Por Johan Norberg
Ideologías
 y pensadores luchan en busca de la mejor solución para nuestros 
problemas. El Capitalismo es el reconocimiento de que esta respuesta 
ideal no existe. No podemos construir un sistema perfecto que se adapte a
 todo el mundo. Por eso el capitalismo afirma que todas las ideas, 
proyectos y sistemas pacíficos son bien recibidos. No conocemos la mejor
 solución, por tanto, la gente tiene que decidir por si misma que es lo 
mejor para cada uno, que tipo de ideas y sueños quieren realizar y que 
tipo de bienes y servicios deberían, o no deberían, consumir. Eres libre
 de intentar cualquier cosa, mientras no uses la fuerza contra otras 
personas, o les obligues a pagar por tus proyectos. El capitalismo es el
 sistema económico que deja las decisiones económicas en manos de la 
gente, no del sistema.
¿Quieres un día sin 
compras? Claro, adelante. Puedes tenerlo todos los días de la semana. El
 capitalismo significa relaciones voluntarias. Un acuerdo solo se hace 
si las dos partes piensan beneficiarse por ello.
Algunos
 acusan al capitalismo de la pobreza en el mundo. Eso es porque no han 
estudiado, o al menos no han entendido, la historia. La pobreza no es 
algo nuevo. La pobreza ha sido siempre el destino de la humanidad. 200 
años atrás cada país era subdesarrollado. Lo nuevo en el mundo, el hecho
 fantástico que requiere una explicación, es la riqueza. El hecho de que
 algunos países y regiones han conseguido salir de la pobreza por 
primera vez en la historia[1].
La
 razón es el capitalismo. Fue el capitalismo el que abrió las puertas a 
la creatividad humana, por ello pudimos producir bienes y servicios a 
una escala sin precedentes.
Hace 130 años mis antepasados suecos morían de hambre. Suecia[2], entonces, era más pobre de lo que lo es el Congo 
 en la actualidad y la gente vivía de media 20 años menos que en los 
países desarrollados. Para sobrevivir, los suecos, tuvieron que hacer 
pan con liquen, cortezas y paja, y harinas moliendo raspas y huesos.
Suecia
 no se desarrolló con el socialismo y el estado del bienestar. Si 
hubiéramos redistribuido todas las propiedades e ingresos de Suecia, 
cada sueco viviría al mismo nivel que un Mozambiqueño. En su lugar, 
Suecia se liberalizó a mediados del siglo XIX y una población libre, en 
mercados libres, con un comercio libre, pudo producir riqueza y 
convertirnos así en un país rico. Nuestra economía se volvió 
especializada y más eficiente de forma que pudimos alimentarnos a 
nosotros mismos y permitirnos otros bienes también (ropas, casas, 
periódicos, educación...). En 1950 después de que fuera construido el 
sistema del bienestar Sueco, la economía sueca se había cuadruplicado. 
La mortalidad infantil se había reducido en un 85% y la esperanza de 
vida se había incrementado en unos milagrosos 25 años.
Esto
 ha sucedido en cada lugar donde la gente ha conseguido la libertad de 
poseer, producir y comerciar (donde han llegado al capitalismo). Podemos
 ver esto claramente en regiones que han sido divididas no por las 
personas, la cultura o la tradición, si no por su economía política. La 
Alemania occidental se convirtió en uno de los lideres de la economía 
mundial, la comunista Alemania oriental se estancó. La capitalista Corea
 del Sur paso del subdesarrollo a un nivel de vida similar al europeo, 
la socialista Corea del Norte pasó de ir mal a ir aún peor. Los chinos 
de la capitalista Taiwan consiguieron el crecimiento más rápido del 
mundo, los chinos en la China roja han pasado hambre hasta que 
comenzaron su propia liberalización económica.
En 
los últimos 20 años, el crecimiento global de la economía ha sacado a 
200 millones de personas de la pobreza absoluta. Es cierto que hay una 
horrible destrucción de la riqueza en el mundo. Pero esto es debido a la
 desigual distribución del capitalismo en él. Aquellos que tienen 
capitalismo crecen hacía la riqueza, los que no lo tienen continúan en 
la pobreza.
Hace 130 años en Suecia, lujo era 
tener suficiente comida para pasar el día, el poder dar una educación a 
tus hijos era cosa de ricos. El capitalismo hizo posible para la gente 
común conseguir esto. El lujo se convirtió en poder pagar un coche y un 
teléfono. Lujo es prácticamente todo aquello que casi podemos alcanzar. 
El cambio constante y dinámico propio del capitalismo hace cambiar 
constantemente el concepto de lujo.
El lujo es 
algo relativo. Es aquello que queremos, pero a lo que difícilmente 
tenemos acceso. Cuando era un pobre estudiante con mucho tiempo libre, 
lujo era poder pagarme el ir a comer fuera de casa y el tomar copas 
caras. Hoy, el lujo consiste en tener más tiempo libre para poder 
sentarme a leer un libro y tomarme una taza de té.
El
 increíble desarrollo producido bajo el capitalismo nos hace, 
constantemente, más ricos y pone los bienes que queremos al alcance de 
cada vez más gente. Y como cada vez somos más ricos y podemos 
permitirnos los antiguos lujos, nuevos bienes, que no habíamos ni 
imaginado, se convierten en el nuevo lujo que desear.
Hoy
 más del 72% de los clasificados como pobres en los EEUU tienen una 
lavadora y al menos un coche, el 60% tiene un microondas y el 93% una 
televisión en color. Tienen más cosas que el americano medio hace 30 
años. Los pobres en occidente tienen un estándar de vida que los reyes 
no podían ni soñar hace 200 años.
Y es por esto 
por lo que alguna gente puede dar el primer paso hacía el lujo. Cuando 
los primeros millonarios se compraron un coche, los socialistas los 
ridiculizaban considerándolos un juguete para ricos. Pero la compra de 
coches por parte de los ricos proporciono los recursos para que los 
productores pudieran invertir estos recursos en métodos de producción 
más eficientes haciendo los coches accesibles a más gente. Lo mismo 
sucedió con los frigoríficos, teléfonos, radios, medicinas o la 
educación. Si aquellos que defendían la igualdad en la propiedad contra 
el lujo hubieran ganado, estas invenciones nunca se hubieran 
desarrollado, los descubrimientos que sirvieron para hacerlos de una 
forma más barata y masiva nunca se hubieran podido financiar sin las 
compras de los ricos. Igual que aquellos que se quejaban de que los 
ordenadores e Internet crearían una brecha digital. El progreso siempre 
tiene que empezar por algún sitio, por alguien, y esto es contrario a 
sus demandas de igualdad. Si hubieran estado presentes hace 50.000 años 
se hubieran quejado de la “brecha elemental” creada cuando alguien 
aprendió a dominar el fuego, o a la “brecha del transporte” creada con 
el invento de la rueda.
Los bienes y servicios no 
son triviales. Contribuyen a hacer nuestras vidas mejores, confortables y
 entretenidas. Aquellos que piensan que esto es superficial, se deberían
 preguntar a si mismos porque la gente se esfuerza por conseguirlos en 
todas partes. La clase de bienes que son percibidos como lujo en una 
sociedad dicen mucho acerca de ella. Una de las razones por la que los 
rusos odiaron el sistema comunista es porque convirtió el papel 
higiénico y los tampones en lujo. Una de las primeras cosas que hicieron
 muchos en Afganistan tras la caída de la dictadura talibán fue ponerse a
 escuchar música que había estado prohibida. Si ni una brutal dictadura 
puede llegar a controlar el interés de la gente por conseguir una buena 
vida, que podría?
Pero si siempre queremos más y 
mejores cosas, ¿no es acaso más una maldición que una bendición? Nos 
esforzamos para conseguir riqueza, pero cuando la conseguimos no estamos
 contentos, en su lugar, continuamos esforzándonos para conseguir 
incluso más. ¿Da el dinero la felicidad? Un cantante contesto una vez: 
“Quizás no, pero yo preferiría llorar en un Rolls-Royce que en un 
autobús”.
Pero esta explicación está incompleta. 
No es el dinero en si mismo lo que nos hace felices. En su lugar es la 
certeza de que nuestras vidas pueden mejorar. Hay algo en la naturaleza 
humana que nos hace sentir satisfacción cuando logramos algo difícil de 
conseguir. El lujo es deseo y satisfacción. El capitalismo, mediante el 
desarrollo constante y la creación de riqueza, es el único sistema que 
nos proporciona nuevas ideas para nuevos lujos, con la esperanza de que 
nosotros podamos conseguirlos en el futuro también. No para unos pocos 
privilegiados, sino para todos nosotros.
En 
términos de riqueza, de los norteamericanos que están en la quinta parte
 inferior de la población, en solo seis años, dos tercios habrán 
ascendido a las tres quintas partes superiores. A su vez en esa parte 
inferior se va llenando con nuevos inmigrantes pobres y estudiantes a 
punto de beneficiarse de esta movilidad social. Es por esto que los 
cubanos nadan hacia EEUU y no al revés. La creencia en un futuro mejor 
es quizás la mayor recompensa para la humanidad, un autentico regalo 
psicológico. El Champagne y el caviar son un buen símbolo de esto.
Para
 algunos intelectuales elitistas, esta es una caza materialista de 
placeres meramente superficiales. Pero esto es, simplemente, porque 
ellos prefieren otros placeres y lujos. Encontrar ese libro raro, esa 
gran lectura de la obra de determinado profesor. Todos tenemos nuestros 
gustos. Estos intelectuales se sorprenderían de la diversidad de 
placeres que existen en la sociedad. Deberían aprender a apreciar algo 
de pluralismo. 
 
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