Martín Moreno
Por vez primera, un secretario de Estado —Bruno Ferrari,
de Economía— exhorta a la resistencia civil: que la población no compre
huevos mientras se mantenga su precio inalcanzable. Es válido. Pero si
fuera regla general, más de 50 millones de mexicanos pobres ya le
hicieron caso a Ferrari: dejaron de comer huevos, carne o leche, simplemente porque no les alcanza el dinero.
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Hay de resistencias a resistencias. El Movimiento Progresista (MP),
integrado por PRD, PT y Movimiento Ciudadano, advierte que si el TEPJF
valida el triunfo de Peña Nieto, habrá “estallidos
sociales”. Preocupante. Pero alarmante sería presenciar que miles de la
sierra guerrerense o hidalguense tomaran por asalto la Central de Abasto
o centros comerciales, hartos de décadas de miseria. Más por hambre que
por razón política. Entonces sí, mucho cuidado con esa rebelión.
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Decía el admirado Palillo: “Ahora un huevo
cuesta un huevo”. Pues se volvió profeta. Hay lugares donde un kilo de
huevo cuesta entre 30 y 40 pesos. Será por abuso de productores o
vendedores, por contracción en la oferta o por la medalla de oro en
futbol. Por lo que sea. Pero a los bolsillos de millones se les sigue
castigando de manera brutal. Y no es exageración.
El salario mínimo promedio en el país —en sus tres zonas— es de 60
pesos diarios. Según datos oficiales, alrededor de cinco millones de
trabajadores lo perciben. ¿Cuántas familias dependen de un trabajador
que gana el mínimo? A circunstancias actuales, apenas con la mitad de
ese sueldo de miedo alcanzaría para un kilo de huevo.
Una cajeta o un cereal —artículos ya de lujo— valen alrededor de… ¡50
pesos! Imposible para alguien que gane el mínimo, que solamente podría
adquirir unos cuatro litros de leche, 500 gramos de queso o tres cuartos
de jamón. De la carne ni hablamos.
De ahí la mala alimentación de millones: les alcanza más para dos
litros de refresco en oferta (15 pesos) que para leche o jugos. Papitas
en lugar de carne. Cheetos en vez de queso. Además, en la envoltura dice
que tienen quesito. Es lo mismo.
Si Ferrari pide a las masas dejar de comprar huevo
mientras se mantenga el precio elevado, es una forma directa de llamar a
la resistencia civil: dejemos de adquirir el producto, castiguemos al
abusivo. Se vale. Y podría resultar.
Sin embargo, Ferrari ataca al comercio voraz, pero
se desentiende de la pobreza feroz. Si a esas vamos, entonces más de 50
millones de pobres o 15 millones que sobreviven en la pobreza extrema
con un puñado de arroz, frijoles o tortillas, ya le tomaron la palabra
al secretario: desde hace mucho dejaron de comer huevos, carne, leche o
frutas. Y no necesitaron recomendación oficial. Les bastó con la
incapacidad gubernamental.
Bien haríamos en dejar de comprar huevos para castigar al mercado abusivo. No nos pasa nada.
Y bien haría Ferrari —aunque ya se va— en saber que a su recomendación de dejar de comer, el destino ya la alcanzó con los pobres del país.
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El estallido social que viene lo adelantó Alberto Anaya, del PT, engarzándolo a la resolución del TEPJF sobre la validez de la elección presidencial. Si Peña es ratificado, el pueblo será levantado. Si Anaya blofea o no, el fondo podría ser catastrófico.
¿Por qué? Una deuda histórica, de agravio, podría detonar posibles
estallidos sociales: la de la pobreza, que en coctel con abandonos de
gobiernos por más de 82 años, con caudillismos políticos y millones
hartos de burlas, saqueos, corrupción e impunidad, producen el caldo de
cultivo necesario para la rebelión.
No confundamos: el problema de México no es López Obrador, Anaya, Fernández Noroña o la izquierda “estridente y violenta”.
El conflicto de fondo está en la pobreza. En la mesa sin alimento. En
los estómagos vacíos. En la mofa de gobiernos priistas y panistas. En
las falsas promesas. En la corrupción. En los monopolios. En los
duopolios. En el desempleo. En las legiones de titulados que no
encuentran trabajo. En una justicia que favorece al poderoso. En jueces
vendidos. En el abuso del poder. En la impunidad. En el fracaso de la
alternancia política. En la derrota histórica.
No seamos hipócritas: lo más comodino es, con la pluma o el micrófono, atacar a AMLO y decir que es el gran problema del país. No es así.
Ojalá el problema fuera un solo hombre.
El fondo es más complejo. Radical y, por tanto, peligroso.
ARCHIVO CONFIDENCIAL
¡INUNDACIÓN! “Insuficiencia del drenaje frente al agua…”, justifica Marcelo Ebrard,
por Twitter, las inundaciones —no encharcamientos, porque no son
charcos— que ahogan a parte del DF. En la zona del Ajusco, hasta un
metro el nivel del agua. Automovilistas atrapados. La ciudad
desquiciada. Vacío de autoridad. Es otro fracaso del gobierno del falso
izquierdista.
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