domingo, 19 de agosto de 2012

La globalización y los pobres

Por Johan Norberg



El movimiento anti-globalización fue inaugurado en Seattle en 1999, cuando miles de activistas y sindicalistas protestaron contra una nueva ronda de negociaciones de la Organización Mundial del Comercio. Millones de personas fueron arrastradas a estas protestas debido a la declaración de principios en contra de la OMC que fue distribuida en el Internet y firmada por alrededor de 1.500 grupos diferentes, desde iglesias hasta militantes comunistas. La primera denuncia contra la OMC en la declaración afirma que el libre comercio y la globalización:
han contribuido a la concentración de la riqueza en las manos de unos pocos ricos; han incrementado la pobreza de la mayoría de la población del mundo; y mantienen patrones insostenibles de producción y consumo”.
La pobreza también es uno de los grandes temas cuando uno lee a los escritores y teóricos anti-globalización. Su visión es que la globalización está haciendo al rico más rico y al pobre más pobre. Si esta es su principal preocupación, entonces definitivamente deberían cambiar de opinión sobre el proceso globalizador si recibieran información nueva que no sólo muestra que la globalización no está aumentando la pobreza, sino que de hecho es una manera eficiente de reducir la miseria humana. Eso es lo que voy a exponer en este ensayo, y también presentaré el debate actual en términos de medidas de pobreza. ¿Qué ha sucedido con la pobreza en esta era de globalización, y por qué?  
¿Relativa o absoluta?  
Para empezar, debemos definir a qué nos referimos cuando hablamos de pobreza. A menudo se presenta la discusión sobre si la pobreza absoluta o relativa es la medida más relevante. La pobreza absoluta no es una medida de miseria, sino de inequidad. En lugar de medir qué tan pobre es una persona, esta medida nos dice qué tan pobre es ese individuo en relación con otros. Una medida de pobreza frecuentemente utilizada por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas califica a una persona como pobre si gana menos de la mitad de un salario promedio en el país en que vive. Eso significa que una persona que es catalogada como “acaudalada” cuando vive en un país pobre como Nepal, sería considerada tan pobre como un ratón de iglesia si viviera en el rico Estados Unidos. Estos datos relativos, consecuentemente, no pueden ser comparados internacionalmente.

Pero el problema más grande con el concepto relativo es que distorsiona completamente nuestra visión de la pobreza. La miseria en China ha sido reducida a una velocidad jamás vista en las últimas dos décadas. La gente tiene salarios más altos y niveles de vida mejores que nunca antes. Pero al mismo tiempo la diferencia de ingresos dentro de China se ha ensanchado y, por lo tanto, la pobreza relativa ha aumentado, aún cuando todo el mundo es más rico que antes. ¡Definitivamente debe haber algo malo con una medida que indica que la pobreza está creciendo cuando todo el mundo se está haciendo más rico! Únicamente aquellos que consideran a la riqueza como un problema más grande que la pobreza pueden encontrar algo malo en que algunos millonarios se estén convirtiendo en multimillonarios mientras que otros salen de la miseria.
Es preferible entonces el concepto de pobreza absoluta, por ejemplo, una línea monetaria específica. Pero esa visión también ha sido desafiada. Como lo ha enfatizado Amartya Sen, un economista indio y premio Nóbel, la pobreza no es sólo un problema material. Ésta es algo más amplio, ya que consiste en no tener posibilidades, de haber sido negado de oportunidades básicas de libertad y escogencia. Los ingresos pequeños son a menudo sintomáticos de la ausencia de estas cosas, de gente que está sujeta a la coerción y a la marginalización. El desarrollo humano significa llevar a cabo una vida razonablemente sana y segura, con un buen nivel de vida y libertad de escoger un estilo de vida propio.
Pero aún cuando acepto en gran parte estas críticas, la investigación del desarrollo material es importante. Tanto porque indica cómo se han desarrollado estos condicionantes, así porque también contribuye al desarrollo de los mismos. Son los recursos materiales, individuales y de la sociedad, los que les permiten a las personas liberarse, educarse, obtener salud y dejar de ver morir a sus hijos. Pueden y deberían ser combinados con otros indicadores de bienestar humano, sin embargo son unos de los más importantes.
La línea de pobreza más común a nivel internacional es la definición de pobreza absoluta del Banco Mundial. De acuerdo a esta definición, uno es pobre si su ingreso es menor a un dólar por día, $1.08 para ser exactos. Y esto es ajustado al poder adquisitivo, de tal forma que corresponda al mismo nivel en todos los países. Se escogió esta definición porque era el valor promedio de las definiciones de pobreza en los diez países más pobres en donde el Banco Mundial cuenta con estadísticas detalladas. Y quizás también porque es fácil de popularizar y recordar. Utilicemos esta definición para profundizar en los cambios históricos en los niveles de pobreza.
La extensión de la pobreza  
En 1820, aproximadamente el 85 por ciento de la población mundial vivía con un equivalente de un dólar por día, convertido al poder adquisitivo contemporáneo. El mito más grande en el debate sobre la globalización radica en que la pobreza supuestamente es algo nuevo, y que las cosas están empeorando. No es así. Hace cien años todos los países eran naciones en desarrollo. Lo nuevo sobre el mundo moderno no es la pobreza, sino la riqueza; el hecho de que algunos países y regiones hayan escapado de la miseria.
Algo sucedió a principios del siglo XIX y la pobreza empezó a disminuir. En 1910 el 65 por ciento de la población mundial vivía en la pobreza absoluta, cifra que cayó al 55 por ciento en 1950. Entonces aconteció otro gran cambio. El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas ha observado que la pobreza mundial ha disminuido más durante los últimos 50 años que durante los 500 años que le precedieron. En 1970 la pobreza absoluta había sido reducida a un 35 por ciento, en 1980 era poco más de un 30 por ciento, y en la actualidad es de aproximadamente un 20 por ciento. (A menudo se menciona la cifra del 23 por ciento, pero eso es como proporción de la población en los países en desarrollo.)
Aún cuando la proporción de personas en condición de pobreza ha venido disminuyendo en los últimos 200 años, el número de pobres ha aumentado debido a que la población mundial ha crecido constantemente. Lo especial con la reducción de los últimos 20 años es que por primera vez en la historia humana, no sólo la proporción, sino que también el número absoluto de pobres ha disminuido. De acuerdo al Banco Mundial, durante estas dos décadas la población mundial ha crecido en aproximadamente 1.800 millones, pero el número de pobres absolutos ha sido reducido en alrededor de 200 millones de personas. El desarrollo material de la última mitad de siglo ha tenido como resultado que el mundo tenga más de 3.000 millones de personas que han sido liberadas de la miseria.
Sin embargo, incluso estos resultados alentadores probablemente sobreestiman la pobreza mundial, ya que el Banco Mundial utiliza información de sondeos como base para sus mediciones de consumo. Esta información es notoriamente poco confiable. Por ejemplo, sugiere que los surcoreanos son más ricos que los suecos e ingleses, y que Etiopía es más rico que la India. Además, los sondeos captan menos y menos del ingreso de un individuo. La persona pobre promedio en exactamente el mismo nivel de pobreza en las encuestas de 1987 y 1998 en la realidad ha visto aumentar su ingreso en un 17 por ciento. Uno de los problemas más básicos es que la gente comienza a olvidarse de lo que consumió hace tan solo un día atrás, pero los sondeos son hechos sobre el consumo de las personas de hace una semana o un mes. Un sondeo indio del año 2000 mostró que preguntas sobre el consumo en un período más corto cambiaba las respuestas dramáticamente. Cuando acortaron el período a tan solo los últimos días, la extensión de la pobreza rural en la India “cayó” del 43 por ciento al 24 por ciento.
El ex economista del Banco Mundial Surjit S Bhalla publicó recientemente sus propios cálculos que complementan los resultados de los sondeos con datos de informes nacionales (en el libro Imagine There’s no Country, Institute for Internacional Economics, 2002). Bhalla encontró que la meta de las Naciones Unidas de reducir la pobreza mundial por debajo del 15 por ciento para el año 2015 ya había sido alcanzada y superada. De hecho, la pobreza absoluta ha caído de un nivel del 44 por ciento en 1980 a un 13 por ciento en el 2000. De acuerdo con los cálculos de Bhalla, 800 millones de personas han salido de la miseria absoluta en 20 años. De ser cierto, acabamos de atestiguar una reducción de la pobreza de tal magnitud que probablemente nunca más presenciaremos.
Crecimiento económico
Resulta extremadamente difícil realizar cálculos globales sobre la pobreza, así que es imposible decidir quién está en lo correcto y quién está equivocado sobre la verdadera extensión de la pobreza. Pero de lo que sí estamos seguros es de la dirección. Existe un consenso entre el Banco Mundial y Surjit Bhalla en cuanto a que el mundo nunca ha atestiguado una reducción tan grande en la pobreza mundial como la vista en los últimos 20 años. Y dicha disminución no ocurre arbitrariamente, es una consecuencia natural del crecimiento económico. Ningún país ha logrado reducir la pobreza exitosamente sin alcanzar un crecimiento sostenido a largo plazo. Ni tampoco existe ningún caso de lo contrario, es decir, de un país que haya contado con un crecimiento sostenido por mucho tiempo que no haya beneficiado a la población pobre. Si tenemos un crecimiento del 3 por ciento al año, esto significa que la economía, nuestro capital y nuestros ingresos se duplicarán cada 23 años. Este es un crecimiento de la prosperidad sin paralelo, y hace palidecer incluso a las medidas gubernamentales más enérgicas tendientes a redistribuir el ingreso.
Esto hace que el crecimiento sea la mejor cura para la pobreza. Algunos economistas han hablado de un efecto “cascada” o “goteo”, en el sentido de que unos toman la delantera y se hacen ricos primero, y luego partes de esta riqueza caen a los pobres, como resultado de los ricos demandando la mano de obra de los pobres. Esta tesis recuerda la imagen de un pobre recogiendo las sobras que caen de la mesa de un rico, sin embargo, ésta es una visión completamente equivocada del verdadero efecto del crecimiento. Al contrario, el pobre obtiene beneficios del crecimiento en casi la misma extensión y la misma velocidad que el rico. La gente de pocos recursos se beneficia inmediatamente del aumento en el valor de su mano de obra y de los bienes que compra más baratos en relación a su ingreso.
Dos economistas del Banco Mundial, David Dollar y Aart Kray, estudiaron 40 años de estadísticas de ingresos de 80 países. Sus investigaciones muestran que el crecimiento beneficia a los pobres al igual que a los ricos. Con un crecimiento del 1 por ciento los pobres aumentan sus ingresos un promedio de un 1 por ciento, con un crecimiento del 10 por ciento lo aumentan, en promedio, un 10 por ciento. No siempre y no en todas partes—hay excepciones y variaciones—pero en promedio.
Esto también ha posibilitado combatir la miseria e incrementar los niveles de vida en general. Durante los últimos 30 años, la hambruna crónica y la extensión del trabajo infantil en los países en desarrollo han sido reducidas a la mitad. En el último medio siglo, la expectativa de vida ha aumentado de 46 a 64 años y la mortalidad infantil ha sido reducida del 18 por ciento al 8 por ciento. Estos indicadores son mejores en la actualidad en los países en desarrollo de lo que fueron en los países ricos hace cien años.
No es una coincidencia que las grandes oleadas en la reducción de la pobreza también han sido los periodos de dos historias únicas de crecimiento. En su Reporte sobre Desarrollo Humano de 1997, el PDNU señala que la humanidad ha visto dos “grandes avances”. El primero empezó en el siglo XIX con la revolución industrial en Estados Unidos y Europa. El segundo comenzó durante el período posguerra y se encuentra ahora en pleno apogeo, especialmente con Asia alcanzando logros espectaculares en la lucha contra la pobreza, el hambre, la enfermedad y el analfabetismo. Seis de cada diez asiáticos estaban en la pobreza absoluta en 1975. La cifra hoy en día es menos de dos de cada diez.
También es absolutamente necesario entender que estos fueron los dos períodos en los cuales Occidente, y luego Asia empezaron a globalizarse de manera integral. Déjenme escoger dos ejemplos que muestran el ligamen entre la globalización y la reducción de la pobreza. El ejemplo europeo es Suecia en el siglo XIX, y el ejemplo asiático es Taiwán en el siglo XX.
Milagro económico 1: Suecia  
En 1870, Suecia era más pobre de lo que hoy en día es el Congo. La gente vivía veinte años menos de lo que se vive en la actualidad en los países en desarrollo, y la mortalidad infantil era el doble de la del país en desarrollo promedio. Mis ancestros estaban literalmente muriéndose de hambre. La ausencia de comercio, mercados y comunicaciones en alguna región representaba que el fracaso de una cosecha ahí diera paso a una hambruna. La gente limpiaba los huesos de los pescados y otros animales y hacía sopa de ello.
Si uno hubiera redistribuido todas las propiedades suecas a mediados del siglo XIX, aún así se le habría dado a todos los suecos una vida en la pobreza, al nivel del Mozambique de hoy en día. Pero Suecia se salvó gracias a la liberalización. En unas pocas décadas, un grupo de políticos liberales le dieron a Suecia libertad religiosa, libertad de expresión, y libertad económica, de tal forma que la gente pudiera empezar sus propios negocios y vender y comprar libremente en el mercado.
Un acuerdo comercial con Inglaterra y Francia en 1865 hizo posible que los suecos nos especializáramos. No podíamos producir bien comida, pero podíamos producir acero y madera, y venderlos en el extranjero. Con el dinero que ganábamos podíamos comprar comida. Y debido a que contábamos con un mercado libre, las personas y las compañías tenían que pensar en nuevas y mejores ideas—de otra forma los consumidores le comprarían a otra gente. En 1870 comenzó la revolución industrial en Suecia. Nuevas compañías exportaron a otros países alrededor del globo y la producción creció rápidamente. La competencia forzó a nuestras compañías a ser más eficientes, y viejas industrias fueron cerradas de tal forma que pudiéramos satisfacer nuevas demandas, tales como mejor vestimenta, servicios médicos y educación.
Para 1950, antes de que se forjara el Estado Benefactor sueco, la economía sueca se había cuadruplicado. La mortalidad infantil había sido reducida en un 85 por ciento y la expectativa de vida había aumentado milagrosamente en 25 años. Estábamos en camino a abolir la pobreza. Nos habíamos globalizado.
Aún más interesante es que Suecia creció a una tasa mucho más rápida que la de los países desarrollados con los que comerció. Los salarios en Suecia crecieron de un 33 por ciento del salario promedio de Estados Unidos en 1870 a un 56 por ciento a inicios del siglo XX, aún cuando los salarios estadounidenses habían aumentado considerablemente durante el mismo período. Esto no debería sorprender a nadie. Los modelos económicos predicen que los países pobres deberían tener tasas de crecimiento más altas que los ricos si existe un flujo libre de capital, comercio e ideas entre ellos. Los países en desarrollo tienen más recursos potenciales que aprovechar, y se pueden beneficiar de la existencia de naciones más ricas a las cuales exportar bienes y de las cuales importar capital y tecnología más avanzada, mientras que los países más ricos ya han capturado muchas de esas ganancias. Esta es la razón por la cual la globalización es la esperanza de los países pobres.
Milagro económico 2: Taiwán
La transición que le tomó 80 años a Suecia la hizo Taiwán en 25 años. Esto debido a que Taiwán empezó en un mundo aún más globalizado, con países todavía más ricos con los cuales hacer negocios y copiar ideas. En 1950 Taiwán era un país extremadamente pobre con una población hambrienta. Taiwán era tan pobre como Kenia y otras naciones africanas; hoy es 20 veces más rico. La diferencia fue que Taiwán decidió globalizarse. En contraste con los países africanos y latinoamericanos, donde producían todo lo que ellos mismos necesitaban, Taiwán siguió la tendencia del Este Asiático y se especializó en las industrias en las que eran mejores, exportaban sus productos a Occidente, e importaban el resto. Las fábricas eran sucias, las máquinas peligrosas y los taiwaneses trabajaban largas jornadas.
La transición de Taiwán del hambre a niveles de vida propios del sur de Europa es personificada en un anciano que conocí cuando visité ese país, el señor Wang. Sus padres eran agricultores pobres que obtuvieron derechos de propiedad sobre su finca en los sesenta, de tal forma que pudieron invertir y conseguir créditos. Es así como Wang empezó una fábrica de producción de juguetes como muñecas Barbie, implementos deportivos como patinetas, tijeras de hierro inoxidable con agarraderas plásticas, etcétera.
Si el movimiento anti-globalización hubiese existido cuando Taiwán se industrializó, hubiera protestado contra las fábricas y nos habrían dicho que estábamos explotando mano de obra barata. Muy seguramente habrían organizado un boicot. Si suficientes estadounidenses y europeos se hubieran unido al boicot, Taiwán todavía sería pobre hoy en día.
Esto se debe a que estas fábricas con malas condiciones laborales fueron las primeras piedras para el desarrollo de Taiwán. El señor Wang perdió dos dedos en una máquina, pero también se convirtió en un millonario. La decisión de globalizarse dio paso al milagro económico taiwanés. En tan solo diez años, el número de negocios se triplicó, y la pobreza se redujo a la mitad. A la fecha, el comercio internacional de Taiwán ha crecido 400 veces, y los salarios reales aumentaron 10 veces. En la actualidad es un país con estándares de vida cercanos a los del sur de Europa.
Milagro económico 3: Vietnam
A partir de estos ejemplos históricos podemos aprender que el crecimiento económico es necesario para la reducción de la pobreza. Y también aprendemos que la libertad económica y el comercio son esenciales para el crecimiento económico. Es por esta razón que las transiciones económicas de Suecia y Taiwán están siendo repetidas hoy en día por las naciones globalizadoras de nuestro tiempo. Los estudios muestran que en promedio, los países con mercados abiertos crecen de 3 a 5 veces más rápido que las economías cerradas. Las economías pobres que se abren crecen en la actualidad más rápido que Suecia y Taiwán.
Déjenme escoger un ejemplo. Hace un par de meses visité Vietnam, un país comunista que está reconsiderando su modelo. Cuando las políticas socialistas condujeron a la hambruna de mediados de los ochenta, Vietnam empezó a abrirse y a liberalizar sus mercados. Desde entonces la economía del país se ha duplicado y la pobreza ha sido reducida a la mitad. La razón más importante es el surgimiento de las exportaciones de Vietnam. También lo ha sido la llegada de empresas multinacionales, ya que le han dado al país acceso a los beneficios de la globalización—ideas, capital y tecnología foráneos. Nike es a menudo catalogada como un enemigo de los pobres, pero cuando visité a un distribuidor de Nike en Raigón, el líder del sindicato local me dijo que incluso las autoridades del partido comunista usan las fábricas como ejemplos positivos de buenos negocios, donde los trabajadores obtienen salarios altos y un ambiente laboral bueno y saludable.
Cuando Nike empezó operaciones hace 10 años, los trabajadores caminaban por horas hacia las fábricas. Luego de tres años con salarios de Nike, estas personas podían viajar en bicicletas; otros tres años más tarde todos viajaban en ciclomotores al trabajo.
Visité a Tsi-Chi, una joven vietnamita. Su trabajo en Nike le ha permitido abandonar el pesado e insalubre trabajo en la finca de la familia, donde tenía que estar al aire libre todo el día, bajo el sol abrasador y durante los períodos de lluvia. Ahora gana 5 veces más de lo que hacía antes, y gana más que su esposo—lo cual, por supuesto, posibilita su independencia. Ella tiene ahora acceso a servicios de salud, compró una televisión y amplió su casa. Hace una generación, ella habría tenido que poner a su hijo a trabajar desde una temprana edad. Sin embargo, Tsi-Chi me dijo que ella quiere darle una buena educación, de tal forma que llegue a ser un doctor. Ella no es la excepción. El crecimiento ha triunfado donde una vez la prohibición fracasó: 2.2 millones de niños vietnamitas han pasado del trabajo infantil a la educación en los últimos 10 años.
Si los anti-globalizadores se hubieran salido con la suya, y todos hubiéramos boicoteado las fábricas y los bienes producidos por mano de obra barata, Tsi-Chi habría perdido su empleo y hubiera tenido que volver a la finca, y poner a su hijo a trabajar. Si las multinacionales y los mejores salarios son una forma de explotación, entonces el problema en nuestro planeta es que los países pobres no están siendo lo suficientemente explotados.
Obstáculos domésticos
Vietnam no es un caso exitoso aislado. Un informe reciente del Banco Mundial concluyó que 24 países en desarrollo con una población total de 3.000 millones de personas están integrándose a la economía global más rápido que nunca. Su crecimiento per cápita también ha aumentado de un 1 por ciento en los sesenta a un 5 por ciento en los noventa. Al ritmo actual, el ciudadano promedio en estos países en desarrollo verá su ingreso duplicado en menos de 15 años.
Algo que merece la pena ser destacado es que los países industrializados durante este tiempo crecieron únicamente un 2 por ciento. En otras palabras, los países grandes en desarrollo están creciendo más rápido que las naciones ricas, lo que significa que la desigualdad mundial está siendo reducida. Pero esto no sucede en todas partes. Los principales problemas tienen lugar en África, donde la cantidad de pobres continúa aumentando rápidamente. Creo que existen dos explicaciones comunes pero erróneas acerca de este hecho. La primera es que la globalización es la culpable. El problema con este argumento es que África es la región del mundo menos democrática, menos liberal, menos capitalista y menos globalizada. Si la globalización es tan terrible, ¿cómo es que puede generar crecimiento y reducir la pobreza en todas partes, y al mismo tiempo ser responsable por la pobreza y la miseria en el lugar donde menos ha penetrado?
La otra explicación errónea se basa en un tipo de diferencias de las características culturales o biológicas. Por ejemplo, se afirma que los asiáticos son más trabajadores o más inteligentes que los africanos. El problema con esta explicación es que no existe una diferencia así de clara entre las economías asiáticas y africanas. Podemos ver que excepciones en Asia, tales como Corea del Norte y Birmania, con políticas extremadamente aislacionistas y anti-mercado, no han seguido el éxito de la región. Están estancados en la miseria más profunda. Y también podemos ver que excepciones africanas que han intentado un enfoque más pro-mercado y pro-globalización, como Botswana, Uganda e islas Mauricio, han experimentado crecimiento económico y reducción de la pobreza.
La diferencia no radica en que algunos países fracasan porque sus habitantes son estúpidos o no trabajan lo suficiente. La diferencia radica en que algunos obtienen la libertad para utilizar su inteligencia, y para trabajar en beneficio propio y otros no. Anteriormente mencioné que Taiwán era tan pobre como Kenia hace 50 años, pero que en la actualidad es 20 veces más rico. Yo creo que las dos mejores explicaciones acerca de la pobreza en Kenia son los obstáculos domésticos y externos a la globalización y al capitalismo.
Recientemente visité Kenia y vi a la gente trabajando duro y siendo innovadora, el problema es que tenían que dedicar toda esa energía, no a la producción, sino a evadir las regulaciones, las restricciones al comercio y la corrupción. Conocí a Simón, un agricultor pobre que sembraba repollo. Su sueño era mejorar su finca, conseguir riego para sus sembradíos, y construir una casa. Pero, ¿cómo podría alcanzar todo eso cuando el gobierno se niega a reconocer su derecho de propiedad sobre su tierra? En este caso él no puede pedir prestado el capital para invertir. Y aún si así pudiera mejorar su finca, él no se quedaría con la recompensa—sino el gobierno.
El economista peruano Hernando de Soto ha explicado este problema de falta de derechos de propiedad en su innovador libro El Misterio del Capital. La gente en el Tercer Mundo ocupa terrenos comunitarios, construye casas baratas en barrios marginales las cuales están mejorando constantemente, y establecen pequeñas tiendas de abarrotes en las esquinas, justo como lo hacía la gente en el mundo Occidental hace un par de siglos. El problema es que en los países latinoamericanos y africanos es prácticamente imposible registrar un terreno como propiedad. De hecho, los pobres del mundo no son realmente pobres, pero los gobiernos no les reconocen sus riquezas, y debido a esto bienes raíces valorados en aproximadamente 9.3 billones de dólares no están registrados oficialmente. Esta es una suma colosal, superior al valor combinado de todas las compañías registradas en las bolsas de valores de los países ricos—Nueva York, Nasdaq, Toronto, Tokio, Londres, Frankfurt, París, Milán—y una docena más.
También conocí a Pamela en los enormes tugurios de Kibera, en Kenia, quien me explicó cómo a ella no se le permite vender sus empanadas de carne sin un permiso del gobierno. Si uno no obtiene un permiso, la policía le puede exigir sobornos cada vez que lo vean. Como alguien dijera acerca de los barrios bajos: “No es seguro andar con dinero, hay muchos policías alrededor”. Sin un permiso ella no puede obtener créditos y expandirse. Obtener un permiso toma 11 procedimientos burocráticos, 61 días y el ingreso de medio año. ¿Quiere empezar un negocio para hacerse rico? Olvídelo, en Kenia se necesita ser rico para empezar un negocio. Como resultado dos tercios de todos los puestos de trabajo en Kenia se encuentran en el sector informal. La producción es a pequeña escala para el mercado local, a menudo oculta de clientes potenciales debido a que se tienen que esconder de las autoridades.
Una vez más, este problema acontece en la mayor parte de los países africanos y latinoamericanos. Empezar un negocio en Argentina toma 15 procedimientos burocráticos y 68 días, en Paraguay toma 18 pasos burocráticos y 73 días. En Bolivia obtener un permiso oficial cuesta casi dos años de ingreso, en Nicaragua cuesta más de tres años de ingreso. Si, como lo sostengo, la globalización es una extensión de la economía de mercado clásica, con su especialización y competencia, entonces los países deben contar con instituciones básicas de mercado para estar en capacidad de participar completamente. Y, por lo tanto, la gente necesita mayor libertad y liberalización, no menos.
Proteccionismo
Pero a menudo incluso eso no es suficiente. También están los obstáculos externos. Fue difícil encontrar historias exitosas en Kenia. No hay sectores en expansión ni industrias en crecimiento, excepto una: la de las flores. Conocí a June, quien era administradora en un cultivo de flores y me explicó que Kenia es el principal exportador de flores a Europa. Cuando le pregunté cuál era la diferencia entre su sector y otros, ella me contestó que la Unión Europea había accedido a mantener bajos los aranceles a las flores de Kenia. Los europeos permitieron que el libre comercio funcionara. Sin embargo, éste es un éxito aislado de Kenia, y un ejemplo aislado de libre comercio. La vergüenza del Occidente es que no estamos practicando lo que predicamos. El problema no es que los países Occidentales están supuestamente tratando de engañar a los países pobres a que participen en un estilo de globalización neoliberal y de multinacionales, sino que estamos impidiéndoles participar en ella. El problema no es que no tengamos algo llamado “comercio justo”, sino que no tenemos libre comercio.
Durante los últimos 50 años hemos liberalizado el comercio, pero tuvimos dos grandes excepciones: textiles/prendas y agricultura. Estos son precisamente los bienes de mano de obra intensiva que un país pobre está en capacidad de producir en las etapas tempranas de desarrollo. Es así como a los países en desarrollo les damos la oportunidad de vendernos todo lo que no pueden producir. La Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas calcula que los países en desarrollo podrían exportar $700.000 millones más cada año si los países ricos abolieran el proteccionismo. Eso es casi 14 veces lo que los países pobres reciben cada año en ayuda externa.
Alguien dijo que tras la liberalización de la economía china en el mundo quedan únicamente tres economías con planificación centralizada, Cuba, Corea del Norte y la Política Agropecuaria Común de la Unión Europea. Esta política agrícola le cierra la puerta a los bienes de los países pobres a través de cuotas y aranceles, pero también subsidia a nuestros agricultores con miles de millones de dólares; y a través de subsidios a las exportaciones y la llamada ayuda alimentaria vertimos el superávit en los países pobres, de tal forma que sacamos de competencia a los agricultores en sus propios países. Suecia produce azúcar a partir de remolachas azucareras, en lugar de importarla de países con mano de obra barata y el clima y suelo adecuados. En promedio, una vaca en la Unión Europea recibe cada día más en subsidios que lo que 3.000 millones de personas en los países en desarrollo tienen para subsistir.
Pero un fin a los subsidios y al proteccionismo no es un acto de generosidad; es un acto de racionalidad ya que nosotros mismos perdemos con estas políticas, y únicamente se beneficia un pequeño grupo de presión. Las barreras y subsidios a la agricultura y horticultura de los países de la OCDE cuestan casi $1.000 millones al día. Es difícil comprender una suma tan exorbitante; $1.000 millones es una fortuna, $300.000 millones es tan solo una cifra. Por eso es mejor ponerlo en perspectiva. A ese precio uno podría enviar alrededor del mundo por avión en clase ejecutiva a todas las vacas que hay en los países de la OCDE, 60 millones de ellas. Además, se le podría dar a cada una de las vacas casi $2.000 en efectivo para gastar en tiendas libres de impuestos durante sus escalas. Las vacas podrían tener esta clase de viajes cada año. Tanto dinero es lo que los contribuyentes y consumidores nos vemos obligados a pagar para destruir las posibilidades de competir de los países pobres.
El problema con el proteccionismo no se limita a ser un simple inconveniente con las barreras de Occidente. Un problema aún mayor es el proteccionismo de las naciones pobres. Los países generalmente necesitan más comercio, y eso significa no sólo exportaciones sino también importaciones. Las importaciones son necesarias para los consumidores y para la competencia y la especialización en la economía, además para combatir monopolios. Y las exportaciones también necesitan de aranceles bajos a las importaciones. Aproximadamente un 40 por ciento de las exportaciones de los países en desarrollo van dirigidas a otros países en desarrollo. Si entonces los consumidores pobres se ven forzados a pagar precios altos por productos de compañías de sus propios países, no estarán en capacidad de comprar productos de compañías de países vecinos, en cuyo caso los productores también se verán perjudicados por esta política. Podrán conseguir un monopolio en su propio mercado, pero por otro lado se verán imposibilitados de vender en otros mercados. Esto destruye la especialización, la cual es el motor para el crecimiento. Los aranceles de los países en desarrollo contra otros países en desarrollo son más de dos veces y medio más altos que los aranceles de los países industrializados contra los países en desarrollo. Por lo tanto, más del 70 por ciento de los costos aduaneros que los países pobres se ven obligados a pagar son establecidos por otros países pobres. Las naciones en desarrollo se beneficiarían más de la liberalización de los países pobres que de la liberalización de los países ricos.
Lo que dicen los pobres
Usualmente al final de cada discusión sobre pobreza y globalización, los críticos dicen que las estadísticas brindan una visión superficial. La economía no lo es todo. También deberíamos preguntarles a los pobres sobre lo que ellos opinan acerca de la globalización. Estoy de acuerdo. Pero en ese caso, no podemos limitarnos a preguntarles a dos o tres personas escogidas por los anti-globalizadores. Necesitamos una amplia muestra representativa que sea estadísticamente sólida. Eso fue hecho recientemente cuando The Pew Center sondeó a 38.000 personas en 44 naciones, cubriendo al mundo en desarrollo en todas las regiones. El interesante resultado fue que la gente tiene una visión positiva de la globalización en todas las regiones, pero que las impresiones sobre la globalización son mucho más positivas en los países pobres que en los ricos. Si hay un grupo que simpatiza relativamente con las visiones anti-globalización es el de los acaudalados en los países ricos.
Esta encuesta titulada Pew Global Attitude Survey señala que únicamente el 28 por ciento de la gente en Estados Unidos y Europa Occidental consideraba que un creciente comercio global y el aumento de los lazos empresariales eran “muy buenos”. En el Asia en desarrollo el 37 por ciento así lo consideró, y en el África sub-Sahariana no menos del 56 por ciento pensó que eran muy buenos. Más de un cuarto de los estadounidenses y europeos occidentales creía que la globalización tiene un efecto negativo sobre sus países. Menos de 1 de cada 10 personas en Asia y África sub-Sahariana pensaba igual. Apenas un poco más de la mitad de las personas en los países ricos consideraba que las empresas multinacionales tienen un efecto positivo en sus países, pero hasta un 75 por ciento de los africanos así lo veía. Más de un tercio de los entrevistados en los países ricos piensa que la anti-globalización tiene un efecto positivo, pero en África solo un poco más de un cuarto pensaba lo mismo.
Parece que los estadounidenses y europeos, más que otros pueblos, toman por descontado la libertad, la riqueza y la tecnología, sin examinar o entender el proceso de mercados e internacionalización sobre las cuales dependen. Pero la gente que carece de libertades y oportunidades ve a la globalización como una forma de obtenerlas.
Aún cuando hemos atestiguado la reducción de la pobreza más grande en la historia, la miseria está todavía con nosotros, y en muchos lugares se agrava. De acuerdo con el Banco Mundial, 1.200 millones de personas viven en la pobreza absoluta, y 900 millones padecen de hambruna crónica. La historia, las estadísticas, la teoría y los mismos pobres dicen que el problema no es la globalización, sino la falta de acceso a los frutos de ésta. Vale la pena entonces repetir las palabras del Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan, brindadas en la conferencia de la UNCTAD en Bangkok el 12 de febrero del 2000, justo después de las demostraciones contra la OMC:

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