lunes, 20 de agosto de 2012

Uruguay: ¿Por qué estamos prisioneros?

Uruguay: ¿Por qué estamos prisioneros?

UruguayPor Julio María Sanguinetti
El País, Montevideo
Hay una fecha contemporánea que debería inscribirse en nuestra historia como una de las mayores derrotas nacionales. Algo así como la hecatombe artiguista en Tacuarembó, en 1820, cuando sucumbió su sueño de una federación de provincias libres. Esa fecha es el 2 de octubre de 2006, el día en que el gobierno uruguayo presidido por el Dr. Vázquez definitivamente cerró toda negociación de un Tratado de Libre Comercio con los EE.UU. y, eufemísticamente, anunció que buscarían otras formas de relacionamiento. Sin advertirlo la generalidad de la ciudadanía, quedamos prisioneros de la arbitrariedad de los gobiernos argentinos. Esta consecuencia, que entonces no se quería ver, hoy la padecen en carne propia los miles de trabajadores que han ido quedando sin trabajo en talleres de confección, fábricas de automóviles o imprentas, instalados al amparo de la realidad jurídica del Tratado de Asunción, que disponía -y dispone aún en la letra- que las mercaderías circularan libremente entre los miembros del Mercosur.

De este modo culminaba un debate nacional que se había iniciado el 6 de agosto de ese año 2006, cuando el Dr. Vázquez, en la Cámara de Comercio Uruguay- EE.UU., había anunciado la posibilidad del TLC, rubricándolo con la siguiente frase: "Recordemos que la historia no retrocede, que la historia no se detiene, pero tampoco la historia se repite. El tren, algunas veces, pasa una sola vez".
En la misma posición estaba también el Ministro de Economía de la época, el Cr. Danilo Astori. La declaración produjo un terremoto político. Por un lado, se volcaron a favor de ese audaz paso los partidos de oposición, alcanzándose así un consenso político muy fuerte. Por otro, el Frente Amplio sintió herido su viejo dogma ideológico contra los EE.UU., encarnación del "imperialismo". El Ministro de Relaciones Exteriores Sr. Gargano representó ese sentimiento adentro del gobierno, que se proyectó hacia sus estructuras políticas de base. El 15 de julio, luego de arduo debate, el Frente rechazó drásticamente la propuesta y, en setiembre, el Presidente Vázquez dirigió una carta al Presidente de Brasil, Lula da Silva, abogando "por más y mejor Mercosur", anticipando así su decisión de octubre.
En esos dos meses, un debate interno del plenario frentista terminó en la adopción de la mayor decisión estratégica que se le hubiera planteado a nuestro país en el siglo XX.
Es obvio que iniciar negociaciones con EE.UU. nos sumergía en una pulseada con los socios del Mercosur, donde estaba -y sigue estando- la mayoría de nuestro comercio. Pero así como un día acordamos un TLC con México (el socio privilegiado de los EE.UU.) y, luego de tensas deliberaciones, se terminó aceptando, en este otro caso nada hicimos frente a los socios, renunciando a emprender el camino antes de siquiera plantearlo. Desde ya que no era sencillo. Desde ya, también, que los EE.UU. no eran para nosotros el mayor destino comercial de nuestra producción. Pero nadie puede discutir que en forma rápida se hubieran tonificado algunos sectores, como el textil por ejemplo (hoy en crisis terminal).
Un acuerdo con EE.UU. no era solo comercio inmediato. Era y es, además, el espacio propicio a nuevas inversiones pensadas para acceder a ese mercado e, incluso, generar en la comunidad internacional un interés hacia el país, una suerte de garantía proyectada hacia toda la economía.
Poco después de aquellos acontecimientos, en marzo de 2007, visitó Montevideo nada menos que el presidente de los EE.UU. George W. Bush. Pareció que el tema podía reflotar, pero volvió a quedarse en una relación "a la uruguaya", según se explicó.
El famoso eslogan de "más y mejor Mercosur" ha pasado a ser una broma de mal gusto. Ni más ni mejor, desgraciadamente… Y cada vez peor, envueltos por la telaraña de los gobiernos Kirch-ner: restricciones en el comercio, paralización en obras de infraestructura portuaria en Nueva Palmira, eterna demora en el dragado del canal Martín García, dificultades inmobiliarias y turísticas por las trabas a la compra de moneda extranjera, acoso constante en la actividad de la fábrica de pasta celulosa de UPM y todavía la amenaza de la posibilidad de un acuerdo de información tributaria con una administración que desembozadamente es usada para perseguir adversarios políticos…
Nunca se pensó, naturalmente, que un TLC con EE.UU., u otro gran país, fuera intercambiable con nuestra relación en la región. Pero está claro que en el penoso proceso de subordinación al vecino que hoy padecemos, aquel paso atrás fue un mojón. Y que el mismo es, sin ambages, una responsabilidad histórica del partido de gobierno.

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