lunes, 13 de agosto de 2012

Chile: Felipe Kast recuerda y dispara

Chile: Felipe Kast recuerda y dispara – por Fernanda Paúl

Hora de recuerdos para Felipe Kast, delegado presidencial para Campamentos y Aldeas. Cuenta cómo fue crecer con dos padres tan distintos: el biológico, Miguel Kast, quien murió joven, y su padrastro Javier Etcheberry, quien llegó a su vida siete años después. También entrega por primera vez los detalles de su abrupta salida del Mideplan y las razones que le dio el Presidente. “Estuve emocionalmente afectado”, reconoce.
Dos y media de la tarde. Lunes 14 de mayo. Felipe Kast -delegado presidencial para Campamentos y Aldeas- está sentado en su oficina del centro de Santiago. Se echa para atrás, para mirar mejor las fotos que cuelgan de las murallas y que, de alguna u otra forma, recorren su propia historia.

Hay retratos de su padre, Miguel Kast. Hay otro de Jaime Guzmán, quien fue cercano a su progenitor en las luchas del gremialismo en los 80. También tiene fotos de su paso por el Ministerio de Planificación y del gabinete completo que empezó el gobierno de Piñera en marzo de 2010. En otra se puede ver a varios ministros -el de Interior, Rodrigo Hinzpeter; el de Hacienda, Felipe Larraín- en el campo de Kast cerca de Cobquecura, donde estuvieron para el primer aniversario del terremoto. Más allá, una imagen de su equipo del Mideplan justo el día en que a él le tocó salir sorpresivamente. “Estuve emocionalmente afectado”, dice.
En julio se cumple un año de su salida del gabinete. Kast, que guardó silencio tras su partida, siente que hoy es tiempo de contar lo que fue ese episodio doloroso. Claro que para entenderlo bien, debe primer hurgar en su biografía. En esa situación de haber crecido con la imagen de dos padres muy distintos. El biológico, Miguel, que murió de cáncer cuando él era niño y cuya influencia jamás lo ha abandonado. Y el padrastro, Javier Etcheberry -ex PPD, ex ministro de Obras Públicas de Lagos- que entró a su casa y a su vida en 1989.
Este es su testimonio.
“Hay una anécdota que me marcó mucho. Mi papá, cuando estaba enfermo de cáncer, nos grabó un casete en el que cuenta su historia. Nos dice: ‘Bueno niños; Miguel, Pablo, Felipe, Tomás y Bárbara; el papá luego se va a ir al cielo, así que quería aprovechar de contarles un poco lo que fue mi vida’. En ese momento él tenía mi edad, 34 años. Nos parte contando su historia desde más niño a más grande. Alcanzó a llegar hasta su época en la universidad, porque después falleció y no nos pudo seguir contando.
Mi papá era una persona muy alegre, con mucha energía. En el plano familiar, a pesar de que estaba muy ausente por el trabajo que tenía, se hacía los espacios para que lo acompañáramos. Me acuerdo que yo iba con él a matrimonios. Cuando mi mamá no podía ir, yo aparecía al lado de él en los matrimonios. Probablemente no íbamos a las fiestas, pero lo acompañaba en la misa.
Mi papá era muy cercano a su madre, a mi abuela. Ibamos siempre en auto a Buin, a la misma casa a la que ellos llegaron en 1954, que queda al lado de la línea del tren, y que todavía tienen. De chico mi viejo fue muy pobre. Eso sí lo alcanza a contar en ese casete, habla de lo duro que había sido para él la pobreza desde chico. Y lo duro que había sido ver a su papá sin recursos para mantener a sus 10 hijos. Pero no era un tipo amargado. Eso era lo más impresionante, porque a pesar de todo lo que le tocó, era un tipo alegre, muy apasionado y confiado en que la vida se podía transformar. Y él transformó la suya. A los 15 años arrendó una trilladora y se fue con un trabajador al sur todo el verano. Pasaba por los campos y les ofrecía a los dueños trillar su trigo. Le fue muy bien, terminó a los 18 años con su pequeño capital propio. Luego le empezó a ir muy bien en los estudios, en el colegio. En el casete él nos contó que un día se decidió a estudiar, así logró entrar a Ingeniería Comercial en la Universidad Católica.
Fue democratacristiano hasta que vio en el campo el odio que empezó a generarse después del gobierno de Frei. Y se desilusionó muy fuerte de Frei Montalva. Lo dice así, con esas palabras. Luego en la universidad conoció a Jaime Guzmán e ingresó al gremialismo. Luego de estudiar en Chicago, donde le fue muy bien, volvió a Chile como jefe de estudios del Mideplan. Estuvo tres años, hasta que finalmente asumió como ministro. Después, como ministro del Trabajo. Terminó como presidente del Banco Central, renunció y seis meses después le diagnosticaron cáncer.
Nunca se supo qué cáncer tenía. El se aguantó el dolor, llegó tarde y nunca supimos porque ya tenía metástasis y era imposible saber dónde había partido.
Todavía tenemos guardado ese casete. Lo he vuelto a escuchar de grande y es muy emocionante. Su voz es increíble”.
“Mi padrastro llegó en 1989, siete años después de que murió mi papá. Yo tenía 13 años. Había sido hace poco el plebiscito, el ambiente estaba bastante polarizado. Eso nos marcó mucho, porque a pesar de que todos los amigos de mi viejo seguían siempre muy cerca y con mucho cariño, al llegar Javier Etcheberry a mi casa de forma permanente y ser mi papá en la práctica las comidas en la noche, las conversaciones, empezaron a tener una mirada social un poco más amplia sobre lo que estaba ocurriendo en Chile. Obviamente el tipo de conversaciones que teníamos hasta antes que llegara Etcheberry era distinto al tipo de conversaciones que tuvimos después.
El, eso sí, siempre fue muy respetuoso y cariñoso con mi viejo. De hecho, fue muchas veces con mi mamá a las misas en recuerdo de mi papá. Además, siempre dejaba espacio para nosotros los hijos. En el fondo, no llegó un tipo que viniera a rivalizar con mi papá. El tenía muy claro que no venía a reemplazar a alguien, sino que a sumarse a un lote que ya estaba.
Creo que fui de los pocos hermanos que siempre le gustó que viniera Javier. A mis otros hermanos no les gustó mucho. Y yo creo que fue porque yo tenía una conexión muy fuerte con mi mamá, siempre fui muy cercano a ella y por eso encontraba injusto que ella se hubiese quedado sola. Todo fue bastante rápido: Javier conoció a mi mamá, se enamoraron y no sé cómo de repente estábamos viajando en un furgón todos los hermanos, las dos hijas de él y nosotros cinco, camino a las termas de Chillán para unas vacaciones familiares. Nosotros mirábamos para el lado y no sabíamos quiénes eran. Veníamos de mundos distintos.
Javier es un hombre que está muy marcado por la historia de Chile. El tema de los derechos humanos le marcó muy fuerte. Ahora, si tú hablas con él y le preguntas qué es lo que opina en general, cree en una izquierda muy moderna. Que es la que mejor encarnó Lagos y por eso no es raro que haya sido su ministro de Obras Públicas. Javier no es de una izquierda muy ideologizada, es de una izquierda más solidaria y, a la vez, muy pragmática. Está muy orgulloso de lo que hizo la Concertación. No es de los autoflagelantes, estaría más cerca de los autocomplacientes, a pesar de que cree que hubo muchas ineficiencias.
Con Javier me tocó algo bien especial. De adulto, cuando más necesitas a tu padre porque empiezas con tu vida profesional, Javier jugó un rol súper importante. Con el tema del gobierno, por ejemplo. Una de las razones por las cuales creo que yo tenía mucha tranquilidad cuando le dije que sí al Presidente Piñera para asumir a los 32 años como ministro de Estado, era, primero, porque había estado siempre muy empapado de la política, pero también porque en la casa tenía a una persona que había sido ministro hace muy poco y, para mí, una de las personas que más sabe de administración del Estado.
Yo creo que Javier es muy distinto a mi papá. Bueno, la verdad es que conozco más a Javier que a mi papá. Pero veo que Javier es mucho más introvertido. Mi papá era más extrovertido, más líder de grupo, tenía una cosa más política. Javier es más tímido, siempre lo molestamos que es perno. Ahora, tienen cosas en que se parecen. Las convicciones, por ejemplo. Javier es de una consecuencia que a mí me sorprende y que he visto en pocas personas”.
“Como perdí a mi viejo muy chico, yo siempre fui bueno para encontrar papás sustitutos, especies de ‘padrinos’. Desde los 12 años hasta los 16, mi primer papá sustituto fue mi entrenador de básquetbol, Néstor Gutiérrez. Después hay un giro, me empiezo a meter en el mundo de la Iglesia Católica y ahí hay una persona muy importante, que es Antonio Daher, un arquitecto de la Católica, profesor, de quien me hice muy amigo. En la etapa profesional, fui muy cercano a Cristián Larroulet, y luego, Javier Etcheberry jugó un rol esencial. También fue importante Andrés Navarro.
El cariño que los políticos le tenían a mi papá era muy grande. Eso ha sido siempre muy bonito, porque es transversal. Me tocó que el mismo Andrés Velasco, cuando llegué a Harvard, me presentó a los profesores: ‘Miren, este es Felipe Kast, alumno chileno, hijo de un gran economista de Chile”. Y lo dijo con cariño. En general, me topo con mucha gente que conocía a mi papá. Me acuerdo que una vez en la universidad tuve que hacer unos estudios con el Ministerio del Trabajo y tuve que ir a buscar unos datos, y la persona que atendía en la biblioteca del ministerio me dijo: ‘Oiga, yo conocí a su papá’.
De mis hermanos, yo soy el que tiene más acceso a los documentos de mi papá. Mi mamá me los fue entregando, porque fui el único que estudió economía y muchos de sus escritos tenían que ver con eso. También he leído varias veces el libro que hizo Joaquín Lavín, que se llamaPasión de vivir y es la única biografía que existe de mi padre.
En algún minuto de mi vida, como a los 16 años, enganché con lo que había hecho mi viejo, con el tema de la pobreza. Además, mi tío José Antonio Kast (secretario general de la UDI) me dijo un día: ‘Sabes Felipe, creo que tú deberías pensar seriamente en dedicarte a lo público’”.
“Un día de febrero de 2010 me llegó una llamada por teléfono. Yo estaba con mi familia en la casa de mi mamá en la Laguna Aculeo. Era el Presidente:
-Felipe, quería primero agradecerle por su trabajo en la campaña. La verdad es que me han hablado bien de usted y quería invitarlo a que sea parte del gabinete, asumiendo responsabilidades en el Mideplan.
Fue así de simple y directo. De inmediato le dije:
-Cuente conmigo, Presidente. Para mí es un honor.
Estaba muy contento. Dentro de los cargos que me podría haber ofrecido era el más fácil para mí. Era el único donde sentía que manejaba la información, donde desde el primer día sabía lo que tenía que hacer.
El día que llegué, fui piso por piso saludando a las personas. Fue bonito sentir que había mucha energía guardada de la época de mi padre en Mideplan. Era la misma oficina, el mismo edificio. Había muchas personas que estaban ahí desde esa época, como Heriberto, que le servía el café a mi papá. Me emocionó ver cómo me hablaba de mi papá. La gente se me acercaba, me contaba de él, de su estilo, de su energía. El tenía una habilidad bastante sobresaliente de conectarse con la gente, por lo pronto infinitamente más grande que la mía.
Ese romanticismo de entrar al mismo puesto que ocupó mi papá me duró relativamente poco, como un mes. La chochera mía, de mi vieja… Al Presidente se le ocurrió que el Mideplan, que jamás había tenido nada que ver con esto, tenía que hacerse cargo de construir las viviendas de emergencia para 60 mil familias tras el terremoto. Ha sido uno de los momentos más estresantes que me ha tocado vivir”.
“El día del cambio de gabinete, el lunes 18 de julio del año pasado, a las 9 de la mañana, yo estaba en mi oficina. Sonó el teléfono. Era el Presidente. Me pide que me junte con él. Yo sabía que, al parecer, Joaquín Lavín tenía que salir de Educación y que Pablo Longueira quería entrar. Eran los antecedentes que yo tenía. El Presidente me dijo:
-Mire, para mí esto es muy difícil. Le quiero agradecer, pero la verdad es que he tenido que hacer un ajuste del gabinete que incluye a dos personas que tienen mucha tradición en la Coalición por el Cambio. Uno es Joaquín Lavín; y el otro, Pablo Longueira.
Luego me dice que tengo que salir:
-La verdad es que en su caso, debo reconocer que me costó su salida, porque tengo una muy buena evaluación de lo que ha hecho hasta el momento. Por lo mismo, le pido que mañana vuelva a reunirse conmigo, porque no queremos perderlo.
Yo le respondí:
-Mire, Presidente, no estoy de acuerdo con su decisión, creo que esto es pan para hoy día, hambre para mañana, pero quiero agradecerle. Usted no me conocía y en todas las reuniones de gabinete me valoró por el peso de mis ideas y no por el hecho de que no me conocía o por ser el menor de todos.
Se lo dije así, tal cual.
Estas cosas pasan en horas, de repente tienes que armar tu maletita, hacer tus cositas y partiste. Yo, la verdad, estaba bastante afectado. Emocionalmente afectado. Porque había sido un proyecto en el cual había puesto mucho empeño. Es verdad que ya habíamos pasado la etapa de diseño, pero nos faltaba la etapa más linda que era ver que eso operara. Nos pasamos tres o cuatro meses con el terremoto, después un año elaborando políticas públicas y ahora nos tocaba ver que las cosas funcionaran. Y están funcionando. Me hubiese encantado ver eso. Yo siempre decía: ‘Un año más’.
Nunca me dio rabia, ni sentí que había sido algo personal. Yo entendí que era un momento muy difícil para el gobierno. Obviamente no ayudó el que yo me mantuviera independiente. Nunca tuve a alguien que me defendiera. Todos me decían: ‘Tienes que firmar por un partido. Armate tus redes, porque así le subes el costo a que te cambien’. Pero nunca quise hacer eso. Creo que tiene muchas ventajas no haberlo hecho, no le debo muchos favores a nadie. Ando bastante liviano de equipaje.
Le pasé el cargo a Joaquín Lavín, a quien le tengo especial cariño por mi viejo, por haber sido su discípulo. Es muy capaz. Lo único que no me gusta es que sea tan presidenciable. Porque el Mideplan no tiene que ser un ministerio -y a veces está esa tentación- para sacarse fotos cerca de la pobreza y proyectar una vocación social, sino un ministerio que trabaje fuerte y silenciosamente para gestionar y tomar decisiones que a veces son difíciles.
Los días siguientes a mi salida fueron muy tristes. Pasé dos semanas en mi casa, recibiendo muchos llamados de amigos. Hice vida en mi casa, que fue muy rico después de haber tenido un ritmo tan fuerte. A veces me tocaba ir a reuniones, como a la que fui con el Presidente al día siguiente del cambio de mando. En esa ocasión, yo le dije que había una cosa que me había dejado la espina clavada del Mideplan: los campamentos. Le dije:
-Usted siempre habla de terminar con la pobreza extrema. En Mideplan no teníamos a cargo los campamentos, y la verdad es que terminar con la pobreza extrema sin estar a cargo de los campamentos, no es posible.
Ahí me dijo que me hiciera cargo de los campamentos como delegado presidencial. Pero yo no iba a aceptar así no más. Esos cargos son muy difíciles que funcionen bien, entonces había que ver una serie de condiciones. Nos pasamos dos semanas conversando, a través de Cristián Larroulet, a quien el Presidente le pidió que hiciera de interlocutor conmigo. Pedí recursos adicionales y atribuciones que significaban una coordinación no menor con el ministro de Vivienda. Luego se selló la negociación y yo quedé como delegado presidencial para Campamentos y Aldeas.
Paralelamente, con unos amigos formamos Horizontal. Es un think tank, que tiene proyección a ser un nuevo movimiento político. Creo que hoy día en la centroderecha hay una necesidad de que las nuevas generaciones se tomen en serio el desafío de construir el “segundo piso de la casa”. Y eso también tiene mucho que ver con mi viejo.
Mi viejo y su generación construyeron el primer piso de esta casa. ¿Qué es el primer piso? Las nuevas instituciones y el orden general del país. Hicieron una transición a la democracia ejemplar, pero nunca lograron hacer el segundo piso de la casa que permite que se legitime el modelo. ¿Qué es el segundo piso? Asegurar que cada niño que nace en Chile, independiente del apellido y del barrio, tenga la posibilidad de hacer realidad sus sueños. O sea, que tengamos movilidad social. Ese es el objetivo”.
“La herencia y el legado de mi papá siempre está presente, porque es un referente. Pero nunca me he sentido viviendo su vida. Creo que me ayudó mucho tener otro papá, que es Javier.
No soy ingenuo. Sé que tener a mi viejo me ha ayudado mucho, porque mucha gente lo respetaba y me abren las puertas, porque dicen: ‘Este gallo puede ser parecido a su papá’. Pero nunca he vivido con esa sensación de que tengo que completar algo que él no hizo. Que es la típica historia que todos tratan de venderme. ‘Tú vienes a terminar lo que tu papá no pudo completar’. ¡Las pinzas! Creo que mi papá hizo una gran labor, yo estoy tratando de hacer una buena labor, lo paso bien, me apasiona lo que hago, pero de ahí a que yo piense que hay un Pepe Grillo que me anda diciendo: ‘Ya compadre, tienes que hacerlo’, no. Hace rato que no creo en esa fantasía, no me afecta ni de cerca”.

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