Román Revueltas Retes
Ignoro si los artículos de Héctor
Aguilar Camín son parte de algún ensayo sobre la realidad mexicana que
publicará en el futuro, pero me parecen de obligada lectura en tanto que
describen, con una claridad deslumbrante, los rasgos culturales de nuestra
sociedad.
Esa propensión de los mexicanos a despreciar la legalidad, por ejemplo, o ese espíritu pedigüeño que nos aqueja o, finalmente, esa reticencia de las autoridades para emplear la violencia legítima del Estado y preservar así algo tan esencial como el orden público, son manifestaciones sociales que debieran preocuparnos grandemente y de las cuales, por lo visto, no hemos todavía tomado entera conciencia.
Esa propensión de los mexicanos a despreciar la legalidad, por ejemplo, o ese espíritu pedigüeño que nos aqueja o, finalmente, esa reticencia de las autoridades para emplear la violencia legítima del Estado y preservar así algo tan esencial como el orden público, son manifestaciones sociales que debieran preocuparnos grandemente y de las cuales, por lo visto, no hemos todavía tomado entera conciencia.
Pero, justamente, cabe preguntarnos de dónde provendrá el cambio o, mejor dicho, quién será el encargado de promoverlo siendo que, hasta ahora, los habitantes de este país parecemos estar en perfecta sintonía con parecido estado de cosas.
Lo más curioso es que somos nosotros mismos los primerísimos afectados y que el sistema, por llamarlo de alguna manera, no es nada funcional: no asegura las condiciones mínimas para garantizar derechos reales y propiciar así el pleno desarrollo, ya no digamos económico, de México, sino la modernización social de la nación.
Se me ocurre que las transformaciones podrían ser tal vez fomentadas, de manera tan intencional como reflexionada, desde el poder político. Pero ¿están ellos —esos representantes nuestros tan acobardados por la mera perspectiva de perder votos y de aparecer como gobernantes “autoritarios” ante una sociedad que, precisamente, no distingue diferencias—, están ellos, repito, dispuestos a asumir esta responsabilidad?
Y, más bien, ¿no serán ellos mismos quienes, por puro interés, promueven la perpetuación de uno rasgos culturales que, encima, fueron los primeros en fomentar al ejercer el “populismo estatal” del que habla Héctor?
El asunto es serio. Y lo más preocupante es que las cosas se pondrán mucho peor antes de que afrontemos los problemas con la urgencia que merecen.
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