Hollywood
        y el antiamericanismo
        
        
Michael Medved 
Durante la trágica rebelión de la
        Plaza de Tienanmen hace más de una década, los jóvenes reformistas no
        sólo tomaron la Estatua de la Libertad como el símbolo de su movimiento
        sino que también expresaron su predilección por la música americana.
        Esto nos remite a la gran discusión en torno a la influencia
        mundial de Hollywood. ¿Promueven las exportaciones culturales de Estados
        Unidos el triunfo de los valores de este país o, muy por el contrario,
        inspiran odio y resentimiento contra Estados Unidos?  Los apologistas de
        la industria del entretenimiento rechazan todos los intentos de
        responsabilizar a Hollywood por el antiamericanismo, insistiendo en que
        la cultura pop americana refleja correctamente los aspectos positivos y
        negativos de Estados Unidos. Durante un foro sobre la violencia
        patrocinado por un grupo de activistas “liberales,”  Paul Verhoeven (el
        director de Robocop y Basic Instinct) afirmó:         "El arte es el
        reflejo del mundo. Si el mundo es horrible, el reflejo en  el espejo es
        horrible." En otras palabras, si la gente en los países en  desarrollo
        se siente disgustada por las imágenes que les presenta Hollywood,  tan
        agresivamente mercadeadas, los responsables de ese disgusto no son los  productores
        de esas imágenes sino los excesos de la vida americana misma.
Este argumento, sin embargo, va en contra de todos
        los análisis  estadísticos que se han hecho en los últimos 20 años sobre
        la distorsionada  imagen de la sociedad americana que presenta la
        industria del  entretenimiento. Todas las evaluaciones serias de las
        versiones  cinematográficas y televisivas de la vida americana sugieren
        que la cultura  pop presenta un mundo mucho más violento, peligroso,
        sexualmente promiscuo  (y, por supuesto, dramático) que la cotidiana
        realidad de la vida americana.  George Gerbner, un destacado analista de
        la violencia en los medios de  comunicación de la Escuela Annenberg de
        Comunicaciones de la Universidad de  Pensilvana llegó a la conclusión,
        tras 30 años de investigaciones, que los  personajes de las cadenas de
        televisión son víctimas de la violencia con una  frecuencia que es, por
        lo menos, 50 veces mayor que los ciudadanos del país  real.
La exportación sólo intensifica el desproporcionado
        énfasis en el  comportamiento violento. Durante muchos años, las
        llamados películas de acción  se han vendido mejor que otros géneros
        porque las explosiones y los choques  de automóviles no necesitan
        traducción. Esto lleva a la generalizada  suposición de que Estados
        Unidos, pese a la dramática disminución del crimen  durante la última
        década, sigue siendo una sociedad peligrosa e insegura. En  un reciente
        viaje a Inglaterra, me encontré a londinenses cultos y  sofisticados que
        temían viajar a Estados Unidos debido a temores, enormemente  exagerados,
        de los crímenes callejeros en EEUU, ignorando recientes  estadísticas
        que muestran inequívocamente que los asaltos son mucho más  comunes en
        Londres que en Nueva York. En una nota similar, una reciente  viajera a
        Indonesia se encontró con un niño de 10 años que, al saber que la  visitante
        era americana, insistió en que le enseñara su pistola. Cuando ella  insistió
        en que no tenía ninguna, el niño no la creyó, él sabía que todos los  americanos
        llevaban armas porque siempre los había visto armados en la TV y  las
        películas.
El tratamiento de la sexualidad también ha sido
        extraordinariamente deformado. Los  análisis de Robert y Linda Lichter
        en el Center for Media and Public Affairs  en Washington D.C, revelan
        que en la televisión, las relaciones sexuales  extramatrimoniales son
        entre 9 y 14 veces más frecuentes que las  dramatizaciones del sexo
        matrimonial. Este extraño énfasis en las relaciones  extramaritales
        conduce a la conclusión de que la única forma de expresión  sexual mal
        vista por Hollywood es la que se desarrolla entre marido y mujer.  En
        realidad, por supuesto, todas las encuestas del comportamiento íntimo (incluyendo
        el famoso y vasto estudio nacional hecho en 1994 por la Universidad de
        Chicago) sugiere que entre más de dos terceras partes de los americanos
         adultos casados, las relaciones sexuales no sólo son más satisfactorias
        sino  significativamente más frecuentes que entre los solteros. Uno de
        las más  famosas representantes del estilo de las solteras modernas, Kim
        Cattral, de  Sex and the City, recientemente publicó un libro lleno de
        reveladoras  confesiones. En 'Satisfaction: The Art of the Female
        Orgasm', Cattral  describe una vida dramáticamente diferente de las
        voraces y promiscuas  escapadas del personaje que ella representa en la
        TV. En su intimidad, se  sintió frustrada e insatisfecha -- como casi la
        mitad de las mujeres  americanas, según ella dice -- hasta que la
        amorosa atención de su esposo,  Mark Levinson, finalmente le permitió
        experimentar verdadero goce y  gratificación.
Aun in las revelaciones de Attral, cualquiera que
        conozca la verdadera  vida de los solteros pudiera confirmar que Friends
        y Aly McBeal difícilmente  representan la verdadera vida de los solteros
        americanos. En la TV y las  películas, el principal problema que
        confrontan los solteros es tratar de  decidir entre una espectacular
        diversidad de deslumbrantes alternativas. La  consiguiente exploración
        podrá demostrar no ser completamente satisfactoria  pero siempre es
        interesante. Para la mayoría de los espectadores de  sociedades más
        tradicionales, sin embargo, esas aventuras parecen  extraordinariamente
        decadentes y corruptas.
Considere también el énfasis en la homosexualidad
        en la televisión y el  cine contemporáneos. En menos de un año, entre
        2001 y 2002, tres grandes cadenas  (NBC, HBO, MTV) ofrecieron diferentes
        dramatizaciones del asesinato de Matthey  Sheperd, un homosexual de
        Wyoming asaltado por dos delincuentes. Ningún crimen en reciente memoria
        -- ni siquiera el de Nicole Brown Simpson -- ha recibido semejante
        atención de las grandes empresas del entretenimiento. El mensaje que se
        manda al mundo no sólo llama la atención sobre las alternativas
        homosexuales en la vida americana sino que se concentra en nuestro
        submundo criminal.
La Gay and Lesbian Alliance Against Defamation (GLAAD)
        publica un  expediente anual en el que celebra el número de personajes
        abiertamente  homosexuales que aparecen regularmente en las series de la
        televisión  nacional, y recientemente contó más de 30. Esta fascinación
        con la  homosexualidad (como testimonia la atención al "destape''de
        Rosie O'Donnell)  obviamente exagera la incidencia del homosexualismo.
        Todos los estudios  científicos sugieren que menos de 3 por ciento de
        los adultos se ven  claramente como homosexuales.
Para ganar perspectiva, es útil contrastar la
        atención que la cultura pop  dedica a la homosexualidad con la
        indiferencia que muestra con los sentimientos religiosos. Un puñado de
        exitosos programas de televisión como Touched By  An Angel y Seventh
        Heaven puede invocar elementos de fe convencional aunque,  frecuentemente,
        de forma simplista e infantil, pero los creyentes maduros y  apasionados
        siguen siendo raros en el cine y la televisión. Una encuesta  Gallup y
        muchas otras sugieren que 40 por ciento de los americanos asiste  semanalmente
        a los servicios religiosos, más de cuatro veces el número que va  al
        cine en una semana cualquiera. La asistencia a la iglesia o a la
        sinagoga,  sin embargo, casi nunca aparece en la representación que
        Hollywood o la  televisión hacen de la sociedad americana contemporánea.
        Los medios hacen  muchas más referencias a la homosexualidad que a la
        religiosidad. Eso es una  representación obviamente deformada del pueblo
        americano, y la distorsión  juega a favor de algunos de nuestros peores
        enemigos. En octubre del 2001, un  representante de Osama bin Laden
        sintetizó la lucha entre los fanáticos  musulmanes y Estados Unidos como
        parte de la eterna batalla "entre la fe y  el ateísmo." Puesto que
        Estados Unidos representa, con mucho, la sociedad  occidental más
        preocupada por la religión y que más asiste a la iglesia, esta  referencia
        a nuestro supuesto ateísmo gana credibilidad en el exterior sólo  porque
        Hollywood ha negado o disminuido la naturaleza religiosa de nuestra  cultura.
El énfasis de los medios en la deformación de
        nuestra vida nacional  trasciende los ejemplos de entretenimiento vulgar
        e incluye los ejemplos más  exageradamente elogiados de la cultura
        popular. En los últimos años, unos  1,500 millones de personas de todo
        el mundo ven al menos una parte de los  anuales premios Oscar de
        Hollywood. En abril de 2000 vieron como la Academia  de Artes
        Cinematográficas concedía casi todos sus más prestigiosos premios  (mejor
        película, mejor actor, mejor director, mejor guión) a un pastiche  pueril
        llamado American Beauty. Este ácido ataque contra la vida de las  familias
        suburbanas muestra a una frustrado padre (Kevin Spacey) que conquista
         la redención porque renuncia a su trabajo, persigue lujurioso a una  adolescente,
        insulta a su esposa y hace ejercicios y fuma marihuana  obsesivamente.
        La única relación visiblemente sana y amorosa de esta  pesadilla
        surrealista florece entre dos vecinos homosexuales. El mismo  título,
        American Beauty, irónicamente invoca el nombre de una flor muy  popular
        y quiere sugerir que hay algo podrido en el sueño americano. Si el  mundo
        del entretenimiento escoge llenar de honores a este producto  cinematográfico,
        entonces es comprensible que los espectadores de Nueva Delhi o de Lima
        supongan que se trata de una dura pero exacta descripción del vacío y la
        corrupción de la sociedad americana. Este ejemplo de exagerados elogios
        sugiere que los problemas de la visión  hollywoodense de Estados Unidos
        van más allá de la simple búsqueda de  ganancias. Aunque Sam Mendes, el
        director de American Beauty, y el guionista  Alan Ball pudieran aspirar
        a la aclamación de los críticos, los productores  del filme siempre
        supieron que esta historia de patologías suburbanas no iba  a ser un
        gran fenómeno de taquilla (aunque los Oscar le garantizaron el éxito  comercial).
        La excusa más común para esta enfermiza concentración en la  violencia y
        los comportamientos aberrantes es que "el mercado lo demanda'' y  que
        los gustos del públicos no le dejan opciones a los ejecutivos del  entretenimiento.
        Esto, sin embargo, es completamente falso.
La industria cinematográfica americana estrena
        todos los años más de 300  películas, con un promedio de 65 por ciento
        clasificadas como "R'' -- sólo  para adultos -- por la Asociación de
        Películas de Estados Unidos. Todo el  mundo repite que los grandes
        estudios prefieren estas películas "R''  precisamente porque son las más
        taquilleras. Muchos estudios recientes  demuestran que, muy por el
        contrario, el público prefiere las películas  familiares. Un reciente y
        amplio análisis confirma las conclusiones de mi  libro de 1992 
        Hollywood vs. America. Dos economistas, Arthur DeVany de la  Universidad
        de California e Irvine y W. Davis Walls de la Universidad de Hong  Kong,
        sintetizaron sus investigaciones: "Este estudio muestra que Medved  tiene
        razón: hay demasiadas películas R en la cartera de Hollywood...  Mostramos,
        como alega Medved, que las películas R gustan menos que la G, las  PG y
        las PG-13. Las R son superadas en ingresos, costos, ingresos por costo
         de producción y ganancias."
El otro argumento en defensa del énfasis en los
        aspectos más problemáticos  de la vida americana implica el carácter
        inherentemente dramático de las  patologías sociales. Según el famoso
        aforismo de Tolstoi: "Todas las familias felices se parecen; todas las
        familias infelices son infelices de su  propia manera." Esta lógica
        sugiere una inevitable tendencia a subrayar las  mismas situaciones
        desagradables pero fascinantes tan memorablemente creadas  por Sófocles
        o Shakespeare. Obviamente, el divorcio y el adulterio son más   entretenidos
        que la felicidad conyugal; la criminalidad es más interesante  que el
        civismo. En un mercado internacional intensamente competitivo, las  tenebrosas
        obsesiones de magnates de la cultura pop parecen tener un cierto  sentido.
Este enfoque, sin embargo, ignora la herencia del
        mismo Hollywood y sobre  que base logró conquistar al mundo. En los años
        20 y 30, la industria  cinematográfica americana afrontaba una dura
        competencia de Italia, Francia,  Alemania, Inglaterra e inclusive Rusia.
        Obvias acontecimientos políticos  (incluyendo la brutal intrusión de las
        tiranías fascistas y comunistas)  ayudaron al triunfo de las
        corporaciones americanas sobre sus rivales  europeos, y empujaron a
        muchos individuos talentosos a buscar refugio en  Estados Unidos. Pero,
        más que todos estos factores, Hollywood se las arregló  para dominar los
        mercados internacionales debido a un enamoramiento del mundo  con
        Estados Unidos, que supo alentar y explotar. No cabe duda, de que
        figuras  nacionales como Jimmy Stewart, Mae West, Henry Fonda, Shirley
        Temple, Clark  Gable, James Cagney y John Wayne, además de carismáticas
        importaciones como  Charlie Chaplin, Cary Grant y Greta Garbo,
        proyectaban cualidades en la  pantalla que parecían irresistiblemente
        americanas. Como dijera el crítico cinematográfico Richard Grenier en un
        simposio en 1992: Independientemente de la prominencia del país, parece
        haber habido un irresistible magnetismo en todo un conjunto de actitudes
        americanas – optimismo, fe en el progreso, informalidad – frecuentemente
        más obvias para los extranjeros que para los americanos mismos, que el
        mundo consideraba enormemente atractivas. Durante muchas décadas estas
        actitudes penetraron tan profundamente en la opinión mundial como
        “americanas” que en los últimos tiempos, cuando muchas películas de
        Hollywood ha adoptado un tono definidamente negativo, Estados Unidos ha
        mantenido su poder dramático. Hollywood, por decirlo así, ha estado
        viviendo de su capital espiritual.   En otras palabras, durante su época
        de oro, la industria del entretenimiento encontró la forma de dramatizar
        la decencia y hacer fascinante el heroísmo. En contraste con la
        actualidad, donde casi todo el mundo contempla la cultura pop americana
        con la fascinación culpable con la que observamos un sangriento
        accidente, hubo una época en la que nuestras exportaciones culturales
        eran vistas como fuente de inspiración. Como dijera David Puttnam, el
        productor británico, en una elocuente entrevista con Bill Moyers, él
        atesoraba los días de su infancia cuando La imagen que se proyectaba
        hacia el mundo era la de una sociedad de la que yo quería ser miembro.
        Haga un corte a 20 años después – a la imagen que Estados Unidos comenzó
        a proyectar en los años 70, de una sociedad extremadamente violenta que
        se odiaba a si misma – y obviamente no es la sociedad con la que ninguna
        persona pensante del Tercer Mundo o de Europa quisiera tener nada que
        ver. Desde hace muchos años, Estados Unidos ha estado exportando una
        imagen extremadamente negativa de si mismo. El cambio se produjo en
        parte debido a un cambio en las personas que dirigían los grandes
        estudios y cadenas de televisión. El historiador cinematográfico Neal
        Gabler ha observado en su libro Empire of Their Own, que la generación
        que fundó Hollywood estaba integrada casi exclusivamente de judíos
        inmigrantes de la Europa del Este que anhelaban con tanta pasión ser
        aceptados en Estados Unidos que usaban el celuloide para proyectar su
        amor por suplís adoptivo. Sus sucesores, por otra parte, provenían de
        antecedentes más “respetables”- en algunos casos como los privilegiados
        hijos y nietos de los mismos fundadores. En los años 60 y 70, trataron
        de establecer su independencia y su integridad artística blandiendo sus
        credenciales contraculturales. Para ilustrar la magnitud y velocidad del
        cambio, la Mejor Película de 1965 fue la bella y romántica The Sound of
        Music. Apenas cuatro años más tarde, el mismo anhelado Oscar fue para
        Midnight Cowboy, la sórdida historia de un hombre que pretende  ganarse
        la vida vendiendo favores sexuales en Nueva York, la única película
        clasificada como X que haya ganado nunca el título de Mejor Película.
        Desde sus orígenes hasta el día de hoy, los dirigentes de la industria
        del entretenimiento han sentido una gran necesidad de ser tomados en
        serio. Los creadores de la industria eran extranjeros que se ganaron ese
        respeto mostrando su amor por Estados Unidos. Los magnates de
        generaciones posteriores han sido norteamericanos que han querido
        ganarse el respeto exhibiendo su alienación. Este negativismo
        naturalmente encontró una ávida audiencia internacional durante la era
        de la guerra de Vietnam y en los últimos años de la Guerra Fría  con el
        rechazo de la “cultura de cowboy”de Ronald Reagan. Aun después del
        colapso del imperio soviético, el antiamericanismo siguió estando de
        moda entre las elites de gran parte del mundo, atrayendo por igual a los
        críticos de la Derecha y la Izquierda. En Afganistán, en los años 80,
        por ejemplo, los comunistas rusos y los infatigables mujadines estaban
        de acuerdo en muy pocas cosas, pero ambos sentían un profundo desprecio
        por las auto-destructivas costumbres de la cultura americana tal como
        eran promovidas en todas partes por la maquinaria hollywoodense del 
        entretenimiento.  Aun cuando la globalización de la posguerra aumentó el
        poderío económico y político de Estados Unidos, esto ayudó a la
        industria del entretenimiento a mantener sus actitudes antiamericanas.
        Con la eliminación de la Cortina de Hierro, nuevos grandes mercados se
        abrieron para Hollywood. Las nuevas economías en desarrollo de Asia y
        América Latina le proporcionaban cientos de millones de nuevos clientes.
        Entre 1985 y 1990, los ingresos (ajustados para la inflación) de los
        mercados ultramarinos del cine americano subieron en 124 por ciento en
        un momento en que el Producto Nacional Bruto permanecía relativamente
        estancado. Como resultado, la parte de todos los ingresos derivados de
        la distribución en el exterior subió de 30 por ciento en 1980 a más de
        50 por ciento en el 2000. James G.Robinson, presidente de Morgan Creek
        Productions, tuvo razón al pronosticar en Los Angeles Times en marzo de
        1992: “Todo el crecimiento real de los próximos años estará en ultramar.”
        El cumplimiento de su pronóstico ha servido para aislar, aún más, a toda
        la producción nacional de cualquier sentido de patriotismo, alentándola
        a seguir posando como americanos que han trascendido noblemente su
        propio americanismo. Como observaba en Hollywood vs. America en 1992:
        “Aunque los productos populistas de la época de oro de Hollywood
        ciertamente alentaron un afecto mundial por Estados Unidos, la actual
        producción degradantes y nihilista pudiera provocar el efecto contrario,
        ayudando a aislar a este país visto como símbolo de una  morbosa
        decadencia.” ¿Por qué lo miran?
¿Por qué tanta gente en el mundo sigue
        aparentemente obsedida con la  cultura americana del entretenimiento
        pese a sus elementos caóticos y no  representativos?
La explicación más plausible pudiera denominarse
        "el atractivo del  National Enquirer''. Mientras estamos esperando en la
        línea del supermercado,  nos volvemos hacia los tabloides escandalosos.
        Los tabloides llaman nuestra  atención porque nos permiten sentirnos
        superiores a los ricos y los famosos.  Pese a toda su riqueza y poder,
        no pueden ser fieles a sus cónyuges, evitar  la drogadicción o encubrir
        sus sucios secretos. 
De la misma manera, las desagradables imágenes que
        Hollywood presenta de  Estados Unidos le permiten al resto del mundo
        atemperar su inevitable envidia  con un sentido de su propia
        superioridad. Estados Unidos puede ser rico en  términos materiales (y
        las películas y la televisión sistemáticamente  exageran esa riqueza),
        pero la violencia, la crueldad, la injusticia, la  corrupción, la
        arrogancia y la degeneración con que se describe la vida  americana le
        permite a los espectadores sentirse afortunados en comparación.  Lo
        mismo que cuando el Enquirer enfoca revela los pecadillos de las  celebridades,
        se supone que uno se sienta fascinado por la forma en que los  ricos y
        famosos desperdician el poder y las oportunidades que les ha dado la  vida.
        
En este sentido, la cultura pop americana no es
        tanto liberadora como  anarquista y nihilista. Nuestra cultura no rinde
        homenaje a nuestras  libertades como valores culturales sino que, muy
        por el contrario, las socava  al criticar todo tipo de restricción,
        tanto tiránica como tradicional. Como  escribiera Dwight Mcdonald en su
        famoso ensayo "Una teoría de la cultura de  masas'' (1953): "Al igual
        que el capitalismo del siglo XIX, la cultura de  masas es una fuerza
        dinámica, revolucionaria, que rompe con todas las  barreras de clase,
        tradición y gusto." Ampliando el trabajo de Mcdonald,  Edward Rothstein
        del New York Times escribió en marzo del 2002: "Hay algo  inherentemente
        disruptivo en la cultura popular. Afirma gustos igualitarios y  estimula
        la disidencia''. No debía sorprendernos que aun los que abracen los  símbolos
        y temas de la cultura americana sientan muy poca gratitud hacia una  fuerza
        que los separa de todos los valores sin ofrecer nada con que  sustituirlos.
Patriotismo y ganancia En una nota similar, un
        empresario americano que viajaba recientemente por  Beirut se puso a
        conversar con el dueño de un quiosco que se presentaba como  un
        entusiasta simpatizante del grupo terrorista pro-iraní Hezbolá.  Irónicamente,
        su pequeño negocio exhibía un viejo cartel que mostraba a un  Sylvester
        Stallone ametralladora en mano en su papel de Rambo. Mi amigo le  preguntó
        sobre el lugar de honor para el héroe americano. "A todos nos gusta
         Rambo'', dijo el simpatizante de Hezbolá. "Es el luchador de los  luchadores."
        Pero ¿no lo hacía eso más favorable hacia Estados Unidos?  preguntó el
        visitante. "Nada de eso'', fue la respuesta. "Usaremos los  métodos de
        Rambo para destruir a la malvada América''.
Esta relación amor-odio con la torcida imagen de
        Estados Unidos que  presenta Hollywood también caracterizó a los 19
        conspiradores que trataron de  destruir "la malvada América'' con las
        atrocidades del 11 de septiembre. Durante los años y meses que pasaron
        en Estados Unidos, Mohamed Atta y sus camaradas saborearon la cultura
        popular, alquilando vídeo y visitando barras, clubes  nocturnos e
        inclusive Las Vegas, sumergiéndose en la degradación occidental  para
        fortalecer el odio que sentían por la misma.  En respuesta a los ataques
        terroristas y la guerra que vino posteriormente, los dirigentes de
        Hollywood expresaron una incipiente toma de conciencia de que pudieran
        haber contribuido a parte del odio contra Estados Unidos que se
        manifestaba en todo el mundo. Más allá de una breve manifestación de  patriotismo
        y de las generosas contribuciones para las víctimas de 9/11 por  parte
        de celebridades como Julia Roberts y Jim Carrey, los miembros de la
         elite del entretenimiento mostraron una nueva disposición a cooperar
        con la  defensa nacional. Trabajando a través del Institute for Creative
        Technologies  en USA (originalmente creado para reclutar al talento de
        Hollywood para el entrenamiento militar), los creadores de películas
        como Die Hard, Fight Club  y hasta Being John Malkovich discutieron con
        jefes del Pentágono. Su objetivo, según varias fuentes de prensa, era
        hacer un esfuerzo por adivinar el próximo complot que pudiera lanzarse
        contra Estados Unidos, y luego inventar como contrarrestarlo.
En cierto sentido, un programa tan poco
        convencional reconocía el hecho de  que el pensamiento anti-social,
        violento, demencial y conspiratorio era  característico de un gran
        segmento del mundo del entretenimiento. ¿Cómo si no  pudiera interpretar
        un observador que los militares se volvieran hacia  guionistas
        multimillonarios para comprender la forma de pensar de unos  demenciales
        asesinos de masas?
Más allá de esta extraña colaboración, grandes
        ejecutivos se reunieron con  Karl Rove, representante personal de
        presidente Bush, en un esfuerzo por  movilizar a la creatividad de
        Hollywood para servir al país en su guerra  contra el terrorismo. La "cumbre''
        discutió anuncios para desalentar los prejuicios contra los musulmanes
        en Estados Unidos y otras producciones que  pudieran presentar una
        imagen de EEUU más benigna en el mundo islámico. Un  puñado de
        importantes directores, incluyendo a Friedkin (The French  Connection,
        The Exorcist y Rules of Engagement) expresaron su disposición a  dejar
        sus actuales proyectos para colaborar con el esfuerzo de guerra  americano.
        En esta determinación, estos patriotas culturales esperaban seguir  el
        ejemplo de Frank Capra, que sirvió a su país durante la Segunda Guerra
         Mundial con la creación de su épica serie Why We Fight.
Infortunadamente, la Casa Blanca y el Pentágono no
        supieron aprovechar el  espíritu del momento. El trauma del ataque
        terrorista fue desapareciendo, la  nación dejó de concentrarse en sus
        objetivos patrióticos y la cultura popular  no ha reflejado ningún
        cambio significativo. Quizás una actitud más positiva  hacia los
        militares pudiera ser el principal legado del 9/11. Unos cuantas  películas
        (Behind Enemy Lines, Black Hawk Down, We Were Soldiers) todas  producidas,
        incidentalmente, después del 9/11. Cambios más significativos,  que
        impliquen un nuevo sentido de responsabilidad por las imágenes que
         Hollywood y la cultura pop transmiten al mundo, ni siquiera han
        ameritado  ninguna discusión seria en Hollywood. Para los conglomerados
        del  entretenimiento, ésta pudiera ser no sólo una oportunidad perdida
        para el  servicio público sino también para obtener ganancias. 
En su discurso de febrero en Pekín, el presidente
        Bush fascinó a los  estudiantes chinos con un cuadro de Estados Unidos
        que se alejaba dramáticamente de las imágenes que han recibido a través
        de las películas y la TV americana. "Estados Unidos es un país guiado
        por la fe'', afirmó Bush. ‘‘Alguien nos llamó en cierta ocasión, ‘una
        nación con el espíritu de una iglesia'. Esto puede interesarles, 95 por
        ciento de los americanos creen en Dios, y yo soy uno de ellos." Bush
        prosiguió apelando al sentido de familia que ha caracterizado a la
        cultura china desde hace más de 3,000 años.  ‘‘Muchos de los valores que
        guían nuestra vida en América se han formado  originalmente en nuestras
        familias, al igual que aquí en China. Las madres y  los padres de
        Estados Unidos quieren mucho a sus hijos y trabajan duro y se  sacrifican
        por ellos porque creemos que la vida de la próxima generación  siempre
        puede ser mejor. En nuestras familias encontramos cariño y aprendemos
        responsabilidad y carácter''.
Si los dirigentes de Hollywood se colocaran dentro
        del contexto de la gran  familia americana, ellos también pudieran
        aprender responsabilidad y carácter  y descubrir que una imagen más
        equilibrada y afectuosa de la nación que tanto  les ha dado pudiera
        servir para aumentar su popularidad en el mundo entero y no para
        socavarla. 
 
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