir una segunda ola de crisis, cumplir las promesas electorales de mejora del Estado benefactor y suavizar el impacto del inminente ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) este jueves 23.
No obstante, iban muy descaminados, ya que el líder ruso tenía entre ceja y ceja la intención de frenar en seco el ímpetu contestatario de los nuevos “enemigos” del pueblo -oposición, ONGs y blogueros- con leyes más propias de una dictadura que de una democracia.
Antes de que la oposición pudiera reanudar las protestas, Putin promulgó una ley que endurece notablemente las multas contra los que infrinjan las normas en mítines y marchas.
Putin recomendó a la oposición expresarse no en las calles, sino a través de nuevos partidos merced a la nueva ley que simplifica su registro. Mientras, el número de presos políticos ha aumentado notablemente ante los procesos penales contra los opositores detenidos durante las protestas de mayo. Además, Putin, que acusa a Occidente de dar alas y financiar a la oposición, aprobó otra ley que obliga a registrarse como “agentes extranjeros” a aquellas ONGs que reciben fondos del exterior y participan en la vida política.
“¿Por qué ellos (EU) pueden defenderse de esa forma de la influencia exterior durante décadas con esa ley y nosotros en Rusia no podemos hacerlo?” señaló, en alusión a una ley análoga que está en vigor en Estados Unidos desde 1938.
Las ONG afectadas deberán rendir cuentas mediante una auditoría contable anual y presentar informes semestrales sobre su actividad.
Entre otras medidas, Medvédev decidió en 2011 derogar el artículo del Código Penal que tipificaba la difamación y calumnia como delitos, lo que fue aplaudido por la oposición. Pero al poco Putin restableció la medida que impone fuertes multas a los transgresores.
Internet, único reducto opositor ante el monopolio oficial de la tv, tampoco es inmune: una nueva ley prevé una lista negra de páginas web.
Con todo, el mejor indicador de la enrarecida atmósfera actual es el juicio y la condena a dos años de cárcel a tres miembros del grupo punk Pussy Riot, lo que ha levantado una ola de críticas dentro y fuera de la Rusia que, según analistas se encamina a un callejón sin salida.
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