miércoles, 22 de agosto de 2012

Ajuste externo y crecimiento: luces y sombras

Miguel Cuerdo Mir

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En el último informe del Banco de España se dice que la necesidad de financiación externa de la economía española de los últimos doce meses ha representado un 3,2% del PIB. Es decir, la economía española sigue acumulando deuda externa. En un entorno en el que el PIB se reduce, la credibilidad internacional para los acreedores reales y potenciales se diluye hasta cuestionar la solvencia futura del país -la prima de riesgo es solamente el síntoma de ello-. En este sentido, bastaría con cambiar el signo negativo de nuestra balanza por cuenta corriente, un endemismo que persiste en épocas de crecimiento y de recesión, para recuperar el crédito internacional. De ser así, no necesitaríamos tapar durante un rato, más o menos corto, con billetes del BCE, algunas de nuestras vergüenzas estructurales -muchos políticos de distinto signo están de acuerdo en que la tacañería del BCE es el mal principal que nos aqueja-.

¿Es posible cambiar el signo negativo de nuestra balanza por cuenta corriente? No se trata tanto de reivindicar un objetivo de equilibrio o superávit exterior como de subrayar que un cambio en el signo endémico de esta balanza pondría de manifiesto dos cosas. Por un lado, resultaría que una parte creciente de los recursos productivos del país se orientan hacia actividades competitivas internacionalmente -toda solución a la crisis pasa por una reasignación más eficiente de los recursos-. Por otro, se pondría de manifiesto una mayor independencia y disciplina de la oferta productiva nacional -de recursos y de productos- frente al propio ciclo interno, tan dependiente a menudo de las decisiones y de los mercados políticos. Aparte, se conseguiría una mejor posición de los consumidores españoles a la hora de gastar menos renta en productos nacionales mejorados por la competencia internacional. Lo que no admite dudas es que una reasignación de recursos, más eficiente y orientada a la demanda externa, permitiría finalmente crecer en un futuro inmediato.
No parece que en el corto plazo este cambio de signo sea posible. Al menos si no se atacan decididamente tres déficits de naturaleza distinta: el comercial, el de rentas y el de transferencias. El informe del Banco de España señala algunos aspectos que mejoran nuestra posición internacional, aunque no resulten suficientes para cambiar el signo deudor.
La demanda externa neta contribuye al crecimiento del PIB con un 0,8% de aumento en tasa interanual. Es decir, una parte de la economía española no ha dudado en exponerse cada vez más a la competencia internacional, contribuyendo a sostener el debilitado crédito internacional del conjunto de la economía. No es patriotismo, porque han buscado su propio interés, pero se parece mucho. Los economistas dirían que han producido considerables externalidades positivas sobre el conjunto de la economía, en forma de contención del riesgo país. El ejemplo manido es el del turismo, pero también las exportaciones de bienes industriales y otros servicios han seguido ese mismo camino, como el de los servicios a empresas, con una aportación facilitadora de la internacionalización de la pyme española. Hay que fortalecer esta tendencia, dejando de lastrar la financiación de la empresa española a través una efectiva y definitiva reforma del sistema bancario y financiero -ayudada por el rescate bancario- que restablezca el crédito y la confianza en condiciones razonables. Del mismo modo, urge un nuevo modelo de servicios exteriores económicos y comerciales que sirvan de cabeza de puente a la empresa española de menor tamaño, pero no de menor empuje innovador y competitivo.
Algunas reformas recientes ahondarán en las tendencias divergentes entre España y la UE, por ejemplo, en costes laborales unitarios, generando una ventaja para España. No se puede seguir presionando los costes de los factores primarios, trabajo y capital, con mayores cargas impositivas directas, que no hacen sino reducir su empleabilidad. En definitiva, conseguir al menos que la demanda externa neta aporte en los próximos trimestres entre el 1 y el 1,2% del PIB, para empezar a revertir por esta vía el crecimiento negativo y disminuir las tensiones financieras.
El saldo externo negativo de mercancías, condicionado por las importaciones de productos energéticos, se produce con un precio internacional del petróleo y del gas en niveles bajos. Cualquier signo de recuperación de la economía mundial impulsará de nuevo estos precios al alza, ahondando nuestro déficit comercial y nuestro endeudamiento externo. En este sentido, un objetivo inasumible para la economía española es consumir energía a precios bajos, dado el saldo comercial y la tecnologías disponibles, especialmente en el transporte, sin sustitutivos creíbles en el medio plazo para los combustibles importados. La fiscalidad puede actuar manteniendo una presión impositiva sobre estos precios, porque incentiva cambios en los patrones de demanda -muy rígida en el corto plazo y, por lo tanto, dispuesta a pagar altos impuestos- menos dependientes del exterior. No puede ser que la intensidad energética no se reduzca en plena crisis, que supere la media de la UE y que no se atisben mayores cambios en la fiscalidad, tan necesitada de ingresos en estos momentos.
En todo caso, desde los años setenta los sectores de producción intensivos en energía o en recursos naturales aportan cada vez menos a las ganancias de productividad de la economía española. Aunque todavía resulta menos esperanzador que existan dudas en torno al mantenimiento o no de las subvenciones a la producción y consumo de minerales energéticos nacionales, caros y especialmente contaminantes. No se trata de no ser dependiente del exterior a cualquier precio. Muy al contrario, se trata de reasignar recursos para ser más competitivos internacionalmente y, en consecuencia, ser menos dependientes. Además de cumplir con nuestros compromisos de desarrollo sostenible. Lo anterior no implica que se esté cercenando con más impuestos la libertad económica de los ciudadanos y empresas. Se trata de redefinir un escenario más plausible para un cambio en las cuentas de la economía española con el resto del mundo. Para ello, el aumento de la fiscalidad sobre aquello que más daño hace a la posición financiera exterior tiene que servir de colchón para que se reduzca la fiscalidad sobre aquello que más favorece una saneada posición exterior, especialmente la de los factores primarios, trabajo y capital.
Por su parte, el saldo negativo de rentas exteriores es una losa cada vez mayor, procedente de un abultado endeudamiento, con el se apalancó un crecimiento efímero, que se está pagando más caro en los últimos tiempos. Aislar la deuda pública española de los mercados, mediante el llamado rescate o mediante inyección monetaria, aliviaría temporalmente los costes de financiación, pero solamente una política eficaz de contención del gasto público -no del déficit- y de incentivación más neutral del ahorro será capaz de resolver el problema estructural de unas excesivas rentas exteriores pagadas.
El saldo negativo de las transferencias exteriores merece mención aparte. Las remesas de inmigrantes, cada vez menores, son las que explican el saldo negativo. Sin embargo, un número creciente de españoles trabajando en economías del resto del mundo podría compensar ese desequilibrio. De hecho, más de 300.000 españoles han salido desde que empezó la crisis. La creciente movilidad es un instrumento de estabilización y ajuste que no debería verse sólo como emigración selectiva o fuga de cerebros, sino como una acción voluntaria que permite obtener rentas en el exterior y mantener las capacidades como capital humano empleado. Su salida al extranjero facilita también el ajuste interno y su condición de españoles hará que muchos de ellos vuelvan, mejorados y más competitivos, a nuestro tejido productivo para aportar una mejora al crecimiento económico, después de haber contribuido al ahorro nacional a través de remesas de su ahorro.
Si uno asume esta perspectiva y a salvo de una visión estrecha del concepto de emprendedor y de búsqueda activa de empleo, se echa de menos una nueva política y unos programas específicos -pro ajuste externo e interno- que permitan reducir los costes de información y de búsqueda en los mercados exteriores a aquellos españoles que prefieran trabajar fuera a quedarse dentro como un desempleado que languidece en su ánimo y en sus capacidades.
Miguel Cuerdo Mir, profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos.

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