Matías Zibell
El declive de una potencia, el surgimiento de otra.
Ese pensamiento volaba sobre el estadio de Pekín
el 24 de agosto de 2008. Lo reproducían en sus reportajes algunos
periodistas deportivos, lo multiplicaban en su mente miles de
espectadores que observaban la ceremonia de unos Juegos que tenían a
China por primera vez en su historia en lo alto del medallero.Pero Pekín 2008 había sido diseñado por China para mostrarle al planeta que un nuevo actor internacional había llegado. Por motivos muy similares había viajado Yang Liwei al espacio, cuando el gigante asiático puso su primer hombre en órbita cinco años antes de su Olimpíada.
Londres 2012 era otro escenario. Era el encuentro de estos dos gigantes en terreno neutral. Con sus 104 medallas (46 de oro) en la capital británica, EE.UU. ratifica su posición como el país que más Juegos de verano ha ganado (16 de 27), China vuelve a conformarse con “la plata” (con 87 medallas, 38 de oro) como en Grecia ocho años atrás.
¿Pero una derrota estadounidense hubiese corroborado aquel pensamiento que sobrevolaba Pekín? ¿Dos derrotas consecutivas era la confirmación de un declive imparable? La Historia dice lo contrario.
Arriba las medallas, abajo el Muro
EE.UU. ha perdido antes dos Olimpíadas consecutivas. En 1956 (Melbourne) y 1960 (Roma) quedaron por detrás de la Unión Soviética. Lo mismo volvió a ocurrir en 1972 (Munich) y 1976 (Montreal).Pero aunque Seúl 88 fue también para los atletas soviéticos, un año después cayó el Muro de Berlín, desapareció Alemania del Este y la bandera de la URSS nunca volvió a ondear en el mástil olímpico (15 de sus ex repúblicas participaron como “equipo unificado” y se ubicaron en lo más alto de Barcelona 1992).
Los estadounidenses, que desde la década del 70 se habían quedado atrás de su geoestratégico archirrival (exceptuando Los Ángeles 1984 que se disputó con boicot soviético), eran los ganadores indiscutibles de una competencia más mortífera: la Guerra Fría.
Como a comienzos del olimpismo moderno, la cima del medallero no parecía reflejar como un espejo el poderío geoestratégico.
La localía no garantiza la victoria
Durante el final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, naciones del Viejo Continente como Inglaterra, Francia y Alemania dominaban un planeta divido en metrópolis y periferias, es decir, grandes capitales mundiales y países colonizados.Pero durante sus años de esplendor, ingleses, franceses y alemanes solo pudieron ganar una Olimpíada cada una, todas en condición de local (París 1900, Londres 1908 y Berlín 1936). Los franceses ni siquiera pudieron repetir este logro en sus segundos juegos en 1924 ni los ingleses lo consiguieron en los suyos, 24 años después.
En épocas en donde no participaban más de 50 países en cada Olimpíada (recién en Londres 1948 fueron 59), la nación anfitriona contaba con una ventaja considerable, pero aun así, Estados Unidos se quedó con los juegos de Atenas 1896, Estocolmo 1912, París 1924, Ámsterdam 1928, Londres 1948; sumado a las dos Olimpíadas que se jugaron en su territorio: San Luis 1912 y Los Ángeles 1932.
Considerando lo ocurrido en los primeros 50 años del olimpismo moderno, uno podría decir que los Juegos eran un evento que tenía lugar cada cuatro años en diferentes ciudades del mundo para que festejaran siempre –o casi siempre- los atletas estadounidenses, más allá de quién tuviera más colonias, cavara más trincheras o invadiera más vecinos.
Digno de Tolkien
Ningún país “periférico” ha ocupado ese puesto y muy pocos han logrado llegar al podio (Rumania en Atlanta 1984 –cuando Rusia no viajó por boicot-, Bulgaria en Moscú 1980 –cuando el boicot fue estadounidense- y Australia en 1956 –cuando realizó sus propios Juegos, los únicos del hemisferio Sur hasta Río 2016-).
El caso más exitoso ha sido Hungría, con terceros lugares en Berlín 1936, Helsinsky 1952 y México 1968.
Pero el dinero y el poder solos no hacen la felicidad olímpica, si no existe el interés del Estado –por motivos que pueden ir desde el orgullo deportivo hasta el nacionalismo desenfrenado- por invertir en sus atletas olímpicos.
Nuestro caso “fuera del molde”, Hungría, fue uno de los primeros países en el mundo en crear un comité olímpico. Lo hizo en 1895, un año antes que la primera Olimpíada moderna y mucho antes que sus vecinos (República Checa en 1899, Rumania en 1914, Polonia en 1918 y Bulgaria en 1923). Eso muestra un temprano interés por el olimpismo.
Solo tres países se habían anticipado en 1894 en la conformación de un organismo olímpico nacional: Grecia, que organizaría los primeros Juegos; Francia, que organizaría los segundos; y un país que crecía del otro lado del Atlántico, EE.UU, que albergaría los terceros y que acaba de ganar los últimos.
El "Señor de los Anillos" ha vuelto, pero el duelo con China continuará en tierras brasileñas, más caliente que nunca.
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