Una larga cadena de abusos en la Argentina
El Imparcial, Madrid
Es
tan ostensible el nivel de arbitrariedad del gobierno argentino que resulta
difícil pensar en experiencias democráticas equiparables más allá de nuestras
fronteras. Las hay, por cierto, empezando por la propia América Latina, donde
el caso venezolano se revela como la referencia obligada a la hora de
preguntarse hacia dónde se encamina nuestro país.
Apenas
un par de años atrás, este paralelismo podía parecer todavía premeditado. Sin
embargo, hoy por hoy, tanto analistas locales como extranjeros coinciden más y
más en trazarlo mientras se acumulan pruebas tales como las recientes
revelaciones sobre los talleres de adoctrinamiento que el kirchnerismo, desde
su brazo más militante que es la agrupación La Cámpora, está desarrollando en
escuelas públicas del país, trasgrediendo desde luego la legislación vigente
sobre la realización de actos partidarios en establecimientos educativos y con
el aval explícito de la presidenta quien acaba de justificarse con el argumento
de que “hay que formar argentinos comprometidos con su país”.
Nada
nuevo. La inobservancia de la ley se ha vuelto un modus operandi del ahora
llamado “cristinismo” (una suerte de kirchnerismo ideológicamente exacerbado
pero sin la cintura política que, mal que bien, caracterizó al extinto ex
presidente). Entretanto, los argentinos asistimos pasivamente a un espectáculo
donde se dan cita la corrupción, la tergiversación de los índices
inflacionarios, la inoperancia de los organismos de control, un Estado
colonizado por el partido gobernante, la intolerancia al disenso y otras
prácticas autoritarias que, sin alternativa ninguna a la vista, dejan a nuestra
democracia indefensa y a merced de un proyecto hegemónico que viene a cifrarse
en una fórmula salida de labios de la presidenta: “Vamos por todo”.
No
obstante, si no es tarea fácil, como afirmaba John Locke, convencer a una
sociedad de la necesidad de enmendar los vicios de un régimen al que se ha
acostumbrado, está visto que tarde o temprano esa oportunidad llega. Los
pueblos, decía Locke, “son capaces de soportar sin rebelarse y sin murmurar
leyes inconvenientes y todos los deslices a que está expuesta la fragilidad
humana”. Pero si “una larga cadena de abusos” (a long train of abuses) dejan
ver las maquinaciones ocultas de los gobernantes, lo más probable es que el
pueblo despierte y que su abulia o pasividad se transforme en resuelta voluntad
de cambio.
Yo
creo que muchos argentinos que están hace rato despiertos son conscientes de la
“larga cadena de abusos” que se vienen cometiendo. Por el bien de nuestra
República y para poner límite a tanta desmesura, sería deseable que el año
próximo, cuando tengan lugar las elecciones legislativas, esa conciencia
subsista y se haga presente en las urnas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario