viernes, 24 de agosto de 2012

Otra vez


Otra vez

Héctor Aguilar Camín

El Estado democrático mexicano se parece más que nunca a su diseño constitucional (1917).
 
La Constitución dice que el régimen político de México es el de una República representativa, democrática y federal. Más que nunca antes en nuestra historia tenemos un régimen político democrático y representativo, somos una República con división de poderes y una República federal, con altos rangos de autonomía de los gobiernos estatales.
 


Lo paradójico es que haber cerrado la brecha entre el régimen político real y el régimen político legal no nos ha traído como resultado un gobierno más efectivo, sino un gobierno más competido, más equilibrado por otros poderes, sujeto a más límites y controles. En muchos sentidos un gobierno menos eficiente.


La democracia mexicana ha traído al país una representación efectiva de la pluralidad política. Es una pluralidad que quedó expresada en el año 2000 en tres partidos dominantes, ninguno con más de 40 por ciento de los votos, y varios partidos pequeños, ninguno con posibilidad de competir realmente por el poder.


Esta es una pluralidad partidaria más adecuada a las reglas de un régimen parlamentario que al funcionamiento de un régimen presidencial.


En un régimen parlamentario, la mayoría se forma antes de integrar gobierno. Es requisito negociar una mayoría absoluta (la mitad más uno) para formar gobierno. En un régimen presidencial, el gobierno se forma tenga o no mayoría en el Congreso el ganador de las elecciones.


La consecuencia de la fragmentación parlamentaria en un régimen presidencial es lo que vemos en México: un gobierno electo por mayoría que es minoría en el Congreso y que pasa buena parte de su tiempo negociando infructuosamente con su oposición.


Desde 1997 la democracia mexicana produce gobiernos divididos en los que el partido que gana la mayoría en las elecciones presidenciales no tiene la mayoría en el Congreso.


Nuestro régimen democrático no es entonces un sistema que da poderes claros a los gobiernos que elige. Es un remedo de régimen parlamentario en el esquema de un régimen presidencial.


Las pobres consecuencias políticas de esto empezamos a verlas de nuevo en las falsas convergencias y las declaraciones de doble que ensayan los legisladores que integrarán el Congreso.


Hay cierto desánimo público en la impresión de que esta película ya la vimos, y empezamos a verla de nuevo. Ni siquiera con muchos nuevos actores.

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